De Roma con amor
Una retrato romántico de la ciudad que no ofrece más de lo que nos tiene acostumbrados Woody Allen.
Desde hace treinta años, Woody Allen ha dirigido, como
mínimo, una película por año. Con él hemos explorado Nueva York, Barcelona,
París, Londres; lugares donde le ocurren historias extraordinarias a personajes
ordinarios. En De Roma con amor el cineasta
divide el filme en cuatro episodios, cada uno repleto de aventuras y
desventuras en la Ciudad Eterna.
Con este proyecto, Allen regresa a sus orígenes en la farsa,
donde la gracia recae más en lo absurdo de la situación que en sus diálogos.
Incluso en una de las secuencias –que involucra una regadera– guarda gran
semejanza con las irracionalidades que el cineasta mostró en el segmento Oedipus Wrecks, en New
York Stories (1989). Pero justo éste es el encanto del filme.
El elenco logra su cometido y hace que la audiencia se
involucre con las historias relatadas, ya sea con el arquitecto, el director de
ópera retirado, el italiano que se vuelve famoso de un día a otro o la escort con
clientes millonarios –Alec Baldwin, Woody Allen, Roberto Benigni y Penélope
Cruz, respectivamente. Sin embargo, a pesar de que los actores realizan un buen
trabajo, los personajes caen en estereotipos y su desarrollo no es tan natural
como, por ejemplo, en Medianoche en París. Pero incluso con sus
clichés, la historia envuelve, cada nota del score
embona a la perfección con el filme y los paisajes son explotados de manera
sutil. Woody Allen quería hacer una postal romántica de la ciudad y lo logró,
el problema es que no propone nada más.
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