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Cine

Un pasado imborrable

19-06-2014, 9:51:16 AM Por:
Un pasado imborrable

The Railway Man de Jonathan Teplitzky cuenta la extraordinaria historia real del veterano británico Eric Lomax, pero de forma emocionalmente inacabada.

Cine PREMIERE: 3
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La historia real de Eric Lomax, exoficial del ejército británico, podría no ser más que otro relato de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual cientos de soldados aliados fueron hechos prisioneros en los campos de trabajo japoneses. Podría tratarse de otra semblanza de crímenes de guerra e inhumanidad, de no ser por un insólito giro del destino: Lomax logró reencontrarse, décadas más tarde, con su torturador nipón.

Un pasado imborrable (The Railway Man), dirigida por el australiano Jonathan Teplitzky, está basada en las memorias homónimas de este veterano, ingeniero aficionado a los trenes, que fueron publicadas en 1995. Eso quiere decir que tiene, en primera instancia, la fortuna de hacer una crónica en pantalla de algo que fue por sí solo impactante: el proceso de reconciliación de un excombatiente con su pasado, pero, sobre todo– e increíblemente– con el hombre que le robó ese pasado.

Para ello, los guionistas Frank Cottrell Boyce y Andy Patterson nos presentan al inicio a un héroe del conflicto bélico que se ha convertido en fantasma del mismo. Lomax, encarnado por el ganador del Oscar Colin Firth, es un sobreviviente de la caída de Singapur en 1942, quien lleva en silencio sus propios traumas. Su vida consiste en visitar el Club de Veteranos y memorizar itinerarios ferroviarios, hasta que conoce a Patti (Nicole Kidman), con quien intenta olvidar sus pesadillas, sin éxito. Sin embargo, la noticia de que Takeshi Nagase (Hiroyuki Sanada), uno de sus captores, sigue vivo, le abre nuevas puertas de redención.

Mediante flashbacks a fragmentos de recuerdos (el recurso en cine por excelencia para representar el estrés postraumático), Lomax nos deja reconstruir sus vivencias (Jeremy Irvine lo interpreta de joven) y, de paso, echar un vistazo a las atrocidades cometidas durante la construcción del Ferrocarril de Birmania– también llamado Ferrocarril de la Muerte– en la que se obligó a trabajar a los prisioneros de guerra. Así, la película logra poner las angustias de la Segunda Guerra Mundial en otra parte del mapa y abre la reflexión sobre las marcas que dejó el odio en aquellos soldados que regresaron, pero que siguieron librando batallas internas.

Sin embargo, a pesar de las sensibles actuaciones de Firth, Kidman y Sanada, sorprende el toque de indiferencia que esta adaptación deja en el espectador al salir de la sala; sobre todo, al tratarse del recuento de una anécdota que se convirtió en símbolo de paz y de perdón. Sus casi mecánicos saltos en el tiempo, su ritmo acelerado y resolución emocionalmente precipitada entorpecen un poco la conexión sentimental, lo que por momentos le da más el sabor de una calculada “recreación” que de otra cosa. 

Aún así, se trata de una cinta con un mensaje extraordinario, actuado con dignidad y elegancia, que además abre la pregunta del millón: ¿es posible encontrar la paz después de ser el objeto o el responsable de tales torturas? ¿Qué es mejor, recibir una injusticia o cometerla?

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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