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Cine

La sal de la tierra

30-04-2015, 10:03:01 AM Por:
La sal de la tierra

Un sobrecogedor homenaje a un fotógrafo y el humanismo detrás de su legado.

Cine PREMIERE: 4.5
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Hace un par de años, al director alemán Wim Wenders (Pina) se le metió una idea ganadora en la cabeza: hacer un filme sobre la vida y obra del fotógrafo brasileño Sebastiao Delgado, el aventurero humanista que había logrado conmoverlo desde el día en que descubrió su obra perdida en una galería. Sin embargo, pronto se enteró que no era el único con ese propósito. Juliano Ribeiro Salgado, hijo del artista y joven cineasta sin mucha experiencia, también cocinaba una cinta sobre su padre y poseía ya bastante pietaje de sus viajes. ¿Qué hicieron?, tomaron la decisión inteligente: compartir la silla de director para crear este despampanante documental que nos lleva a descubrir mucho más que la vida de un fotógrafo.

“Aquél que pinta con la luz”. Así describe la voz narradora al oficio de capturar con la lente, pero lo cierto es que el resto de la película logra demostrar que la verdadera fotografía trasciende ese concepto. Wenders pone a Salgado ante la cámara para que nos relate su propio legado, al mismo tiempo que comparte las reflexiones que había detrás de cada una de sus imágenes. ¿Qué pasaba por su cabeza al fotografiar los incendios de Kuwait o la fiebre de oro en la mina de la Sierra Pelada? Aquí, el protagonista no es el Sebastiao técnico, ni su habilidad para componer encuadres perfectos –Wenders se asegura de que la belleza de sus imágenes hable por sí sola–, sino el Sebastiao testigo, ése que vivió lo que retrató y que, por ello, no pudo evitar plasmar un poco de sí mismo en cada imagen. 

En este sentido, La sal de la Tierra –nominada al Oscar 2015– logra ser más que una mera biografía. Es una ventana de vistas sobrecogedoras que revela los secretos que un fotógrafo guarda dentro de sí, los cuales, a final de cuentas, son una microhistoria de la humanidad. Basta que los directores nos muestren una a una sus fotografías para pasearnos por algunos de los momentos humanos más sublimes y desoladores del siglo XX. Nos regresa a hitos como la masacre de Ruanda o la limpieza étnica de la ex Yugoslavia, de violencia descarnada pero también de madres, padres e hijos que miran a la cámara y nos recuerdan que también hubo esperanza. 

Esta sucesión de imágenes en blanco y negro se complementa con secuencias a color, en las que vemos al fotógrafo en sus viajes por el Círculo Polar Ártico o los dominios de la tribu Yali en Papúa Nueva Guinea. Conforme avanza, la película se convierte en un canto a la naturaleza: a la forma en que nos relacionamos con ella y la extendemos para crearnos un hábitat. “Después de todo, los seres humanos son la sal de la Tierra”, nos dice Wenders en voz en off. 

Si bien el documental enaltece la figura del fotógrafo humanista, aquél que está interesado más que nada en las personas detrás de los acontecimientos, nunca profundiza demasiado en las cuestiones éticas y filosóficas que rodean al oficio: ¿qué debe hacer el fotógrafo ante la tragedia, el dolor o la muerte? ¿capturarla con la lente? Abre la posibilidad de reflexión, pero evita a toda costa dar respuesta, lo que podría ser su talón de Aquiles. Aún así, se trata de una obra maestra, poderosa y sorprendentemente gentil.

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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