Horas contadas – Crítica

En 1952, una tormenta en la costa oeste de Estados Unidos partió en dos (sí, en dos) al SS Pendleton, un barco petrolero cuya mitad quedó a merced del gigantesco oleaje. A la tripulación sobreviviente no le quedó de otra más que esperar a ser rescatados y retrasar lo más posible el hundimiento.

Lo bueno es que suena a la situación desolada perfecta para la aparición de un héroe, y lo hubo: su nombre fue Bernie Webber, un capitán que lideró el que hasta ahora es considerado el rescate más grande de la historia de la guardia costera de EE.UU… a bordo de un pequeño barquito y ayudado por sólo tres marineros más. Su historia de heroísmo y temple de acero es sin duda digna de una película épica y descarnada… que seguramente veremos algún día.

Esta, por lo pronto, es la versión de Disney y como tal tiene (aún en medio de la furiosa marea, los ánimos exacerbados de supervivencia, un pueblo dolido por muertes anteriores de oficiales en altamar…) el sello familiar característico de la casa del ratón: es una historia de heroísmo, templanza, decencia y esperanza.  En términos coloquiales –y con sus debidas proporciones guardadas– sería algo así como La tormenta perfecta versión Disney.

Sin embargo, esto no es algo necesariamente negativo. Horas contadas no será la película de acción épica y descomunal que quizá algunos esperan (los que deseen aventura sin igual quedarán algo decepcionados), pero sí cumple con ser un drama dulce sobre un rescate, y –sólo un poco– sobre el hombre que lo perpetró (interpretado por un efectivo Chris Pine), además de tener secuencias marítimas verdaderamente emocionantes.

Tal como le sucedió al petrolero en dicha catástrofe, la película de Horas contadas –dirigida por Craig Gillespie (Un golpe de talento)– se podría considerar una película partida en dos: es una odisea con grandes efectos especiales y momentos estimulantes cuando se trata de las secuencias ubicadas en el océano, pero se convierte en una historia un tanto estéril cada vez que la acción regresa a tierra firme, donde la prometida de Bernie (Holliday Grainger), los otros oficiales de la guardia costera (por ahí está Eric Bana) y el resto del pueblo esperan impacientemente. 

El problema principal de los vistazos a lo que sucede en el pueblo es la sensación constante de que estamos viendo una postal antigua, una idealización de la época de los 50: como si en lugar de estar viendo a los 50 en una película estuviéramos viendo una película sobre una película de los 50 (todo es pulcro, «vainilla» y puro). Mientras Bernie se debate con un océano tormentoso de noche, la trama nos lleva de vez en cuando a las oficinas de la guardia costera o al muelle para darnos a entender que Webber tiene un pasado, un arrepentiemiento que lo persigue, pero cuyo desarrollo en el guión se siente algo desarticulado de la acción central. Como espectador constantemente te descubres a ti mismo queriendo regresar al mar, regresar a lo que realmente quieres ver: ese rescate, que sin duda es la secuencia mejor lograda y que nos impulsa a modernos las uñas más de una vez.

Además, es en el SS Pendleton en donde la película nos da una pequeña (pero inesperada sorpresa): esta tormenta tuvo un segundo héroe, el ingeniero que se las arregló para darle al petrolero más tiempo de vida, interpretado por Casey Affleck. Su actuación de «héroe solitario y taciturno» (toda buena fábula debe tener uno) mantiene las escenas en el navió interesantes y les da un pequeño aire de relato de «hazaña legendaria». 

Y sí, agarren bien esos lentes en 3D porque la película sabe aprovechar sus fenómenos climáticos en pantalla, desde la lluvia y la nieve,  hasta las olas que salpican furiosamente. 

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Jessica Oliva Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.