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Cine

Volando alto

30-03-2016, 11:42:27 PM Por:
Volando alto

Taron Egerton convierte una cinta llena de clichés en un retrato memorable.

Cine PREMIERE: 3.5
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En los Juegos Olímpicos de Invierno de 1988, el mundo y la prensa se enamoraron de cierto saltador de esquí inglés. Sin embargo, no fue por los triunfos que cosechara en el podium: todo lo contrario. Fue su fracaso, su continuo último lugar en los rankings (ese fracaso recurrente que sólo tienen los necios y perseverantes) lo que se ganó la simpatía del público y hasta del presidente del comité organizador olímpico. Eddie Edwards, apodado «The Eagle» en esa competencia, es en realidad un atleta independiente que se coló al certamen por un vacío en los reglamentos de clasificación: en esa época, era el único saltador de esquí inglés –el primero que representaba a Inglaterra en dicho deporte desde 1929– y, por tanto, el que mantenía el récord (de metros saltados) más alto. Su técnica no era lo suficientemente fuerte como para competir de igual a igual con el resto de los «olímpicos», pero su sola presencia y temple le recordó al mundo del deporte (uno habitado cada vez más por atletas profesionales, a quienes se les paga por entrenar), el verdadero ideal detrás de los Juegos: la pasión del amateur

Es este espíritu (el deportista amateur incansable) el verdadero eje y principio de la película del director y actor Dexter Fletcher, quien opta por presentar, más que una biopic realista sobre el atleta, el homenaje y reinterpretación de un símbolo. Altamente ficcionalizada, Volando alto se toma ciertas libertades para maximizar la lección inspiradora de Eddie «The Eagle»: lo que importa es amar al deporte y ser el mejor atleta que se pueda ser, aunque eso no sea suficiente para ganar algo. «Lo que importa es el esfuerzo», decía el fundador de los Juegos Pierre de Coubertin, una cita que el director usa para asegurarse de que ni los más distraídos se irán a casa sin comprender el mensaje. La trama, asimismo, deja clara su intención crowd pleaser desde el inicio. En realidad, ésta es una película que hemos visto en múltiples ocasiones, la inspiradora historia deportiva de un sueño que promete ser cumplido. Desde la primera secuencia, en la que vemos a un pequeñito Eddie salir de casa en la noche, anunciándole a su mamá que ya se va «a las Olimpiadas», sabemos lo que nos espera y cómo terminará el asunto. Lo que no sabemos en ese punto, y para lo que nadie nos prepara, es la forma en que el actor Taron Egerton convertirá un guión lleno de lugares comunes en un retrato memorable y tierno de lo que Eddie significó para el mundo.

La primera vez que vimos a Egerton fue en Kingsman: El servicio secreto, pero la realidad es que resulta difícil acordarse de su interpretación de ese espía cool cuando lo vemos ahora detrás de esos famosos lentes y mirada soñadora. El actor tiene éxito a la hora dotar al personaje de Eddie de esas enormes dosis de ternura, carisma e inocencia necesarias como para soportar el gigantesco ideal que el guion formulaico le pone encima. Su interpretación no está enfocada tanto a mostrarnos al Eddie real, como a darnos un pedacito de lo que éste hizo sentir a los fans. Su interpretación es un ejemplo de cómo no es necesario que una biopic sea una copia de la realidad para poder contar una verdad sobre la vida de alguien. De esta forma, Egerton nos da un arquetipo (el del underdog), en medio de una trama repleta de estereotipos del género (el atleta menospreciado que debe soportar burlas de contrincantes, el coach alcohólico y gruñón que se encariña con el protagonista, momento de triunfo y ovación…). El resultado es una película que, aún con sus clichés, nos sube los ánimos y nos regala un personaje memorable. ¿Una película complaciente? ¡Claro! pero que nos hace preocuparnos por el destino de su protagonista y, sobre todo, que nos permite pasar un rato bastante agradable.

Hay, sin embargo, algunos desperfectos. No todas las licencias creativas que el director se toma con respecto a la historia real dan frutos. Desafortunadamente, ése es el caso de la presencia de Hugh Jackman, la otra estrella de la cinta, o al menos eso es lo que debió ser. El actor australiano interpreta justamente al ya gastado coach con pasado atormentado (un personaje ficticio), cuya subhistoria dramática (que también involucra a un desperdiciado Christopher Walken) no aterriza del todo y se convierte en un distractor superficial. Su papel tiene la desventaja del cliché forzado.

Aun así, y tal como su personaje a la hora de saltar esos 90 metros sobre la nieve, Egerton se las arregla para equilibrar todo el acto tan sólo con su entusiasmo, ímpetu y entrega. Y el efecto en el espectador es algo parecido a lo que el verdadero Eddie logró con el público en esos Juegos: es una cinta que está muy lejos de ser perfecta… pero qué carismática es, caray. Eddie Edwards no logró calificar para ningún otro certman olímpico posterior (después de su participación, los reglamentos mundiales de clasificación se fortalecieron para evitar casos similares en el futuro). Pero, después de ver al Eddie de Egerton, ¿a quién le importa eso?


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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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