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Cine

Café Society

14-11-2016, 8:30:58 PM Por:
Café Society

Aunque dista mucho de sus mejores obras, Café Society deja claro que Woody Allen todavía tiene mucho qué decir y ofrecer.

Cine PREMIERE: 3
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No es una de las mejores películas de Woody Allen. De hecho, el Allen actual ha demostrado en sus recientes películas (a excepción quizá de Jazmín azul), que está lejos de aquel neoyorquino neurótico capaz de analizar las relaciones humanas con una acidez iluminadora. Pero eso no significa que Café Society, la más reciente película en la prolífica carrera del cineasta, sea un producto olvidable. Para nada. Lejos de eso, a sus 80 años Allen reafirma su capacidad para hablar del amor, el destino, las pérdidas, la lealtad, la familia y los judíos –temas recurrentes en su filmografía que, es más, parece aglutinar en esta historia– y en la que además regresa su mirada a su querido Nueva York. Con nostalgia, sin duda, pero es su querido Nueva York.

Café Society es una película en la que Allen exhibe su talento como director no a la manera pulcra en que cualquiera pensaría que lo haría un tipo de sus tamaños cinematográficos. Lo hace como si fuera uno de sus primeros trabajos, con una especie de nerviosismo e ingenuidad (como ejemplo están sus transiciones e incluso la narración) que dota a la película, ubicada en los años dorados del Hollywood de los años 30 y el Nueva York gansteril, de una frescura cimentada en una fotografía luminosamente bella cortesía de Vittorio Storaro (ganador de tres premios Oscar, entre los que se incluye su trabajo en Apocalypse Now, de Coppola) y una puesta en escena que cuida los detalles para transmitir nostalgia por esa época. Además, esas tomas del skyline neoyorquino que remiten a la sensacional Manhattan (1979), por ejemplo, con dos enamorados tomándose de la mano, le imprimen toques encantadores a esta cinta ya de por sí cargada de melancolía.

Jesse Eisenberg, lleno de los tics y el aura de Woody Allen cual si fuese la versión joven del también narrador de esta cinta –su mejor álter ego, sin duda–, interpreta a Bobby, joven neoyorquino que, cansado de trabajar con su papá (un espléndido Ken Stott), emprende un viaje de costa a costa para buscar empleo con su tío Phil (Steve Carell, cumplidoramente contenido), exitosísimo agente de estrellas de Hollywood y hermano de la madre de Bobby, Rose (Jeannie Berlin, divertidísima). Después de una larga espera, el chico al fin consigue ver a su ocupado tío, quien lo invita a almorzar, le promete un empleo creado a modo y le pide a su secretaria Vonnie (Kristen Stewart) que lo lleve de paseo por la ciudad.

Bobby queda enamorado de la bella Vonnie, una chica encantadora, sensual y abierta que, sin embargo, tiene novio. Pero el chico no ceja, y ella tampoco parece querer que lo haga, a pesar de que le entusiasma la relación que sostiene. Pasan mucho tiempo juntos porque el novio de ella viaja frecuentemente. En tanto, Bobby aprende a moverse entre las estrellas, pasando de la inseguridad (esa escena con la actriz desempleada vuelta prostituta es magnífica) al aplomo. Pero luego ocurre algo y él regresa devastado a Nueva York a hacerse cargo del negocio de su hermano mayor Ben (Corey Stoll, divirtiéndose), un gánster que ha abierto su propio centro nocturno a costa de “presionar” a sus antiguos dueños.

Bobby, enfundado en un melancólico esmoquin blanco muy referencial del Humphrey Bogart de Casablanca (1940), ocupa las habilidades aprendidas en Hollywood para llevar el negocio en Nueva York, el cual se vuelve un referente en la vida nocturna de esa ciudad. Ahí conoce a Veronica (Blake Lively), con quien se casa.

Con la ligereza como guía, y con una construcción episódica cuya pauta es dada por el narrador, Allen no tiene que preocuparse porque sus personajes sean profundos o no. Le bastan sus característicos diálogos puntillosos para construir sus escenas (deja en los personajes de Ken Stott y Jeanie Berlin varios de los momentos más divertidos de la película) y que sus protagonistas exploten la química que tienen. Café Society, es verdad, es una mirada al glamur de Hollywood, pero no sólo eso. Como en toda película de Allen, hay que detenerse en los detalles, estar pendiente de los nombres dados, de los objetos mostrados y de los diálogos. El cineasta octogenario todavía tiene mucho que decir. 

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autor Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".
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