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Cine

De libros, amores y otros males – Crítica

18-10-2018, 12:39:01 PM Por:
De libros, amores y otros males – Crítica

En su nueva cinta, Isabel Coixet juega con las definiciones que le damos a los afectos para transformarlos en una historia sencilla, honesta y sobre todo, llena de “males” que se irradian el corazón.

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La vida se compone de apegos. Sean dirigidos hacía algo físico o emocional, sin ellos, una buena parte del día a día no tendría explicación lógica. Así, Florence Green (Emily Mortimer) descubre su existencia como una viuda joven que, a partir de la muerte de su esposo, debe encausar el dolor y la soledad en un proyecto: los libros. De libros, amores y otros males (2017), es la más reciente película de la directora catalana Isabel Coixet, una meticulosa y delicada película que sigue la vida de Florence cuando, sin precedentes, decide abrir una librería en un pequeño poblado de Inglaterra. La decisión, simple e inocente en apariencia, desatará un ambiente hostil hacía una soñadora que no tiene cabida en una sociedad burguesa de inicios del siglo pasado regida por la hipocresía y las “buenas maneras”.Esta lucha la vemos condensada en Violet Gamart (Patricia Clarkson), la mujer de sociedad más importante del lugar que se convierte en la antítesis de la libertad y la esperanza de Florence. Como suele pasar con las impecables interpretaciones de Clarkson, en ella encontramos no sólo la figura de una mujer malvada o sedienta de poder, sino también la representación del miedo que nace ante los inminentes cambios que trae consigo el nuevo siglo. Ella, con sus expresiones desdeñosas, sus sonrisas fingidas, su riqueza aislada y artificial, trae consigo el tufo de una Inglaterra que aún se niega a dejar de lado el derecho divino sobre los demás.

En el personaje de Patricia Clarkson encontramos la representación del miedo que nace ante los inminentes cambios que trae consigo el nuevo siglo.

Así, con el pretexto de una riqueza cultural que debe ser compartida con el resto del poblado, la lucha de estas dos energías servirá para que Coixet reafirme su estilo cinematográfico con un bello diseño de producción que reúne portadas de libros clásicos dignos de una competición editorial. Estos ejemplares casi de museo hacen que el espectador añore la belleza y la tranquilidad que la protagonista encuentra en las historias y el envoltorio de estos textos históricos. De esta manera, sube la importancia de la librería conforme avanza el metraje hasta transformarla en un personaje más que acompaña a Florence. De su fachada, sus paredes, su tapiz y sus estanterías se desprende un aura de única que Coixet ya había explorado en la búsqueda de Ann (Sarah Polley) en La vida sin mí (2003).

Dentro de este nuevo personaje, la librería, y al mismo tiempo que vemos desfilar por su estantería títulos como los clásicos griegos, los inicios de Ray Bradbury o la escandalosa Lolita (1955) de Nabokov, la historia de Florence se combina con su lucha, el autodescubrimiento y saberse acompañada por personas como Edmund Brundish (Bill Nighy), un viejo solitario, ávido lector, que comparte sus impresiones sobre los ejemplares que llegan a la librería, o de la huraña y desfachatada Christine (Honor Kneafsey), una niña que ayuda a atender la librería.

La decisión de Florence (Emily Mortimer) de abrir una librería desatará un ambiente hostil hacía una soñadora que no tiene cabida en una sociedad burguesa de inicios del siglo pasado.

Con este conjunto de fuerzas, pareciera que la batalla de Florence no está perdida, que es sólo es el inicio de una historia más de optimismo y redención, sin embargo, Coixet no se deja apresurar por la resolución sencilla, previsible, y dentro de todo este universo de ilusiones casi imposibles para una mujer “sola” en el siglo pasado, se desprende una atmósfera oscura, que rompe con la luminosidad de inunda la película para dar un golpe que regresa a la realidad tangible, humana.

Son precisamente las decisiones de la película hacia su última parte lo que hace a De libros, amores y otros males, una precisa radiografía de la femineidad que no está atada a las resoluciones de cuento de hadas. Coixet juega con las definiciones que le damos a los afectos para transformarlos en una historia sencilla, honesta y sobre todo, llena de “males” que se irradian el corazón.

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autor Escribo sobre cine y televisión. Me gusta pensar las imágenes. Colaboradora en Revista Nexos, Butaca Ancha y F.I.L.M.E Magazine. Cuando sea grande quiero ser como Luisa, en Días de otoño de Roberto Gavaldón.
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