Descansa en paz, David Carradine

Hace mucho no me impactaba así la muerte de una celebridad, pero David Carradine fue, personal y profesionalmente –¿hay alguna diferencia?– importante para mí. Fue la primera persona a la que entrevisté por teléfono, hace casi seis años. Yo odio hablar por teléfono: me sudan las manos, digo tonterías sin quererlo, muerdo el cable. Pero al otro lado de la línea me recibió un tipo amabilísimo, quien me hablaba con pleno agradecimiento hacia Quentin Tarantino sobre su papel en la saga Kill Bill. Esta en su casa, me lo imaginaba en jeans y una sudadera vieja, sobre un sillón de piel maltrecha, sorbiendo té verde por eso de sus afiliaciones budistas. Después hablamos de filosofía, de religión, de México. Incluso me comunicó con su hijo pequeño. Reímos y la entrevista que se supone duraría 15 minutos se extendió a más de una hora. Quiero creer que murió de causas naturales, y no colgado como apuntan ciertos reportes –por la única razón de que la imagen me parece perturbadora–. En unas horas, en esta era de información rápida y caduca, lo sabremos. Yo me quedo con esa voz profunda y sabia de sensei, con ese gringo de pelo largo y rostro de carretera que me hizo sentir seguro, que me convenció de que estaba en el camino correcto. Yo me quedo con el tipo que en Kill Bill muere por amor, con la figura ágil que repartía karatazos. Aquí, una escena eliminada de Kill Bill. Que en paz descanse, en un paraíso zen.

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César Albarrán Torres Es investigador del Programa de Culturas Digitales de la Universidad de Sydney. Es el editor fundador de cinepremiere.com.mx y escribe sobre cine, televisión y tecnología en diversos medios nacionales e internacionales.