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Columnas

Gloriosa y tarantinesca alfombra roja

20-05-2009, 9:30:09 PM Por:
Gloriosa y tarantinesca alfombra roja

El eterno enfant terrible presentó Inglorious Basterds. 

Fotos: Cortesía del Festival de Cannes

En algún momento el jetlag tenía que cobrarme el cambio de horario, pero nunca pensé que se atreviera a hacerlo el día que Quentin Tarantino presentaría su nueva creación: Inglourious Basterds. Y sí, se lo imaginaron bien, me quedé dormido y no llegué a la función de prensa programada a las 8:30 de la mañana, una crueldad de horario cuando se vive el octavo día de actividades en Cannes.

A las 3:30 de la tarde –la hora en la que me entrevistaría con el ex futbolista Eric Cantona y el realizador Ken Loach–, todo estaba perdido, hasta que algo inesperado sucedió. Hablaba con una periodista brasileña y le contaba mi tragedia al no despertarme y perder la función, cuando me preguntó: "¿Quieres verla? Tardé como 5 segundos en entender lo que me cuestionaba, y luego, tras recibir de mi un “por supuesto”, sacó de su bolsa lo que me pareció un pasaporte al cielo: un boleto para la gala de una de las cintas más esperadas del 62 Festival de Cannes.

Sólo que esa entrada no garantizaba estar en la función de gala del Teatro Lumiere, pues antes, había que disfrazarse, llegar a tiempo y esperar el escaneo de los guardias de seguridad que al estilo de cualquier guarro de antro en el DF, decidían si eras apto o no, para compartir la proyección con el Olimpo cinematográfico. Pues bien, después de que Cantona dijo que dejó el futbol porque perdió la pasión, corrí desesperado al lugar donde me hospedo (a 20 minutos a pie) para convertirme en lo que solamente me convierto una vez al año: un chico decente, bien vestido y con una sonrisa que conquistaría hasta a mi mismísima suegra en la noche en que le pediría que me dejara casar con su hija.

Cuando preparé mi maleta para viajar a Cannes, dudé en llevar las cosas que nunca me pongo, es decir un saco, una pantalón oscuro, camisa de monaguillo y sobre todo, una ridícula corbata de moño. Por suerte todo estaba en mi equipaje, aunque para ser sincero, durante un momento dudé que lo había empacado. Radiante (bueno que puedo decir yo de mi) salté a la calle y que revelación: la gente me sonreía, los autos me cedían el paso y los niños en las carriolas casi me decían “Mon père” –osease “papá”–, algo que no sé si sea muy conveniente a estas alturas de mi vida, sobre todo después de seis ediciones de Cannes en las que esa frase podría estremecer mi vida de  manera muy severa.
Antes de arribar a la suculenta alfombra roja, tuve que sortear a una manada de figurines que, desesperados y engalanados, buscaban una entrada para la función. Es increíble lo que provoca el Cannes: la gente se viste de gala, se perfuma y se lanza a la calle para pedir un boleto para entrar a ver la película. Cuando salen de sus casas no saben si podrán entrar, pero se atavían con toda la ilusión y eso, muchas veces basta, aunque otras no. Y luego, el scáner de la policía francesa. Estoy seguro que hoy, Cannes era el lugar más seguro de toda Francia. Más que Palais de l’Elysée (el equivalente a Los Pinos galo) donde cada noche Nicolás Sarkozy tiene la oportunidad de hacerle el amor a Carla Bruni. El despliegue policiaco fue igual o más impresionante que la alfombra roja por la que desfilaron Brad Pitt y Angelina Jolie, entre muchos otros.

Pero antes de ese momento que acalló todos los rumores sobre su supuesta separación, sucedió el espectáculo más inolvidable de Cannes 2009, pues al escuchar los acordes del tema "You never can tell" de Chuck Berry, Quentin Tarantino y la actriz francesa Mélanie Laurent (qué cosa, Dios mío) comenzaron a bailar imitando la coreografía de esa secuencia memorable de Pulp Fiction. Ella era Mia Wallace y él, evidentemente, Vincent Vega.

Todos quedamos tan paralizados al atestiguar ese momento y no hubo más que aplaudir, mientras Tarantino iba de un lado a otro y se comportaba como aun autentico enano con película nueva. Si quieren más nombres de los que desfilaron por la pasarela aquí están: Asia Argento, Isabelle Huppert, Elsa Pataky, Vincent Perez, Emile Hirsch, Sharon Stone, Eli Roth, Laetitia Casta, Mike Myers, Diane Kruger y Robert “the vampire” Pattinson. Cuando el elenco de Inglourious Basterds apareció por la puerta del Teatro Lumiere el aplauso fue estruendoso y conmovedor, pues todos ahí celebrábamos a uno de los cineastas más vanguardistas y apasionados que nos ha regalado Estados Unidos. Y luego, la película, que a mi me pareció un tanto decepcionante. Dos horas y cuarenta minutos para reventarnos la venganza judía al estilo Tarantino contra los nazis. Evidentemente el cinéfilo convertido en cineasta consagrado nos regala momentos memorables de hilaridad –su cinta es una farsa libre y abierta– pero el resultado resulta dramáticamente poco efectivo.

Esta cinta padece de lo que muchas en esta edición de Cannes: de los planteamientos sustanciales que hagan verídico el relato y sostengan la historia. Pero ya la verán y emitirán su propio juicio. Yo, mientras tanto, me voy a dormir con la sonrisa en los labios de haber vivido una de las experiencias más emocionantes del festival más importante del mundo. Un regalote que cayó, literal, del cielo.

– Salvador Franco Reyes / Enviado Cannes

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autor Es investigador del Programa de Culturas Digitales de la Universidad de Sydney. Es el editor fundador de cinepremiere.com.mx y escribe sobre cine, televisión y tecnología en diversos medios nacionales e internacionales.
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