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Columnas

Kafka y la Epidemia

28-04-2009, 8:40:52 AM Por:
Kafka y la Epidemia

                                                                  Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar                                                                                     Del Diario de Franz Kafka, 2 de agosto de 1914   Estoy casi cierto de que una de entre las miles de interpretaciones que estas líneas escritas por el creador de La Metamorfosis – citadas incansablemente por filósofos y escritores- […]

                                                                  Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar

                                                                                    Del Diario de Franz Kafka, 2 de agosto de 1914

 

Estoy casi cierto de que una de entre las miles de interpretaciones que estas líneas escritas por el creador de La Metamorfosis – citadas incansablemente por filósofos y escritores- ha acumulado a lo largo del tiempo, aduse que revelan una sutilísima pero no por ello poco evidente manifestación de que lo cotidiano, lo particular, por más de que uno quiera evitarlo, se perpetúa incluso ante las peores crisis, incluso las colectivas. En pocas palabras, y situándolo a un plano actual y local y, si se quiere, también arbitrario, la abuelita de una esquina cualquiera de la Ciudad de México -con tapabocas y quizá melancolías acumuladas de más- continuará bajando a la tienda de siempre por sus bimbuñuelos y su acostumbrado paso lento aunque las fases de alarma ante una posible pandemia alcancen grados cinco, seis o cien. En su cabeza encebollada y tras sus sienes arrugadas, por encima de lo que pueda leerse en los diarios o aquello que el presidente declare en cadena nacional, rondarán los mismos pensamientos que le hacen ruido desde hace años que siente ya como décadas: el medicamento que está por agotarse y que hay que comprar, los problemas económicos de la hija, la poca presteza con la que el nieto parece desempeñarse en las matemáticas, la bola de grasa en la epidermis del gato que hay que sacar antes de que adquiera las dimensiones de una naranja…

Y pensar en ello, no se porqué, hace que me sienta más tranquilo. Tal vez se deba a que -lo he estado meditando toda la mañana, en cada pausa que he tomado en la lectura de distintos periódicos-, si acaso yo viviese aún en la Ciudad de México, lo más probable es que tratase de contrarrestar el miedo frente a lo que ahora acontece con un kafkianismo casi enfermizo. Sí, creo que trabajaría como nunca, pegado a la computadora y sin pararme apenas al baño, y en los obligados descansos me dedicaría a contar el número de rayitas que hay entre cada ladrillo que hay en la pared contigua, y luego en la que sigue, y en la que sigue. Todo fuese por espantar el temor, por minimizarlo o, ¿por qué no?, por mimetizarlo… al final uno, y ya lo dijo el checo, siempre tiene la opción de dormir hombre y despertar con caparazón y tenazas.

Aunque si digo todo esto, -y si además lo hago de manera que se antoja inacabada, como si fuera un esbozo de un escrito que ya nunca será terminado-, es por no pensar en lo que pienso: en esta impotencia de mierda que sentimos todos los que estamos fuera -de geografía y de peligro- de la Ciudad de México. En este agobio de no poder hacer nada ni ayer ni hoy ni mañana y que se me pega con rabia al alma mientras la tarde más hermosa que ha tenido Berlín en todo el año copula con el verdor imposible de sus calles. En esta culpa de patas de araña y lengua de demonio que se desliza por mis paredes intestinales al tiempo que me despeina el viento de ese lugar en el que no pasa nada en el que vivo, hoy más bello e iluminado que de costumbre y por eso más doloroso.

Pero, ya lo dije, ante estas situaciones lo mío, por no pensar, por no sufrir, es vestirme a la kafkiana, enfundarme en esa tristeza tan gris que no puede ser tristeza, nadar por la tarde y por la noche y hasta que haga falta. Aprovechar, pues, que los aromas y las locuras de Praga no me quedan tan lejos: lo lógico -en mi lógica inlógica- es que floten en el aire con el polen y las abejas.

Y así.

Y para otros kafkianos que prefieren ver videos de youtube que contar rayitas en las paredes propias y ajenas, aquí tres versiones de Ante la Ley, conocido relato suyo:

La Clásica (con Orson Welles narrando)

Alternativa A

 

Alternativa B

Y para concluir vaya hasta allá una suma, esa sí no kafkiana, de esperanza.

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autor Es investigador del Programa de Culturas Digitales de la Universidad de Sydney. Es el editor fundador de cinepremiere.com.mx y escribe sobre cine, televisión y tecnología en diversos medios nacionales e internacionales.
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