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Cine

La balada de Buster Scruggs – Crítica

25-01-2019, 10:27:05 AM Por:
La balada de Buster Scruggs – Crítica

Los Coen regresan con una película compuesta por seis viñetas con las que rinden homenaje al género western y, de paso, a su infancia.

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Lo mejor de La balada de Buster Scruggs, para empezar, es su capacidad de saciar necesidades: aquellos a quienes nos gustan los hermanos Coen por fin podremos comprobar cómo funcionan en el ring de los golpes breves, partiendo de la disyuntiva, claro, de que los cortometrajes que marcaron el inicio de su carrera –y de la del noventa y cinco por ciento de los directores– no cuentan. En todo caso lo que se halla detrás de los seis relatos fílmicos que arman a La balada de Buster Scruggs es un dueto de cineastas consagrados, ubicados por encima del bien y del mal, ajenos ya al ímpetu de tener que demostrar lo buenos que son.

Los hermanos pudieron darse el lujo de ubicar una historia en el espacio, componer un documental sobre ese género musical que tanto parece gustarles y que entre los entendidos es conocido como “Americana”, o adaptar nuevamente una novela de Cormac McCarthy –o, ¿por qué no?, de un autor latinoamericano: ¿acaso no sería genial que fueran ellos los encargados de llevar al cine algún título de Roberto Bolaño?–. Pudieron incluso volver a hacer una película tan olvidable como ¡Salve César! y aun así crítica y público se los hubiera perdonado. Pero no fue así. Fieles, al fin y al cabo, al llamado que el lejano oeste les ha hecho desde que por vez primera tomaron una cámara y esbozaron un guion, volvieron al western, lo que sinceramente es un decir, dado que tres cuartas partes de la filmografía coeniana son en realidad westerns trasladados a otro tiempo y espacio (desde Educando a Arizona hasta El gran Lewobski) y a esos elementos que uno suele ubicar en la representación clásica del género: cantinas malolientes, cowboys intrépidos, caravanas y buscadores de oro.

En este sentido podría decirse que el brío por apostar no cambió pero, como ya se ha dicho, el tipo de juego desplegado sobre la mesa es distinto, lo que evidencia que a este virtuoso monstruo de dos cabezas no se le han agotado todavía las ganas de experimentar. En cuanto a los resultados, y como suele ocurrir con todos los conjuntos armados con piezas disímiles –Dimensión desconocida, New York, I Love You, Relatos salvajes– carecen de la homogeneidad que poseen los metrajes de largo alcance. De allí que incluso el ejercicio de la crítica pierda cierto consenso. Si acaso podría convenirse en que el relato que cierra la cinta y que lleva el título de The Mortal Remains, protagonizado por Tyne Daly y Brendan Gleeson, sea el más flojito de la serie, por no decir el más alejado de la típica impronta de los hermanos cineastas.

Ello, por fortuna, no ocurre con esas otras cinco narraciones que, para empezar, están salpicadas de gente talentosa, desde James Franco a Liam Neeson, por no dejar de mencionar a Zoe Kazan o al grandísimo Tom Waits en el que quizá sea el mejor papel de su vida. En todas ellas se observa un despliegue claro y eficaz del surrealismo, la farsa y el humor cáustico que Ethan y Joel Coen llevan en su ADN, quién sabe si a causa de leer tantas novelas negras de Jim Thompson o por algún elemento extraño que posea el agua de su Mineápolis natal. Desde el minuto uno, pues, vía La balada de Buster Scruggs, la viñeta abridora –y excelentemente protagonizada y cantada por Tim Blake Nelson– se nos anuncia que el trayecto estará marcado por sangre, crueldad, comedia, ironía y una medida dosis de compasión. La elección no es, por supuesto, fortuita: el hecho de que esta fábula abridora se antoje más emparentada con aquel corto animado de título Pecos Bill que Walt Disney produjo en los años 40, que con la obra de John Ford o, incluso, que con la propia Temple de acero, revela un sutil –o no tanto– homenaje no sólo al género western sino a la infancia misma de los cineastas: lo presentado, se nos dice, no abreva del celuloide, sino de un libro de cuentos imposible, un libro que un abuelo cualquiera pudo haber leído a sus nietos frente a la chimenea, uno por noche, mientras ellos, muertos de miedo –y también de risa– escuchaban metidos debajo de las mantas. En resumen, sí, ya no hay duda: los Coen también son efectivos en distancias cortas.

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