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Cine

La cordillera – Crítica

08-12-2017, 1:11:08 PM Por:
La cordillera – Crítica

La tercera cinta de Santiago Mitre es una ambicioso rompecabezas político que lo mismo evoca a Costa Gavras que a Alfred Hitchcock.

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Ningún otro cine hablado en español puede presumir de una tradición más sólida que el argentino si se trata de cine político. Los entresijos del poder, desde el de altas cúpulas hasta el más cotidiano, parecen materia inagotable para los cineastas de generaciones recientes en el cono sur. Son ellos, quienes iniciaron filmografías después de las dictaduras, quienes se van tomando libertades cada vez más aventuradas para abordar lo político, lo económico y lo social en una diversidad insólita de registros: melodramas políticos (El secreto de sus ojos), comedias políticas (El ciudadano ilustre), sátiras sociopolíticas (Relatos salvajes), thrillers de acción (El clan) o elaboradas abstracciones de autor (Jauja).

Entre éstos, Santiago Mitre parece ser quien mejor y con más cuidado ha estudiado las lecciones de la vieja escuela de cine político para seccionar y abrir en canal, con finos bisturíes, la consciencia colectiva de la Argentina del siglo XXI. Y los síntomas que encuentra, por cierto, son de gravedad. Su corta filmografía –tres películas individuales y otras dos dirigidas en equipo– ha ido escalando en ambición y en resultados. El estudiante (2011) fue un interesante, tenso y cercano estudio a las luchas estudiantiles universitarias vistas desde dentro, con todas sus virtudes y sus vicios expuestos al sol; Paulina o La patota (2015), quizá su mejor película hasta ahora, fue un vibrante estudio femenino –e incluso feminista– acerca de la búsqueda de justicia y las mutaciones de la ética personal después de un ataque sexual.

La cordillera, con un elenco multiestelar y un recorrido amplio por festivales y premiaciones, llega a cartelera como uno de los estrenos hispanoamericanos más anticipados de esta temporada. Para Mitre es una apuesta de riesgo considerable: entre más alto se escala, más dura es la caída. La cinta, estrenada en la sección Una cierta mirada del pasado Festival de Cannes, no provoca ninguna reacción unánime: tiene tantos aciertos como debilidades, y exhibe a un realizador talentoso e inteligente que, por desgracia, no alcanza la altura de sus propias ambiciones y que, cuando intenta apretar el paso, tropieza.

La cordillera arranca con la imagen espectacular de un balcón que se alza por encima de los Andes sudamericanos. Son las montañas, como símbolo, las que le dan nombre a la cinta, sin que nadie llegue a entender, bien a bien, qué es lo que simbolizan. Una silla rompe un vidrio y cae al vacío: intuimos que algo grave está pasando, quizás un crimen. No llegaremos a enterarnos por completo. No es spoiler, aunque parezca.

De ahí en adelante, alternan dos relatos paralelos, relacionados mediante un juego de claves y alusiones psicoanalíticas: en uno, el presidente argentino (un Ricardo Darín turbio, eficaz) asiste a una cumbre diplomática panamericana, intentando recuperar algo del liderazgo regional que le ha sido arrebatado por escándalos personales; en el otro, su única hija (Dolores Fonzi) aparece de improviso en la misma sede, en medio de un quiebre matrimonial y acechada, según nos damos cuenta, por un secreto que podría perseguirla desde la infancia. Hay una lectura intrigante, develada en clave de thriller psicológico, que envuelve a la trama política y a la tragedia íntima en el mismo ambiente ambiguo, opresivo. Las claves aparecen y se esfuman, los diálogos afilados estallan, secuencias atmosféricas y bien ejecutadas van articulándose con buen pulso hasta llegar a un nudo… perfectamente vacío.

Víctima de sus propias ambiciones, La cordillera tropieza con sus propios –complicados– pasos de baile, dejando al espectador (al menos a mí) fascinado pero desconcertado, sintiendo que un cineasta con talentos innegables acaba de usarlos para tomarle el pelo. A pesar de esto, La cordillera amerita ser vista en una pantalla de tamaño considerable, con la atención puesta en su potente elenco de secundarios (Alfredo Castro, Paulina García, Elena Anaya, Daniel Giménez Cacho, Christian Slater) y en su estimulante puesta en escena, pensada y ejecutada por un cineasta que, con 37 años de edad, ha inyectado un vigor refrescante en el cine hispano. Ojalá, en la próxima ocasión, ese vigor entregue un resultado más redondo.

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autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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