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Cine

La luz entre los océanos

20-09-2016, 10:55:06 AM Por:
La luz entre los océanos

The Light Between Oceans es un filme que oscila entre la tragedia y la felicidad en una historia llena de contrapuntos y de momentos lacrimosos bien elaborados.

Cine PREMIERE: 3.5
Usuarios: 4.5
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Más allá de ser una historia de amor cargada de elementos melodramáticos, La luz entre los océanos, cuarto largometraje de Derek Cianfrance, es un relato moral que contrapone el deber ser con la lealtad (en este caso a la pareja y a los principios de uno mismo). Situada en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial en una desolada isla australiana, la película es tan tierna como perturbadora, tan contemplativa como devastadora, y todo sin que al realizador le incomode pisar los peligrosos terrenos del culebrón romántico en el que continuamente está por desbordarse. Por el contrario, Cianfrance, director de la memorable Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010), se afianza en las convenciones del género para oscilar, como el oleaje soberbiamente retratado por Adam Arkapaw, entre la tragedia y la felicidad en una historia llena de contrapuntos y de momentos lacrimosos bien elaborados.

Tom (Michael Fassbender) es un hombre perturbado por sus vivencias en el campo de batalla, por lo que busca un lugar alejado para olvidarse de todo y acaba pidiendo el empleo de cuidador de un faro en una isla remota en la que pasaría la mayor parte del tiempo a solas. Pero desde que llega al pueblo donde le entregan el puesto, ve a una hermosa joven a la que luego conoce cuando el matrimonio Graysmark lo invita a cenar. En sus siguientes visitas a la isla, empieza a salir con Isabel (Alicia Vikander), la muchacha en ciernes, con quien acaba casándose. Ella se muda con él a la isla y, a pesar del aislamiento, viven felices hasta que intentan tener un hijo, y lo pierden en cada intento. 

La fotografía de Arkapaw (True Detective) transita de la belleza de los paisajes y de los momentos íntimos hacia ambientes sombríos como el de la tormenta o el bravísimo y amenazante mar. Sin servicios médicos ni ayuda de ningún tipo, pero tampoco sin la intención de buscarlos (no de parte de ella, a quien la situación de que la revisen le acongoja), poco a poco la pareja empieza a desmoronarse. Isabel, devastada por la tristeza, se sume en la melancolía mientras Tom se refugia en un tormentoso silencio. Pero el llanto de un bebé se oye un día a lo lejos y llega hasta la orilla un pequeño bote con un hombre muerto y una nena. La pareja se debate en el qué hacer: ¿quedarse con la niña como si fuera propia, al fin nadie sabe del último aborto, o informar inmediatamente del hallazgo, la obligación del farero? La decisión marcará para siempre sus vidas, y su relación, que como el mar cambia de la apacible felicidad a una embravecida tristeza y más aún cuando aparece Hannah (Rachel Weisz), quien perdió a su marido y su hija en el mar. 

Con un acertado y edulcorado score del francés Alexandre Desplat y unas notables actuaciones de los protagonistas, la película se cuece lentamente. Cianfrance, él mismo adaptador de la novela homónima de M. L. Stedman en la que se basa el filme, consigue hacer que los tormentos y la desolación interior que viven Tom, Isabel y Hannah tengan sus espejos visuales en los paisajes y las tonalidades grisáceas que dominan la paleta de colores. La contraposición de encuadres abiertos y cerrados es también un espejo del conflicto moral de los personajes. Y la resignación de Tom a aceptar los deseos de su esposa y de incluso acatar como propias todas las responsabilidades, a pesar de las incongruencias y desvaríos de ella, es una forma de acentuar los elementos melodramáticos y de tensar hasta el quiebre los hilos de la tragedia. 

Si hay algo que Cianfrance hace muy bien es tomarse su tiempo. Su conflicto moral, propio de una época pasada, funciona convenientemente en el universo fílmico que ha construido con meticulosidad. Y esos pasos de la felicidad a la tristeza y viceversa dan tiempo para sacar los kleenex las veces que sean necesarias porque, efectivamente, Cianfrance sabe explotar el melodrama sin desbarrancarse en sus excesos. Tal vez pudo haberse ahorrado algo de metraje, sobre todo en el epílogo, donde su afán de conmover por poco le cuesta todo el esfuerzo (ese maquillaje).

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autor Nadie quiere acompañarlo al cine porque come palomitas hasta por los oídos e incluso remoja los dedos en el extraqueso de los nachos. Le emocionan las películas de Stallone y no puede guardar silencio en la sala a oscuras. Si alguien le dice algo, él simplemente replica: "stupid white man".
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