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Columnas

La memoria… en el cine

21-05-2009, 11:37:32 AM Por:
La memoria… en el cine

    En España hay ahora mismo un debate candente sobre la “Ley de recuperación de la memoria histórica” que, desarrollada por nuestro actual gobierno, apenas ha conocido desarrollo. Durante nuestra Guerra Civil y tras la instauración de una cruenta dictadura por parte del General Franco, los cadáveres de muchos soldados y civiles leales a […]

 

 
En España hay ahora mismo un debate candente sobre la “Ley de recuperación de la memoria histórica” que, desarrollada por nuestro actual gobierno, apenas ha conocido desarrollo. Durante nuestra Guerra Civil y tras la instauración de una cruenta dictadura por parte del General Franco, los cadáveres de muchos soldados y civiles leales a la legitimidad republicana, quedaron sepultados en fosas comunes para disgusto de sus familiares sabiéndose no sólo vencidos sino humillados.
 
La recuperación de las libertades trajo consigo la defenestración del franquismo pero no se hizo nada para reparar aquella humillación en aras de que cualquier intento de reconciliación nacional fracasaría si se atendía a las demandas de aquellos que habían sido víctimas del Régimen dictatorial. Hoy, más de 30 años después de la muerte del tirano, uno pensaría que en una situación de normalidad democrática como la actual no pasaría nada por satisfacer las demandas de todas esas familia por recuperar la memoria enterrada de sus allegados y su compromiso contra la dictadura. Pues bien, no está tan claro. A los hijos políticos del franquismo les ha sentado muy bien el “borrón y cuenta nueva” que se pactó en su día hasta el punto de que a muchos de ellos les ha favorecido para consolidar su imagen de “demócratas de toda la vida” y argumentan que reabrir aquellas viejas heridas no puede traer nada nuevo. Lo cierto es que no hay nada que reabrir pues aquellas heridas nunca se cerraron y si se hizo fue en falso. Por otro lado lo que verdaderamente temen estos prohombres es el desenmascaramiento de su causa.
 
Seguro que a estas alturas muchos de ustedes, queridos lectores, estarán pensando ¿Después de desvariar hablando de música con ocasión del deceso de Antonio Vega ahora este blogger de pacotilla nos va a enmendar la plana contándonos por entregas la historia política de su país? Y la respuesta es no, nada más lejos de mi intención. Sólo pretendía ilustrarles sobre los recelos que despierta el debatir un concepto tan confuso como “memoria histórica” dando mi punto de vista al respecto.
 
La memoria es una abstracción estrechamente vinculada a la intimidad de cada quién y por eso mismo no se puede legislar, pero tampoco falsear los hechos acaecidos para consolidar los propios privilegios. Uno se pregunta ¿cuál es la mejor manera de conocer la Historia? Y enseguida surge la respuesta: que nos la cuenten sus protagonistas. Es lo que en los últimos años se ha dado en llamar Historia oral. Y acaso ¿no es el cine un medio privilegiado a la hora de conservar y difundir más allá del espacio y el tiempo estos testimonios? Pues el caso es que hasta ahora poco se han prodigado los cineastas españoles en recoger las vivencias en primera persona de los protagonistas de la Historia (con mayúsculas) prefiriendo entretenerse en recrearla según su propio criterio.
 
Por eso, más allá de lamentar sus convencionalismos formales (sobre todo en el caso de del documental dedicado al líder conservador Manuel Fraga, ex ministro franquista y fundador del Partido Popular), es de celebrar la iniciativa de la productora Morena Films (la misma que financió el díptico de Steven Soderbergh sobre el Ché Guevara) a la hora de presentar en sociedad sendos largometrajes dedicados a glosar las figuras de Santiago Carrillo (de 94 años de edad, secretario general del Partido comunista de España entre 1960 y 1982) y del susodicho Manuel Fraga Iribarne.
 
En primer lugar por la humanización que se lleva a cabo de estos dos políticos confrontándoles con su propio pasado, un pasado que les hace emerger con el aura de los derrotados, figuras mucho más entrañables y próximas que los exitosos o los triunfadores. Desde su retiro Santiago Carrillo evoca las dificultades que entraña el haber vivido enfrentado al sistema, excluido de su propia patria, enfrentado a su padre (socialista que capituló ante el franquismo entregándoles Madrid a los vencedores de la Guerra) y a la ortodoxia comunista de la que se desenganchó en cuanto asumió las insoportables contradicciones de un régimen como el soviético atenazado ante la amenaza que para la consolidación de una ideología representa el reconocimiento de las libertades individuales. Todo esto en medio de una estética de interrogatorio, en blanco y negro, en la que el veterano político de 94 años pone a funcionar su memoria de manera privilegiada incluso para aquello de lo que prefiere no acordarse como las matanzas perpetradas durante la Guerra Civil estando él al frente del Orden Público en la Defensa de Madrid.
 
Manuel Fraga es más esquivo, su sentimiento de derrota viene por otro lado: el de la ambición personal. Ministro de Franco a los 40 años, adalid del aperturismo en tiempos en los que el resto de la clase política únicamente se preocupaba de perpetuar su privilegiada posición, a Fraga le fallaron los cálculos que habrían de llevarle al cargo de Presidente del Gobierno una vez muerto Franco en pleno proceso democrático. Resentido con quienes llegaron detrás que él, su último servicio a la patria lo cumplió como Presidente de la Xunta de Galicia durante 16 años (1989-2005). Poco dado a reconocer sus errores (en el documental deja que sean otros los que lo hagan por él), a sus 87 años su talante liberal adquiere un valor especial al confrontarlo con el fascismo neocon de sus cachorros políticos.
 
Fraga y Carrillo, dos hombres y un destino, el de este país, siempre a la gresca, siempre enfrentado, pero aún así especial en la perseverancia por lamerse sus heridas en soledad.
Cine de primera más ¿cine interesante? El miércoles, con las entradas más baratas por ser día del espectador a las 18:45 de la tarde, apenas 7 personas ocupábamos la sala 1 de los cines Luchana, cines próximos a la castiza glorieta de Chamberí y abandonados a su suerte por un urbanismo voraz que desplaza a las masas de espectadores hasta la periferia y sus centros comerciales con multisalas añadidas.
 
De la memoria histórica dentro de nada va a quedar lo mismo que de las viejas salas de proyección madrileñas: un vago recuerdo y pocas referencias concretas.

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