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Cine

La odisea

25-04-2017, 9:43:39 AM Por:
La odisea

Como el miedo a la inmensidad del mar, La odisea, de Jérôme Salle, es una biopic que pasea por el terreno de lo convencional.

Cine PREMIERE: 3.5
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Julio Verne y el Capitán Nemo reencarnaron. El primero, inventor, curioso, con una imaginación desatada; el segundo, perseverante y enamorado del mar, ambos, sin saberlo, dieron vida a uno de las personas más curiosas e importantes del siglo XX: Jacques-Yves Cousteau, el capitán del Calypso. 

De carne y hueso, Cousteau no necesitó ser parte de una ficción para creer y lograr cosas imposibles. Adelantado a su tiempo, estudió el mar como pocos lo habían hecho, una pasión que lo llevó a crear la escafandra automática o pulmón acuático, un dispositivo para respirar abajo del agua y ser considerado, así, padre del buceo autónomo moderno. 

Sí, Cousteau no fue una persona común. Su vida, plagada por la peculiaridad, con seguridad fue el escenario de un amplio catálogo de sucesos, algo que el director Jérôme Salle lleva a la pantalla grande en La odisea (2016), una biopic que pasea por el terreno de la convencionalidad. 

Basada en una adaptación libre de algunos libros dedicados a su vida y obra: Mi padre, el capitán Jacques-Yves Cousteau, de Jean-Michel Cousteau, y Capitain de la Calypso, de Albert Falco, además de anécdotas y testimonios de personas que convivieron con él, La odisea es, literalmente, una odisea en pantalla grande al tratar de repasar el mayor número de episodios de la vida del marino francés. 

Sin tomar muchos riesgos formales, Salles hace una minuciosa revisión: desde la fabricación de los sueños de Cousteau (Lambert Wilson) a lado de su esposa Simone (Audrey Tautou) y sus dos hijos Jean-Michel (Benjamin Lavernhe) y Philippe (Pierre Niney), su admirable empeño por conseguirlos y, finalmente, el inevitable desgaste de las relaciones con su entorno. 

La vida de Cousteau ya era una garantía para la emoción, el drama y, probablemente, la aventura; sin embargo, Salles opta por el lado humano para explicar lo que hay más allá de los premios, los reconocimientos y los millones de dólares. En ese sentido, todos los actores desenvuelven con tibieza sus papeles, una rutina que por momentos es interrumpida por las escenas de Tautou, bien ejecutadas, que acompañan a su personaje como daño colateral. 

Al parecer, Jérôme jugó entre el lado B de su protagonista, su conexión con la naturaleza, sus relaciones familiares y percepción sobre la vida, muchos caminos que se quedan a medias, sin sorpresas y en donde es previsible el costo de un sueño cada vez más distorsionado. Así, a lo largo de la cinta, es posible entrever esta característica casi didáctica en las biopics donde la condición humana se presenta, más que como un proceso complejo, como algo frágil, expuesto a los errores, pero sujeto a la redención, y en el caso de Jacques, esta representación de humanidad es evidente en el desencanto que experimenta toda su familia, especialmente su hijo Philippe. 

Si bien la columna vertebral de la película es la vida de Cousteau padre, el arco narrativo se ayuda de pilares como Philippe para tensar la narrativa: del padre y esposo amoroso al empresario carismático, egoísta, vanidoso y cruel. Aún con esta psique, el enorme papel que jugó Jacques-Yves sobre el estudio de la relación entre el hombre y la naturaleza marina queda un poco rezagado pues ¿qué no podríamos retratar sobre una persona que ha experimentado un vínculo tan intenso con su entorno? Posiblemente, el director negó esto a los espectadores para centrarse en la banalización de la cruzada por un mundo mejor. 

Esta cruzada, hay que decirlo, es la mejor llave de ingreso para majestuosas imágenes dentro del mar pues, tal y como lo hizo Cousteau en sus más de 100 audiovisuales sobre la vida marina, el director francés las reproduce en momentos, hay que decirlo, escasos, pero bellos que inquietan al espectador sobre nuestra insignificancia dentro de un mundo que aún no terminamos de entender. Al final, la inmensidad marina se tragará a una persona, sus intenciones, sus sueños, su entereza y, por supuesto, a una película que no quiso -probablemente sin intentarlo- arriesgarse a más. 

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autor Escribo sobre cine y televisión. Me gusta pensar las imágenes. Colaboradora en Revista Nexos, Butaca Ancha y F.I.L.M.E Magazine. Cuando sea grande quiero ser como Luisa, en Días de otoño de Roberto Gavaldón.
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