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Cine

Lolo, el hijo de mi novia – Tour de Cine Francés

13-09-2016, 7:10:09 PM Por:
Lolo, el hijo de mi novia – Tour de Cine Francés

Julie Delpy se demuestra como directora segura de sí misma tras el lente, aunque su más reciente filme pierde un poco el rumbo.

Cine PREMIERE: 2.5
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No hay una Julie Delpy, sino dos. Una es la que se robó el corazón de una generación entera cuando, cortesía de Richard Linklater, apareció bajo el nombre de Céline en la primera parte de esa exquisita trilogía de los “Antes” (del amanecer, del atardecer y de la medianoche). Bella como una sirena y más parisina que el Café de Flore, Delpy se convirtió en el símbolo perfecto de la chica europea que igualmente podía ser una estudiosa de Foucault que beber vino barato y externar sin temor sus inquietudes existenciales. Emancipada hasta el dedo gordo del pie, pero también orgullosa de su sensualidad, Delpy pronto se hizo de un ejército de incondicionales de uno y otro lado del mundo occidental. Igualmente requerida por Kieslowski, Kaurismäki o Carlos Saura que por Roger Avary o Jim Jarmusch, la francesa tuvo acceso a algunas de las mentes más prodigiosas en el oficio de dirigir cine, factor que en algún momento de su vida la estimuló a pensar que ella también lo podía hacer. Y, ciertamente, hay que reconocerle que no ha salido tan mal parada. Tras un olvidable debut con Looking for Jimmy (2002) dirigió la muy recomendable Dos días en París (2007), filme que no únicamente tuvo buen desempeño comercial sino también el beneplácito de la crítica y una prestigiada nominación como Mejor película europea del año.

La otra Delpy, sin embargo, y aunque merece el respeto de siempre, la verdad no gusta en igual medida. Para empezar, es la misma que da vida a una Céline distinta a la primera, una que ha rebasado la barrera de los 40 años y que, al igual que su pareja Jesse (Ethan Hawke) ha cedido su espontaneidad y frescura a cambio de un discurso demasiado cerebral, en donde todo lo que dice parece guardar una necesidad primordial por justificar su comportamiento y por hacerle ver al otro (o la otra) sus errores. Estamos hablando de una actuación, claro está, pero la analogía funciona a la hora de hablar de una cinta como Lolo, el hijo de mi novia (2015). No es que se trate de un filme deleznable, por supuesto que no. Después de cinco películas dirigidas, se nota que Delpy está más segura que nunca de la labor tras las cámaras. El lenguaje cinematográfico que utiliza es conciso y ni hablar de las direcciones actorales: tanto ella como los dos excelentes histriones que la acompañan se mueven ligeros por la pantalla, seguros de que el papel que desempeñan les ha quedado al dedillo. El problema se ubica en una historia que parece haberse quedado a mitad de camino entre ser algo ya conocido pero contado con gracia especial (digamos, made in Paris) o convertirse en una apuesta arriesgada pero del todo novedosa.

El relato inicia cuando Violette (Delpy), una exitosa ejecutiva del mundo de la moda se involucra con Jean-René (Dany Boon), un informático del cual se acaba enamorando por los mismos defectos que en el primer encuentro le despertaron rechazo: su ingenuidad y su provincianismo. El meollo del asunto tiene lugar cuando ese amor entre opuestos se ve afectado por Lolo (Vincen Lacoste), un millennial ultra-narcisista que adolece de un complejo de Edipo de diván. Hasta acá todo bien. Abunda el humor, a ratos negro, otras no tanto, pero en todos los casos se lo aprecia genuino, reforzado de manera intermitente con las magníficas intervenciones de Ariane (Karin Viard), la mejor amiga de Violette, dama de gran currículum erótico que nos hace imaginarnos cómo habría sido Samantha Jones (Sex and the City) de haber nacido en la capital gala.

La ecuación, sin embargo, nunca apuntalada del todo, muestra sus peores errores una vez alcanzadas las tres cuartas partes de la cinta, momento en el que Delpy pierde certeza del tono en el que nos quiere contar lo que nos está contando. Las risas, de por sí ya bastante desdibujadas hacia la mitad del metraje, son cada vez menos, y el conjunto alcanza una solemnidad que no era necesaria. Ciertamente hoy más que nunca el cine permite la mezcla de géneros, pero es todavía un terreno adusto y sin reglas claras que no cualquiera está listo para recorrer. En aras de volver a la comparación con que inició esta idea, la película se torna un tanto pretenciosa y aumenta peligrosamente su gramaje intelectualoide, de la misma manera en que lo hicieron esos diálogos de pozo sin fondo que Jesse y Céline establecen en Antes de la medianoche y que ya no suenan ni tan naturales ni tan honestos como los que se dijeron 20 años antes. Tal vez porque ambos eran más inocentes y vacilantes o sencillamente porque habían calculado que, como nunca más volverían a verse, tampoco tendrían nada que perder si se hablaban con absoluta franqueza.

En suma, la cinta cumple el propósito de entretener. De eso no hay duda. Lo malo es que a veces se tiene la impresión que su propósito era otro o que, además de divertir, el filme pretendía mostrar otra cosa. Lo que sea, ese algo no termina de cuajar, con lo que uno queda un tanto desconcertado, perplejo, situación que, por otro lado, no es atípica cuando lo que se acaba de apreciar es una película francesa. Y lo digo a manera de elogio.

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autor No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!
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