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Cine

Paso a paso – Crítica

08-09-2017, 2:04:35 PM Por:
Paso a paso – Crítica

Ben es un joven que ha quedado parapléjico a causa de un accidente. Él es el protagonista de este honesto y conmovedor retrato del día a día en una clínica de rehabilitación.

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Al observar Paso a paso es inevitable pensar en títulos como Amigos intocables (2011) o La escafandra y la mariposa (2007), todas ellas muestra de que el cine francés se toma en serio los temas relacionados con personas a las que un accidente o una enfermedad han dejado con problemas motrices. Problemas que, aun cuando no siempre son superados por completo por quienes los padecen, invariablemente los arrojan hacia procesos de reflexión y descubrimiento que el espectador experimenta junto con ellos. Este objetivo se consigue casi en el cien por ciento de las veces, quizá no tanto a causa de lo contado a través estas películas –sin demeritar los loables ejemplos de superación que existen entre quienes sufren este tipo de lesiones–, sino por la manera en la que lo cuentan: en los tres casos sus protagonistas rechazan el victimismo y una actitud autocomplaciente, recurso que a nosotros como audiencia nos ayuda a comprender que si bien la condición física de estas personas es distinta a la de la mayor parte de la gente, la vida es la misma para todos.

Como dijera Farid, uno de los personajes más interesantes de Paso a paso: “al principio (la gente normal) te ven como un discapacitado, sin personalidad… después verán que en la silla (de ruedas) hay alguien como ellos… con el tiempo se dan cuenta de que hay discapacitados de todo tipo: pueblerinos, con sentido del humor… incluso estúpidos”. No es fortuito, por supuesto, que los tres filmes mencionados estén basados en hechos reales. Ello permite que los márgenes entre la realidad y la ficción, aunque necesarios en toda adaptación cinematográfica, no rebasen ciertos límites.

En el caso de Paso a paso esta contención alcanza niveles inéditos, pues el director Grand Corps Malade no sólo relata algo que en verdad sucedió sino que se atreve a exponer un episodio de su propia vida. Al igual que Ben –un Paul Pauly destinado al estrellato– Malade sufrió en la juventud un accidente que lo dejó parcialmente parapléjico, estado que superó gracias a los dos elementos que nadie que ha caído en una desgracia similar debe perder en ningún momento: paciencia y voluntad. De allí que la narración del cineasta galo rehúya a adentrarse en terrenos acostumbrados para este tipo de historias, como serían el drama del accidente mismo o el desbarajuste que éste causa en el núcleo familiar, para dedicarse de lleno al tema de la rehabilitación.

Paso a paso es un retrato fidedigno de lo que es el día a día para esta clase de pacientes: las relaciones afectivas que establecen con los médicos y enfermeros, así como con otros afectados; las inseguridades y miedos que los agobian; las herramientas que se inventan para poder sobrellevar no sólo la impotencia que les genera su deficiencia motriz, sino el hecho de ser absolutamente dependientes de otras personas para inclusive las actividades más elementales. Ya con cámaras lentas, ya con cámaras rápidas acompañadas de paneos, Malade es efectivo al transmitirnos que el tiempo en estos sanatorios no existe o, si lo hace, transcurre de manera distinta. Allí las fechas importantes no son los cumpleaños ni las Navidades, sino aquellas en las que por fin se pudo dar un paso o sentarse en la cama sin necesidad de solicitar ayuda. Asimismo, aprendemos que en estas clínicas sin relojes ni horas la lástima que es factible generar en los otros brilla por su ausencia. Las únicas dinámicas sociales viables son la mordacidad y la ironía, el burlarse del otro por sus dolencias corporales, siempre y cuando se sea capaz de burlarse de sí mismo con idéntica intensidad y mala leche. De hecho, y pese a que Paso a paso orbita alrededor de la desgracia, uno se ríe como enano precisamente en esas secuencias en las que los internados ejercitan el deporte de joderse unos a otros con bromas tan ocurrentes como crueles, como si la cantidad de saña expelida fuese proporcional al grado de optimismo y buen humor que terminará impregnando el ambiente.

Todo esto se acepta como veraz por parte del espectador. Se nota, pues, que la principal meta de Malade era ofrecer un documento honesto y que para conseguirlo puso todo a su disposición. Mencionaremos de nuevo el talento de Paul Pauly porque sin él el resultado quizá, pese a los buenos diálogos y al pulso óptimo que mantiene la narración, hubiera sido otro. Su registro es amplio y su sangre ligera, con lo que hasta una piedra pómez podría empatizar con él.

En fin. A manera de conclusión podríamos decir que, aunque su temática sea similar, Paso a paso no es ni Amigos intocables ni La escafandra y la mariposa. No posee la alta dosis de comedia de la primera, ni mucho menos la atmósfera onírica y arty de la segunda, pero sin duda se eleva como la más conmovedora del conjunto.

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