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Cine

¡Qué tacaño!

11-07-2017, 11:21:42 AM Por:
¡Qué tacaño!

Una producción que le exige al espectador su cuota veraniega, sin compromiso y sin aportaciones a la comicidad.

Cine PREMIERE: 2
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¿Qué nos debe provocar una comedia? Lo más obvio sería la risa, el buen momento, el disfrute, el aplauso a la genialidad porque este género es –debería ser– uno de los más difíciles de representar en el cine; sin embargo, ¿qué sucede cuando estos objetivos se convierten en un paseo por el lugar común y la risa vacía? Se producen películas como ¡Qué tacaño! (2016), de Fred Cavayé. 

François (Dany Boon) es el primer violinista en una orquesta de Francia, antipático como pocos, su amargura se complementa con un gran defecto: ser tacaño. Llevado a los extremos como alimentarse de pruebas gratis (ya caducas), vivir de la luz de la farola que está afuera de su casa o bañarse en dos minutos, su compromiso con el ahorro, se ve interrumpido cuando, de la nada, aparece su hija Laura (Noémie Schmidt), una chica que es absolutamente lo opuesto a él. 

Hasta aquí parece una historia convencional que combina las historias filiales del reencuentro entre padres e hijos y todas las situaciones extrañas y divertidas que pueden surgir de esto. Y las hay: ¡Qué tacaño!, por momentos, decide ir hacia ese camino y presenta a su protagonista, François, con todos sus defectos (¿y virtudes?), una línea narrativa que abre al espectador las vías para conocer el pasado y presente de él y las personas que lo rodean: la guapa Valérie (Laurecen Arné), sus vecinos y compañeros de trabajo. 

Sin embargo, Cavayé renuncia a esta vía y se concentra en François como el ser humano profundamente egoísta, hiriente, astuto, una astucia que lo llevará al verdadero enredo de la película: Laura, convencida de la bondad de las personas, creará una imagen ideal en donde toda la tacañería es justificada porque su padre es -en secreto– una suerte de Madre Teresa de Calcuta que ayuda a niños huérfanos en México. Al ser su única vía de salvación, este tacaño llevará esta historia a niveles insospechados que lo condenarán a un montón de situaciones incómodas.

Pocas películas de comedia se hayan concentrado en la imagen del tacaño como motor de hilaridad y cuando ¡Qué tacaño! hace el intento, hay algo que no termina de afianzarse con la empatía del espectador: lejos de ser el ogro terrible del vecindario, el hombre sin una gota de paternidad en su sangre o la pareja desastre que está indispuesto a compartir su vida, los gags se desgastan y predomina esta suerte de melodrama del hombre incomprendido. 

Aunque cuenta con una duración optimista, sin tantas pretensiones, esta película francesa salta al vacío de la no comicidad en donde ni siquiera existen situaciones extrañas al estilo Jim Carrey o Mr. Bean (y tampoco es que estos dos sean la mejor referencia), simplemente el humor francés se convierte en un contrato en donde la risa es una forma de transacción: la risa por inercia, porque la película está vendida así. 

¿Arruinaré algo el decirles que no hay nada novedoso en su final? Al estilo Eugenio Derbez, la esperanza es tan clarificadora que casi 50 años de vida como tacaño puede cambiarse en menos de dos semanas. En ¡Qué tacaño! está presente la fuerza y el cariño que se mueve en las relaciones interpersonales pues el hombre solitario no puede, aunque quisiera, sobrevivir en un mundo que exige las convenciones sociales más básicas como el dar las “gracias”. 

Si al final estas inconsistencias no son suficientes para responder el por qué esta película ha sido una de las más taquilleras en Francia, estén atentos a los estereotipos básicos entre Europa y los países de América Latina, elemento que debería ser el último recurso en una comedia y que aquí, es usado como esencial. Si Cavayé lo pone en práctica para exacerbar las características antipaticas de su protagonista, todo parece indicar que el resultado no es el mejor.

¡Qué tacaño! es una comedia que transforma a la risa en un vehículo emocional sin frenos y que para mal, hará que el espectador se estrelle con una producción pensada para la cuota de verano cinematográfico. 

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autor Escribo sobre cine y televisión. Me gusta pensar las imágenes. Colaboradora en Revista Nexos, Butaca Ancha y F.I.L.M.E Magazine. Cuando sea grande quiero ser como Luisa, en Días de otoño de Roberto Gavaldón.
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