Código de familia – Crítica
Su arranque, contra todo pronóstico, es frenético. Pero a la larga es olvidable.
Me dice una amiga periodista: “¡Siempre es un placer ver a Edward Norton!”. Tiene razón. Hosco, taciturno, violento: pareciera que los adjetivos aplican por igual a sus papeles en cine que a Norton fuera de pantalla. Y Código de familia, la octava película de Gavin O’Connor (muchas para televisión, no hay que irse con la finta) no es la excepción. Aquí es el vástago de un prominente jefe policiaco del cual sigue sus pasos (profesionalmente hablando, claro) aunque no con mucho ahínco.
De título totalmente insípido (¿cuántas películas no se llaman exactamente igual a esta? ¿Con cuántas no se puede confundir?) Código de familia sigue los vericuetos de una familia implicada –como juez y parte– en un asunto de tráfico de drogas. Su arranque, contra todo pronóstico, es frenético: cuatro miembros del departamento de policía de Nueva York han sido asesinados. Ahora, como en el juego de “Adivina quién”, Norton debe señalar al culpable.
Lo de menos es a quién apunte (su cuñado, Farrell; su padre, Voight; su hermano, Emmerich). Lo que interesa es que la intriga está construida como en los clásicos del género, es decir, interesándose más por una escala moral que por los juicios de juez y martillo y las cárceles como castigo.
En realidad, Codigo de familia es un filme apenas efectivo en su género (Norton poco puede hacer) y con una grave dolencia: es totalmente olvidable.
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Edgar Apanco Fan-from-hell de los números de cine. Fue editor de revistas de negocios (no, de allí no viene su amor por los números). Hoy es experto en reportes de taquilla y en content marketing(marketing contento... #OkNo).
