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Cine

Trainspotting 2

21-02-2017, 4:34:32 PM Por:
Trainspotting 2

20 años después, el regreso de los escoceses drogadictos.

Cine PREMIERE: 3.5
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Los años 90 fueron del Reino Unido. Gracias a Oasis, Blur y toda esa oleada de grupos cobijados bajo el sello Brit-pop, a la que habría que agregar la hipersexualidad de cómic de las Spice Girls, el viejo imperio gozó de un revival que no había experimentado desde que Los Beatles estaban todos vivos y juntos y Michael Caine era el hombre más deseable sobre la faz de la Tierra. Bajo este contexto, en 1996, apareció Trainspotting: La vida en el abismo, película basada en la novela homónima de Irvine Welsh. Curiosamente, y a excepción de su director, el entonces jovenzuelo Danny Boyle, y del actor Jonny Lee Miller (Sick Boy), quienes eran ingleses, todos los demás participantes de la cinta habían nacido en Escocia, y ya se sabe que entre ingleses y escoceses hay más rivalidad que amor, pero eso no impidió que la cinta se convirtiera en cuestión de semanas en el ingrediente que faltaba para darle al concepto Cool Britannia su último acabado. La cinta de Boyle no sólo fue visualmente innovadora y dotada de personajes memorables, o el filme con el mejor soundtrack habido hasta entonces, sino además corrió el riesgo de presentar un tema tabú, como lo fue y lo es el consumo de la heroína, sin caer en el moralismo ni mucho menos en la glorificación del uso de la droga, equilibrio que sumado a los factores descritos convirtió a Trainspotting en una de las películas más definitorias de la última década del siglo XX. Sirva lo dicho para explicar la dura e inevitable prueba por la que pasa Trainspotting 2 a ojos del espectador. Sujeta al contraste con su predecesora, posee desde su concepción un grave problema: ¿verdaderamente se necesitaba saber lo que ha sucedido con Renton (Ewan McGregor) y sus secuaces en los últimos 20 años? Bajo esta premisa incontestable, Boyle apeló a su mejor baza: la nostalgia. Sabe, pues, que los incontables fanáticos de Trainspotting poseen una fidelidad tan inquebrantable como los de Star Wars, y que no se abstendrán de comprar su entrada ni por lo que diga esta crítica ni por las calificaciones más bien medianas que se le ha dado a su filme por todos lados. Si bien, y aunque suene a contradicción, es válido que haya echado mano del mencionado recurso de la nostalgia. No hay duda de que los que crecimos con la primera entrega –ojo: para las nuevas audiencias, esto será más difícil– gozaremos hasta el tuétano el regreso de Renton a su Edimburgo natal y la manera en la que se cruza con cada uno de los personajes que formaron parte de su pasado. Aun extraño y un tanto repugnante, el reencuentro entre Renton y Spud (Ewen Bremner) por ejemplo, puede para algunos ser igual de emocionante como el que, para otros –volvamos a la analogía con el universo lucasiano– tuvo lugar entre Han Solo y la princesa Lea en El despertar de la Fuerza.

Asimismo, y aunque la relación entre música e imagen no posee la irrepetible magia de la primera parte, secuencias como aquella que ocurre en un club nocturno y en la que hay una canción de Queen de fondo, son en verdad formidables. Detalles de este tipo abundan y a través de ellos, como se ha dicho, la dosis de nostalgia de las audiencias se verá saciada. Si bien no ocurre lo mismo, digamos, en la carrera a larga distancia. Allí sí que se evidenciará que no fue posible emular la espontaneidad y el genio del brillantísimo guion de la primera Trainspotting. No deja de ser un tanto frustrante, pues después de todo el encargado de escribir la secuela, John Hodge, fue quien adaptó la novela de Irvine Welsh para la primera parte, y por si fuera poco este último también estuvo involucrado en el proceso de principio a fin, ya que algunas escenas incluidas en ésta abrevan de Porn, libro que publicó en 2002 precisamente como secuela de la obra que lo hiciera famoso. La historia otra vez se centra en Renton, sólo que esta vez no veremos al junkie pelirrojo que, una vez librado de la heroína, ha hecho de su discurso choose life el motor de su existencia. Su puesto ha sido ocupado por un tipo al que en realidad no le ha ido muy bien en las dos décadas que han transcurrido desde que se mudó de Escocia a Ámsterdam.

Decidido a volver, Renton se encuentra con una ciudad distinta a la que dejó y en la que sin embargo no han cambiado, al menos en esencia, aquellos a los que más quiso. Ni Spud ha dejado de ser un junkie, ni Sick Boy –ahora conocido como Simon– ha abandonado su naturaleza gandaya. Por el contrario, el haber sustituido la heroína por la coca y una ambición desmedida lo han convertido en un criminal de poca monta del que los espectadores rehuiremos al principio. Sin embargo, gracias a la adhesión de Veronika (Anjela Nedyalkova), una hermosa prostituta, al conjunto, pronto aceptaremos que la dinámica Renton-Sick Boy, obsesionada con obtener dinero para levantar un burdel, será el centro alrededor del cual orbitará el resto de situaciones y elementos. Ello incluye al personaje de Begbie (Robert Carlyle), por desgracia el más desperdiciado de todos. Sin un mejor planteamiento que el de situarlo fuera de la cárcel –se fuga, cómo no– al mismo tiempo que Renton vuelve a Escocia, da la sensación de que no se supo muy bien qué hacer con él. Agresivo y carente de escrúpulos en la primera parte, pero a la vez dotado de otras facetas que le proporcionaban complejidad, en Trainspotting 2 Begbie aparece como un malvado de cuento en un 95 por ciento de la cinta, sin otra cosa en la cabeza que vengarse de Renton a como dé lugar. Al menos se tuvo la certeza de reemplazar las carencias de Begbie con una mejoría considerable en la construcción psicológica de Spud, el personaje más sólido y revelador de una película que, pese a sus fallas, que no son pocas, siquiera cumple con las promesas más esenciales. En el filme hay incluso, y no hay que olvidarlo, esas dosis de humor negro que ayudaron a darle a Trainspotting un tono único y especial. Más agridulces, quizá, pero eso sí que era inevitable: si se decide a escoger la vida hay que tomarla con todo lo que contiene, incluyendo los fracasos y las desilusiones.

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autor Carlos Jesús (aka Chuy) es escritor y periodista freelance. Desde 2006 radica en Berlín, desde donde colabora para distintos medios. Sus pasiones son su familia, la cerveza, escribir relatos y el cine de los setenta.
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