La casa silenciosa
Un intento fallido de provocar terror en una película donde los directores intentaron usar la misma fórmula que en su filme previo: Mar abierto.
A finales del siglo pasado, el found footage de La bruja de Blair, fue innovador. Hace algunos años, Actividad paranormal reactivó un género que deambulaba en el gore softcore. Ahora lo nuevo en el terror es contar historias en tiempo real; o al menos, esto pretende La casa silenciosa, la versión norteamericana de la cinta uruguaya, La casa muda. Irónicamente, esta técnica es lo mejor y al mismo tiempo, el mayor defecto del filme.
La obra de Chris Kentis y Laura Lau se presenta como un plano secuencia longevo (en realidad, este homenaje a La soga de Hitchcock es tramposo, ya que se apoya en los efectos digitales para forjar la ilusión), donde la obscuridad, la fotografía y la música asfixiante nos trasladan a una casona solitaria donde Sarah (un trabajo convincente de Elizabeth Olsen), una chica de veintitantos años, es acechada por… ¿nuevos inquilinos?, a lo mejor fantasmas o ¿algún psicópata?
Estas teorías sobre el posible antagonista no son exageraciones, sino consecuencias de un guión predecible. Si bien Kentis y Lau lograron un buen resultado en Mar abierto, la misma fórmula de pocos personajes más escenario aislado no funciona en La casa silenciosa. Los directores se empeñaron en llevar el subgénero de la “casa embrujada” a terrenos del thriller psicológico, sin tomar en cuenta el desarrollo de personajes, ni las pausas obligadas para sentir un peligro inminente.
Al final te enteras quién es el villano (gracias a un giro de tuerca que no sorprenderá a nadie), e irás a la taquilla para la devolución de tu dinero.
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