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Crónica del Festival Internacional de San Sebastián 2012

02-10-2012, 10:53:45 AM Por:
Crónica del Festival Internacional de San Sebastián 2012

Llevada a cabo del 21 al 29 de septiembre, éste fue el mejor de sus festivales posibles.

Los ultras del liberalismo –esa secta que con mayor o menor fortuna ha secuestrado la voluntad política en casi todo occidente– son muy dados a hablar de la necesidad de buenos gestores como contrargumento a la demanda de preservar el carácter público de determinados servicios: la educación, la sanidad o la cultura. Sin embargo, no se puede gestionar estos servicios como se gestiona una fábrica de cajas, pongamos por caso. Un Festival de cine debe estar dirigido por un programador (su criterio puede discutirse, pero su solvencia como profesional del gremio debe de ser contrastada).

El Festival de San Sebastián 2012 tiene la suerte de llevar dos años capitaneado por un programador, uno de los mejores que hay, encima conoce bien el cine en su más amplia acepción (no sólo el cine “de autor”, denominación confusa de la que otros certámenes abusan con carácter exclusivo), la ciudad y el propio Festival. Su nombre es José Luis Rebordinos y este año ha conseguido lo que hace apenas un lustro parecía no ya una utopía sino directamente una quimera: adelantar a Venecia como certamen internacional de referencia  y no sólo en la calidad de una sección oficial donde casi ninguna película desentonó sino también en la concertación de estrellas convocadas.

Por San Sebastián desfilaron este año: Oliver Stone, Bernardo Bertolucci, Ben Affleck, Richard Gere, Susan Sarandon, Benicio del Toro, John Travolta, Dustin Hoffman, Ewan McGregor, Tommy Lee Jones, Penélope Cruz, Maribel Verdú, Isabelle Huppert, Catherine Deneuve, Monica Bellucci… y estrenaron sus últimos trabajos con carácter exclusivo, el propio Affleck, Costa-Gavras, Laurent Cantet, Fernando Trueba, Bahman Gobhadi, Lasse Hallström o Sergio Castellito.

Todo esto sin descuidar su ya tradicional cita con el cine latino en la sección “Horizontes”, ni sus retrospectivas, este año dedicadas al maestro francés George Franju y a la nueva comedia americana. La verdad, es difícil pedir más.

Espléndida sección oficial

Además este año el jurado, presidido por la productora “indie” Christine Vachon, ha optado por la coherencia premiando simplemente lo mejor y eso que lo tenían más difícil que en ediciones pasadas al contar con seis o siete títulos que, por uno u otros motivos, podrían ser justos acreedores de la Concha de Oro. Al final ganó la que, probablemente fue la película más redonda de las que concursaron: Dans la maison de François Ozon. Vibrante artefacto cómico-inquietante donde la realidad y la ficción se confunden en  medio de una fabulación desasosegante, la pieza está servida con un brío magistral y cuenta en su haber con maravillosas creaciones de Fabrice Lucchini, Kristin Scott-Thomas y Emanuelle Seigner.

Blancanieves de Pablo Berger fue Premio Especial del Jurado y una de las cintas más celebradas. Si de lo que se trata es de entrar en el juego, superficial, de compararla con El artista a cuenta de que se trata de un filme mudo y en blanco y negro, entremos. Allí donde en la película de Hazanavicius solo había una mirada nostálgica y naif al viejo Hollywood, en Blancanieves se cruzan la Mérimee, el folletín  y los hermanos Grimm con la pintura de Velázquez y Romero de Torres y con el cine de Murnau, Tod Browning y Dreyer hasta lograr una mixtura insólita, imposible, pero de indudable atractivo.

Fernando Trueba logró la Concha de Plata al Mejor Director con El artista y la modelo, su mejor película desde que en 1994 consiguiera el Oscar con Belle Epoque. Film que habla del dolor asumido ante la certeza del fin y de la creación artística como espacio íntimo de bienestar y placer, la película se sustenta en una poderosa interpretación de Jean Rochefort que hubiera merecido el premio al mejor actor de no estar por medio José Sacristán quien con su orgánica interpretación sostiene el fallido pero meritorio experimento que articula Javier Rebollo en El muerto y ser feliz cuya propuesta a priori resulta más interesante que el, algo desangelado, resultado final.

También hubiera merecido premio la solvente interpretación colectiva del cuadro de actrices –la Concha de Plata sólo fue para una de las protagonistas– de Firefox de Laurent Cantet, algo por debajo, en esta ocasión, de sus películas precedentes pero, con todo, una alegoría muy potente sobre los resortes del american dream y la pérdida de las ilusiones ligada a la perversión capitalista, en la que adapta una novela de Joyce Carol Oates. Esos resortes ligados al mejor cine político fueron articulados también por todo un veterano como Costa-Gavras en El Capital. Detrás de tan elocuente título el director de Z, Missing o Estado de sitio formula una propuesta cercana al “grand guignol” para ofrecernos una visión bufa del mundo de las altas finanzas y su patético rechazo de toda ética. Una versión más realista, pero también más condescendiente de este mismo universo es la que puede encontrarse en Arbitrage con Richard Gere y Susan Sarandon, película encargada de inaugurar el certamen.

The attack del libanés Ziad Douiri, también resultó una película memorable en su aproximación al conflicto palestino-israelí desde la óptica de quien se ve salpicado en primera persona por la barbarie viéndose obligado a asumir las razones y sinrazones de unos y otros para poder darse a sí mismo una respuesta sobre lealtades y culpas asumidas.

Bahman Gobhadi quien en 2004 y 2006 consiguió la Concha de Oro por Las tortugas también vuelan y Media luna, decepcionó un poco en esta ocasión tornando su realismo de urgencia en poesía del exilio en Rhino Season a pesar de contar con el co-protagonismo de Monica Bellucci. A pesar de ello no se puede decir que se trate de una mala película, como tampoco lo fueron ni All apologies de Emily Tang  ni Die Lebenden de la austriaca Barbara Albert, pese a sus convencionalismos melodramáticos. El único lunar en la sección oficial fue El hipnotista de Lasse Hallström, un thriller sensacionalista pésimamente construido.

Buen cine y estrellas fuera de concurso

También las cintas seleccionadas fuera de concurso resultaron meritorias. Especialmente Argo, maravillosa propuesta canónica de thriller político sobre la crisis de los rehenes de 1979 en Teherán, servida por un inspiradísimo Ben Affleck, sobre un informe secreto desclasificado por la CIA en 1997 que puso al descubierto uno de esos planes tan absurdos que cuesta creer que llegaran a producirse. También J.A. Bayona, director de El orfanato ofreció un hábil y solvente ejercicio de manipulación emocional en Lo imposible donde Ewan McGregor y Naomi Watts ponen rostro a la angustia de las víctimas del tsunami de 2004. También la hispano-argentina ¡Atraco!, un thriller en clave de comedia inspirado en hechos reales, resultó bastante interesante.

En su 60 aniversario el Festival quiso tirar la casa por la ventana y conceder cinco premios Donostia a toda una carrera. Dos con carácter especial a Oliver Stone y a Dustin Hoffman y otros tres a John Travolta, Ewan McGregor y Tommy Lee Jones.

Una ración de glamour que se completó con la calidad de los títulos exhibidos en la sección perlas donde brillaron No, de Pablo Larraín (que representará a Chile en los Oscar) con el protagonismo de Gael García Bernal y un impecable discurso político de fondo sobre la democracia como producto; Cesare debe morire (lo último de los Taviani, que ganó en Berlín); Amour de Michael Haneke (premio FIPRESCI 2012 y Palma de Oro en Cannes); Apres mai, del incombustible Olivier Assayas o The Angel’s Share con un Ken Loach en plena forma que recupera el alcance social (que no machaconamente político) de sus mejores realizaciones con un toque de comedia proletaria.

Un momento emotivo fue el reencuentro de Bernardo Bertolucci con el Festival. El italiano, postrado en una silla de ruedas por enfermedad, dejó una frase para la posteridad en la presentación de Io e te, su última joya: “Hay que aceptar las cosas, pero sin dejar de luchar, solo así se consiguen resultados positivos”.

Parece que esa fuera la máxima que ha guiado a Rebordinos y a su equipo a hacer del Festival de San Sebastián 2012 el mejor de los festivales posibles.

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