Anna Karenina

Anna Karenina, adaptación del clásico homónimo de Leo Tolstoy podrá no ser para todos los gustos, pero será imposible que un solo espectador dude de su genialidad visual y sus logros técnicos. Situada en la Rusia de finales del siglo XIX, esta historia de amor prohibido rompe con las reglas de una cinta de época y nos transporta a un universo fílmico en el que todo es posible. Claramente busca desprenderse de las diversas adaptaciones que se han hecho a esta novela, por lo que se aleja de las locaciones del gélido país y presenta un escenario de teatro, que además de dar pie a un espectáculo visual y sonoro, funciona como una metáfora de la aristocracia de aquél entonces. Haber puesto pie en ese set, definitivamente debió haber sido una de las experiencias más impresionantes.

Aunque la noción del escenario teatral sea uno de sus mayores aciertos, es justo ese rompimiento de la cuarta dimensión entre el espectador y la cinta, su peor enemigo. Al inicio llega a generar baches narrativos: cuesta trabajo meterse de lleno en la historia y sentir empatía por los personajes. Sin embargo, ya avanzada la historia esto pasa a segundo plano y uno puede disfrutar tanto la intriga creada por los personajes, como el mundo en el que se desarrolla.

Los protagonistas brillan en diversos aspectos, aunque no sean los mejores trabajos que les conocemos. Keira Knightley encarna dignamente a una de las heroínas más icónicas de la literatura clásica, sin embargo, uno no puede evitar pensar que pudo tener más matices dramáticos. Jude Law, por su parte, da justo en el clavo en su interpretación de este complejo personaje, con sus contradicciones y su sutileza. Aaron Johnson tiene momentos sobresalientes y su transformación física, aunque no tan agradable a la vista, ayuda a construir al antihéroe.

Merece una mención especial uno de los tantos planos secuencia (que ya caracterizan al realizador) durante un baile que, aunque es un recurso que ya había sido utilizado de cierta forma en Orgullo y prejuicio, en esta ocasión parece llevarlo un nivel más arriba, elevando la barra tanto en términos de producción como de dirección en una escena tan compleja y plagada de elementos como ésta.

Aunque la música de Dario Martinelli no es tan brillante y atinada como en Expiación, deseo y pecado, las piezas sí envuelven perfectamente la época y dan personalidad a los protagonistas de la historia, cada uno con su tema definido. En suma: un deleite visual que nadie debe perderse en pantalla grande.

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Mary Carmen Albarrán Mary Carmen siempre ha sido una ñoña... incluso antes de que se considerara cool. Fue editora de Cine Premiere 5 años y posteriormente saltó a las compañías de tecnología pasando por Comunicación en Google, siendo el Tío Netflix en Netflix y ahora ayudando a los famosos a usar Instagram, Facebook y Threads en Meta.