Las horas muertas
El director mexicano Aarón Fernández presenta en Las horas muertas el despertar sexual adolescente, sin prejuicios.
En un motel de paso de la costa veracruzana, donde Sebastián (Krystian Ferrer) reemplaza como recepcionista a un tío enfermo, las horas transcurren con morosidad e indolencia. La recepción es el puesto de vigía desde el cual el joven asiste al ciclo de encuentros sexuales de los amantes pasajeros, personajes pintorescos de miradas furtivas y comportamiento mecánico, de quienes apenas percibe el rostro y cuya ronda casi espectral lo mantiene fascinado.
Ese ritmo de espera de veladores y custodios, desesperante para ellos mismos, impensable para quienes los observan, ha sabido plasmarlo de manera notable el cine latinoamericano reciente. En su segunda película, atinadamente titulada Las horas muertas, el joven director mexicano Aarón Fernández (Partes usadas) ha sabido combinar la melancolía de la observación de esas tristes rutinas ajenas con la historia de una educación sentimental, la del propio Sebastián adolescente, en la que no están ausentes ni una chispa humorística ni el azoro ante la sensualidad del cuerpo femenino.
La aparición de Miranda (Adriana Paz), una corredora inmobiliaria, desdeñada en las visitas al hotel por su amante casado, aporta al lugar desolado una fuerte carga de energía. Sebastián sucumbe al encanto de la mujer madura, casi 20 años mayor, y juntos viven una complicidad de juegos y escarceos eróticos, que rompen con la grisura del lugar y contrastan con las faenas resignadas de los visitantes.
El director Aarón Fernández crea una atmósfera sugerente en esa tierra tropical de nadie –y de una secuencia a otra convida al espectador a compartir– sin engorrosas insinuaciones psicológicas ni velados planteamientos moralistas, una exploración de la sexualidad adolescente, a un paso ya de lo que cineastas como el Fernando Eimbcke de Club sándwich manejan con magistral solvencia.
Detrás de su apariencia morosa, Las horas muertas despliega una vitalidad sorprendente.
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