El año más violento
A Most Violent Year es una crítica oscura a la codicia, desde la mirada hábil de un cineasta con un gran futuro.
Durante los últimos meses, el cine nos ha invadido con historias sobre la obsesión por dejar un legado dentro de la memoria colectiva de futuras generaciones. Ahí están Whiplash, Birdman y Mapa a las estrellas, enfocadas en la inmortalidad artística; y también La teoría del todo, que gira alrededor de la trascendencia intelectual. Ahora el turno es para esta cinta, un thriller inteligente –cuyo destierro de los premios fílmicos es un verdadero pecado–, que retrata a un hombre ebrio de poder, plagado de una moral bíblica y el deseo de salir del anonimato.
Este hombre es Abel (Oscar Isaac), un inmigrante colombiano que en 1981 vive el sueño americano: pasó de ser el chofer de un fabricante de aceites a dueño de la compañía, vive en una mansión y está casado con una hermosa mujer. Su vida idílica está a punto coronarse con la compra de un terreno a la orilla del río, que lo convertiría en el magnate más poderoso de su industria. Sin embargo, su sueño desmorona cuando el banco le niega un préstamo debido a acusaciones de corrupción y los constantes robos que sufren sus camiones. Abel tendrá que usar todas su artimañas para conseguir el dinero, mientras se involucra en un microuniverso de corrupción, violencia y traiciones.
El director J.C. Chandor entrega su tercera cinta, la cual lo posiciona como uno de los cineastas más talentosos de Hollywood (El precio de la codicia y Todo está perdido son cintas fundamentales del último lustro). Su guión se enfoca en la decadencia de una ciudad, de un grupo de empresarios y un hombre que trata de vivir bajo sus propios códigos de honor, dentro de un ambiente lúgubre –la fotografía es excelsa y recuerda los primeros trabajos de Martin Scorsese o Brian de Palma–, donde el crimen dicta el destino de las personas que son envenenadas por su poder.La maestría de Chandor no sólo radica en el dominio técnico de su obra, también sabe cómo dirigir el talento enervante de sus dos protagonistas. Chastain encarna a la femme fatale por antonomasia: rubia, delirante y peligrosa –imaginen una fusión entre Michelle Pfeiffer en Scarface y Amy Adams de Escándalo americano. Por su parte, Oscar Isaac demuestra que el poder histriónico desplegado en Balada de un hombre común no fue un accidente. Durante el último tercio del filme –cuando trata de conseguir un millón y medio de dólares con la ayuda de sus enemigos, al mismo tiempo que trata de descifrar quién ha hurtado su aceite–, le rinde homenaje a otros antihéroes neoyorquinos: “Popeye” Doyle, Frank Serpico e incluso, su tono de voz es un innegable guiño a Michael Corleone. Este trabajo es una crítica oscura a la codicia, pero con la mirada hábil de un cineasta que dará mucho de qué hablar en los próximos años.
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