Jauja
Jauja present a Viggo Mortensen en una búsqueda sin certeza.
En 1956, John Ford filmaba Más corazón que odio, uno de los títulos más importantes de la historia del cine (según gente tan autorizada como Martin Scorsese o Steven Spielberg). En él, bajo un formato de western convencional y desde la asepsia de su título original en inglés (The Searchers), Ford narraba el despojamiento de personalidad que acontecía en un individuo que, consagrando su peripecia vital a buscar a su sobrina (secuestrada por los comanches), lejos de encontrarse a sí mismo en dicho viaje, terminaba completamente perdido.
Del mismo modo que Picasso tomó como referente “Las meninas” en la composición de una serie de lienzos en los que pretendía deconstruir la obra maestra de Velázquez hasta capturar su esencia a través de la abstracción, el realizador argentino Lisandro Alonso –con el apoyo de Viggo Mortensen en su doble faceta de productor y protagonista del filme– adopta la obra magna de John Ford (y el legado que a partir de ella se produjo) para estructurar Jauja. Un filme sobre la naturaleza absurda de toda búsqueda donde, a diferencia de sus modelos de inspiración, el espacio y el tiempo no son ya valores relativos sino absolutos, constituyendo un territorio real que alcanza consideración de meta no deseada por cuanto en él sucumben los anhelos, las esperanzas y hasta la identidad de aquellos que acuden a él en busca de respuestas.
De este modo, qué cuenta Jauja es lo de menos, lo de más es cómo lo cuenta, la poética, casi se diría que borgiana, de la que se sirve Lisandro Alonso a la hora de construir el relato de ese scout danés que (¡oh paradoja!) desarrolla su labor como cartógrafo y que se ve impelido a emprender la búsqueda de su hija fugada por un paisaje inhóspito donde las dudas se elevan por encima de las certezas. Hasta consumirle, hasta consumirnos.
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