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Cine

Eisenstein en Guanajuato

20-01-2016, 1:54:54 PM Por:
Eisenstein en Guanajuato

Ni siquiera la palpable fascinación de Greenaway por su protagonista logra salvar a la película.

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Si hay algo evidente desde el inicio de Eisenstein en Guanajuato es el fanatismo que Peter Greenaway le profesa a su protagonista. Constantes cortes que se traducen en una dinámica edición se hacen presentes a manera de homenaje y desde los créditos iniciales. De esta forma se nos recuerda que, de no ser por el titular director ruso, el cine como lo concebimos hoy en día no sería una realidad. Conocido como el precursor del montaje moderno, Sergei Eisenstein es una figura emblemática y fundamental de ese cine que cambia la forma en que concebimos el arte visual, por lo que un director tan atípico y experimental como Greenaway se antojaba ideal para contar su historia. Ambos de formación ajena a la disciplina que terminó acogiéndolos (el ruso un ingeniero civil y el británico un arquitecto), este par de directores se valieron de su sensibilidad para hacer del cine una herramienta que se ajustó orgánicamente a sus inquietudes, convirtiéndolos en pioneros. Todos los elementos para una gran película estaban sobre la mesa y por ello es que resulta frustrante ser cómplices de un fracaso tan resonante. 

La trama es anecdotaria, aunque pivotal, en la historia personal del ruso: después de rechazar ofertas en Hollywood y con el apoyo financiero del escritor americano Upton Sinclair, así como del líder socialdemócrata Vladimir Lenin como patrocinadores, Eisenstein (Elmer Bäck, casi demencial y subidísimo de tono) manejó de la capital mundial del cine a la ciudad de Guanajuato en busca de inspiración y tras haber huido a las restricciones sociales de su país natal. Con solamente un traje blanco y el apoyo de un reservado especialista en religión comparada como guía, el ruso no tardó en ser cautivado por la ciudad y el aura mexicanos, así como por la íntima relación que nació entre él y su apuesto, aunque casado, anfitrión (el mexicano Luis Alberti).

Greenaway se percibe inquieto por contar los fascinantes diez días que pasó su ídolo en nuestras tierras y, aunque el entusiasmo salpica a la película de romanticismo, también actúa en su contra. Cegado por su propio fanatismo, el director pretende condensar cientos de datos curiosos sobre Eisenstein y sus acercamientos con íconos del arte, la alta sociedad y la disidencia política por igual en poco menos de dos horas. Esto hace que muchos de sus diálogos se sientan forzados, teatrales, poco creíbles y en exceso explicativos. La artificialidad del director –que en obras anteriores hacían de su particular visión algo enigmático– se hace presente  aquí pero carece de razonamiento y sensibilidad, volviendo cada gimmick de su catálogo algo meramente accesorio, que jamás funciona al servicio de la narrativa o la estética del filme. Y esto tampoco ayuda a sus actores quienes, aunque no del todo un desperdicio, sí se perciben en registros distintos, víctimas de líneas inverosímiles y carentes de inspiración que les impiden sonar o verse convincentes en pantalla. Ni siquiera la palpable fascinación de Greenaway por su protagonista logra salvar a la película de su fallido resultado. Decepcionante homenaje.

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autor Periodista y comentarista de cine en El Fanzine, Nylon, Puentes, Cine Premiere y quien se deje. Mi papá me puso a ver Buenos Muchachos a los diez años y "as far as I can remember, I always wanted to be a gangster".
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