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Cine

No sin ella

29-02-2016, 4:19:29 PM Por:
No sin ella

Un drama aceptable que desaprovechó la nobleza de su historia.

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No sin ella (Freeheld), la película dirigida por Peter Stollet, tenía todo para ser enormemente notoria, no sólo en la temporada de premios, sino en los corazones y mentes de la audiencia. En otras palabras, tenía todos los elementos por separado para ser relevante al nivel de Philadelphia (1993), Milk (2008) o, incluso, En primera plana, aunque toquen denuncias disímiles: de esas cintas cuyo tratamiento de una causa social te cala los huesos y se convierten, de alguna forma, en estandartes.

Por un lado, aborda una lucha de derechos civiles de la vida real (una cruzada por la equidad en beneficios y ante la ley de una pareja del mismo sexo), que además sucedió hace apenas unos años y que llega en un momento oportuno, cuando recientemente se ha dado luz verde al matrimonio gay en países como EE.UU y México (por amparo judicial, pero algo es algo). Además, está basada en el cortometraje homónimo ganador del Oscar, está protagonizada por Julianne Moore y, por si fuera poco, tiene detrás a Ron Nyswaner como guionista, nominado en los 90 al Oscar por escribir, precisamente, Philadelphia.

Sin embargo, debido a su argumento mecánico y hasta un poco tieso (como si se tratara de un guion que va en piloto automático o que fue creado por un algoritmo), la cinta no logra alcanzar ese Olimpo de películas símbolo. Es más, incluso se queda en la puerta de los dramas memorables, por más que Julianne Moore y su coprotagonista, Ellen Page (en el primer papel que hizo después de anunciar su homosexualidad abiertamente), se desvivan con sensibilidad y ternura en sus respectivos papeles. Aquí, el éxito se lo llevan ambas actrices, quienes exprimen todo el jugo de un guion a ratos un poco impersonal.

Julianne Moore es particularmente vulnerable y fuerte a la vez en su interpretación de la detective Laurel Hester, quien a mediados de los años 2000 fue diagnosticada con cáncer terminal. Después de 23 años de servicio para el condado, el gobierno local le negó su última petición: que su pensión fuera entregada a su joven pareja Stacey (Page) después de su muerte, aunque la ley especificaba que las  parejas del mismo sexo de los empleados del condado podían contar con dichos beneficios. Sus últimos días se convirtieron entonces en una lucha civil que, ayudada por un activista LGBT (Steve Carell), pavimentaría el camino hacia la legalización del matrimonio gay.

Es necesario dejar clara una cosa: no hay nada de tieso ni acartonado en la relación entre Moore y Page en pantalla, su química es innegable y es ahí en donde la cinta alcanza sus mejores momentos, cuando logramos empatizar. También vemos uno de los mejores roles en la participación de Michael Shannon, como el colega y amigo servicial de Laurel. El problema es que el ritmo voluntarioso y esquemático del guion –y de la dirección de Stollet– las desaprovecha, pues conforme avanza hacia el final está tan interesado en sumergirnos en la lucha social que deja a sus actrices principales atrás. Es como si ellas estuvieran luchando todo el tiempo por protagonizar su propia película.

Y aunque últimamente es un placer ver a Steve Carell en cualquier rol, su interpretación del activista se siente un tanto estereotipada y estrepitosa, producto de una dirección ambigua. A lo mucho, funciona como un comic relief medio volátil.

Todo esto en promedio convierte a la cinta en un drama aceptable, pero «aceptable» es una etiqueta que duele cuando se trata de casos así: actuaciones a las que no se les puede reprochar nada, pero atrapadas en un engranaje que, aunque no se puede tachar de fallido, le quitó toda la potencia y fuerza a una historia increíblemente noble.

 

 


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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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