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Cine

Atlantique – Crítica

18-05-2019, 10:30:56 AM Por:
Atlantique – Crítica

Atlantique es, por encima de todo, una historia de amor donde los cadáveres andantes representan un recuerdo inmaterial de los oprimidos.

Cine PREMIERE: 3.5
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La extrañeza en el primer largometraje de Mati Diop es algo más que un impedimento para su comprensión: es su esencia misma. Rara mezcla del cine de zombis y la cruzada contra la desigualdad, Atlantique (2019) es, por encima de todo, una historia de amor donde los cadáveres andantes representan un recuerdo inmaterial de los oprimidos, y la imagen de un mar terso y violento expresa la inextricable melancolía de una viuda.

La trama se enfoca —a veces— en Ada (Mame Bineta Sane), una muchacha senegalesa que de repente pierde a su novio, Souleiman (Traore), cuando la constructora en la que él trabaja suspende los pagos. Desesperado por dinero, Souleiman acepta migrar hacia España sin siquiera despedirse. Los elementos dramáticos que mencioné al principio se arrastran hacia el centro de la trama conforme Ada se enfila hacia un matrimonio sin amor, rodeado de repente por sucesos sobrenaturales que comienza a investigar un detective.

Quizá la trama ya dé la impresión de extrañeza que sugería antes, pero Diop, la diestra directora detrás del formidable cortometraje Mille soleils (2013), dota a su narrativa onírica y —en cierto modo— boba, de una serie de elementos que comunican mucho más que la trama. Por ejemplo, el mar que navegó Souleiman es un símbolo casi táctil de la pasión erótica y la recurrencia histórica.

A menudo, y de manera un tanto caprichosa, Diop introduce imágenes del Atlántico chispeado por el reflejo del sol, o recibiendo el atardecer como a un amante. Más que una recurrencia quizá excesiva, lo que nos muestra Diop —al menos en apariencia— es la consciencia de su protagonista, ligada inevitablemente al pasado de su ciudad. En Dakar no sólo hay los esclavos que construyen hoy torres con su sangre sino también los fantasmas de quienes hace siglos fueron embarcados hacia Estados Unidos para morir en sus campos de algodón. En Atlantique los muertos viven literalmente y claman venganza, pero también, inusualmente, amor.

Así como Hitchcock utilizó el color verde para unir la muerte y el erotismo en Vértigo (Vertigo, 1958), en su filme Diop nos muestra un láser verde que envuelve a la protagonista y una habitación que chorrea pintura de ese color como una lágrima mórbida que frena la existencia. La añoranza es parálisis, y la Historia una violencia que concluye en el sexo.

Quizá no todas las decisiones de Diop sean admirables pero todas parecen buscar la subversión consciente de códigos y convenciones. 

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