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Cine

Belmonte – Crítica

08-03-2019, 10:12:30 AM Por:
Belmonte – Crítica

Belmonte basa su estilo y sus temas en lo irresuelto y le da la vuelta a las convenciones de un tipo de historia que parecía haberlo dado ya todo.

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A menudo, cuando nos encontramos con películas de cincuentones en crisis, nos encontramos también con lugares comunes y un optimismo desbordado. En algún momento nuestro héroe sale adelante gracias al amor de una simpática muchacha y todos sus problemas se resuelven en un “para siempre” sugerido por los créditos. En otras ocasiones podemos toparnos con retratos brillantes de la masculinidad cuestionada, que incluyen películas de Martin Scorsese y Bob Fosse, pero al provenir de Hollywood sus enfoques se orientan al análisis y las respuestas. Al contrario de Life Lessons (1989) y All That Jazz (1979), Belmonte (2018), la más reciente película del uruguayo Federico Veiroj basa su estilo y sus temas en lo irresuelto y le da la vuelta a las convenciones de un tipo de historia que parecía haberlo dado ya todo.

Belmonte nos muestra —decir “narra” sería equivocado— los problemas de su protagonista en las semanas anteriores a una exhibición de su obra pictórica. Javier Belmonte (Gonzalo Delgado) intenta extender los días de visita de su hija Celeste (Olivia Molinaro Eijo) mientras lidia con la noticia de que la niña pronto tendrá un hermanito cuyo padre no es él. Además, la soledad parece agobiarlo en la misma proporción en la que él se aferra a ella. Su vida es una serie de contradicciones que se vislumbran en escenas irresueltas, pero eso no hace a Belmonte parecida a la realidad. Más bien el director refuerza gradualmente una cualidad onírica que no sabemos si concluye en las decisiones del día o las ensoñaciones de la noche.

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En general, este tono oscurece las intenciones de Veiroj, y nos confunde, por ejemplo, en lo que se refiere al humor. En una de las primeras imágenes de la película, Belmonte está vendiendo una de sus pinturas, la mayoría de ellas de hombres desnudos —cuando su hija le pregunta más adelante por qué son tan recurrentes, Belmonte se niega a contestar, como encaprichado por guardar sus secretos—. Durante la negociación Belmonte se para frente a una imagen de un hombre cuyo pene está erecto, de tal modo que se crea una ilusión óptica y parece que es el pintor quien no puede ocultar su emoción. Por una parte, se trata de una imagen obvia y casi burda, pero por la otra quizás esa sea la intención de Veiroj: crear un gag visual tan bobo como revelador de una masculinidad presumida, exagerada y quizá por ello falsa. Veiroj parece hablarnos del fracaso de las ilusiones y del ego de donde provienen.

Belmonte quiere ser un buen padre pero resulta inepto, y cuando Celeste exige irse a casa a mitad de la noche, la reacción de él es la de un niño berrinchudo y rencoroso que exige ser amado y se resiente cuando no recibe lo que quiere. En una elocuente imagen Celeste se ve enteramente rodeada por la obra de su padre, como si se hubiera adentrado en su consciencia, pero no se ve deslumbrada ni atenta: después de eso se aburre y Belmonte parece tomar la reacción como un insulto. A pesar de esta necesidad de reconocimiento, en otras ocasiones él parece negarse a sí mismo los placeres de la compañía, sólo para lamentarlo en una secuencia que claramente no sucede en la realidad. El protagonista de Veiroj se debate entre el deseo y la represión por razones que desconocemos pero que quizá podamos identificar.

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Más allá del misterio que provoca la estructura dramática, Veiroj utiliza sutiles artefactos que nos hacen cuestionar todo: en algunos momentos Belmonte es iluminado por una luz roja y otra azul, como si se anunciara la separación entre lo real y lo soñado. Las composiciones visuales a veces nos dicen más de lo que imaginamos a partir de la historia, o quizá sólo buscan desorientarnos y comunicarnos el interior del protagonista. Robert Altman hizo algo similar en la magistral Tres mujeres (1977), y habría que añadir que las pinturas realizadas por los personajes de ambas películas son similares en su representación de un mundo falocéntrico, pero si en las creaciones de Tres mujeres las figuras exaltaban el sexo masculino de forma violenta y patriarcal, a manera de sátira, Belmonte crea imágenes de un ser torturado. ¿La razón para ello tendrá algo que ver con su interés por un joven andrógino en un autobús? No lo sabemos, pero el arte de Veiroj está más en la película que completamos que en la que él nos presenta.

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