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Cine

Borg vs McEnroe – Crítica

29-09-2017, 9:53:30 AM Por:
Borg vs McEnroe – Crítica

La histórica final de Wimbledon 1980 le sirve al danés Janus Metz para meditar sobre las miserias del triunfo y la dignidad de la derrota. Convencional como relato deportivo, pero irreprochable como duelo actoral.

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Tenis. En tanto es un deporte para nichos más o menos restringidos, más cercano a los placeres de cofradía como el golf que a las vibraciones multitudinarias del futbol, no resulta sencillo tejer, en torno a las raquetas, narrativas satisfactorias que además sean de largo alcance y rebasen el círculo de los iniciados. En el cine, las rutas más usuales son las que describen al tenis como una metáfora de asuntos más amplios, ya sea de forma sutil y maliciosa como la culpa por cometer un crimen perfecto (La provocación, 2005) o suave y acaramelada como la suerte en el amor (Wimbledon: Amor en juego, 2004).

Así, a pesar de apoyarse en las convenciones fáciles del cine de campeones deportivos, Borg vs McEnroe destaca y funciona por su entendimiento profundo del tenis, más que como disciplina, como psicología. Centrada en la histórica final de Wimbledon 1980 jugada entre el veterano Björn Borg (Sverrir Gudnasson) y el debutante John McEnroe (Shia LaBeouf), cuando ninguno rebasaba los 25 años, la cinta, una coproducción entre países nórdicos dirigida por el danés Janus Metz, es una meditación elegante y bien facturada sobre las miserias de la gloria, la dignidad del fracaso y la débil frontera que separa a una cosa de la otra.

Borg McEnroe –el título original omite el vs, una diferencia menor pero significativa– no aporta innovación alguna al momento de contar una vida (o dos) en retrospectiva: su estructura es la de flashbacks que van y vuelven de la infancia a la vida adulta; al mismo tiempo, conocemos la preparación de los rivales de cara al duelo final y, por último, recorremos las eliminatorias del torneo 1980 a medida que los otros tenistas son derrotados, dejando a los dos titanes frente a frente, cada vez más cerca. Ninguna sorpresa. Es en el tono del guion, hábilmente escrito y ejecutado por el casi debutante Ronnie Sandahl –nacido, por cierto, cuatro años después del partido que retrata– en donde la película gana peso y fuerza, al presentar al juego como una confrontación no de talentos sino de temperamentos, cada uno acechado por demonios, miedos y flaquezas propias.

En tanto el equipo de realizadores es una mezcla escandinava de suecos, noruegos y daneses, a Borg vs McEnroe le cuesta disimilar su preferencia por el príncipe sueco, Björn Borg, que en papel y pantalla está descrito con matices más amplios y complejos que los del McEnroe de Shia Labeouf, quien ocupa menos tiempo en pantalla y está dibujado con un trazo más grueso que, por momentos, tiende hacia la caricatura del yanqui prepotente, histérico y sin gallardía, talentoso pero vulgar, víctima de sus desplantes: una mezcla inaudita de Taylor Swift con Orson Welles. Eso sí, honor a quien lo merece, el personaje se eleva gracias a una interpretación bien calibrada, madura y humana de LaBeouf, un actor de rango notable, pero con un tacto terrible y frecuente para tomar decisiones laborales. Por suerte, el otrora héroe Transformer va corrigiendo el rumbo.

Sin que su exploración del orgullo, la esperanza y la derrota en el deporte alcancen nunca los niveles más altos del género –de Toro salvaje (1980) para abajo–, Borg vs McEnroe es un punto reconocible en el panorama reciente del cine deportivo. Sus momentos más débiles son aquellos en los que se asume como una introducción didáctica al tenis; los más altos los alcanza cuando, sin proponérselo, nos enseña algo más: la mirada de dos hombres, titanes de papel, cuando se miran en los ojos del otro y sienten el vértigo, el vacío de la derrota.

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autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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