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Cannes 2018: El hombre que mató a Don Quijote; y casi a Terry Gilliam

24-05-2018, 3:40:39 PM Por:
Cannes 2018: El hombre que mató a Don Quijote; y casi a Terry Gilliam

Luego de dos décadas de producción, la nueva cinta de Terry Gilliam es la obra de un artista entregado, si, pero en su momento más bajo. No es una película prescindible, pero es el testimonio de un caos llevado adelante por pura fuerza de voluntad.

Hace casi veinte años, a inicios de noviembre de 1998, Google acababa de fundarse, el mundial de futbol se había jugado en Francia y Bill Clinton enfrentaba un escándalo por adulterio con una becaria. En medio de aquellas semanas, y después del estreno londinense de Miedo y asco en las Vegas, Terry Gilliam –que entonces tenía 58 años– declaró a los micrófonos que estaba ya en la primera etapa de preproducción de El hombre que mató Don Quijoteun proyecto inspirado en la obra maestra de Miguel de Cervantes.

Se trataba de un monumental proyecto de coproducción entre varios países europeos, pues con su Miedo y asco recién estrenada, Gilliam anunciaba su divorcio definitivo de los estudios americanos y sus productores ejecutivos, que no le traían más que problemas y disgustos al trabajar. No tenía idea de lo que vendría. La primera etapa de su Don Quijote era el borrador de un guión escrito en 1989, poco después de haber reunido a excompañeros de Monty Phyton para Las aventuras del Barón Munchasen (1988). En aquella conferencia de medios, el cineasta anunció como un triunfo el arranque de la producción: “ha sido un largo camino para llegar aquí.” De verdad, no tenía idea.

Es casi imposible encontrar en los archivos fílmicos de cualquier lugar una historia de producción más extraña, absurda, triste y caótica que la de El hombre que mató a Don Quijote, película maldita por excelencia cuyo catártico final como clausura del 71º Festival de Cannes complica cualquier valoración sobre el resultado: una de las películas más tibias y desconcertantes en la carrera de su director. ¿Está mal decirlo? ¿Es grosero darle la espalda a una cinta que, en el curso de dos décadas, se llevó por delante amistades, traiciones, burlas, contratos, millones de euros –y de las monedas que antecedieron al euro– así como la salud mental, física y, por poco, la vida de su realizador?

Una mirada clínica, de forense, no puede negar lo evidente: la película resultante es una carambola de ciertos episodios brillantes y otros moderadamente divertidos, mezclados con muchos otros caóticos, desconcertantes, aburridos, hilados todos por una línea argumental que a ratos parece un toque de genio y, en otros, un pretexto absurdo, burdo, deshilado.

La película estrenada en Cannes cuenta la odisea de un cineasta (Adam Driver) a quien el trabajo devuelve a Navarra, la región española en la que rodó su trabajo de titulación siendo un estudiante, diez años atrás: una adaptación expresionista y trágica del Quijote cervantino. Para el papel protagónico, eligió a un zapatero solitario y avejentado (Jonathan Pryce); diez años después, la casualidad logra que el cineasta reencuentre a su antiguo actor, convencido ahora de ser el auténtico caballero Alonso Quijano, ya no por el embrujo de mil libros de caballería, sino por el de haber protagonizado una película mediocre como el aventurero de armadura oxidada. Al reencontrarse con su director, a quien toma por escudero, Quijote y Sancho salen de nuevo a desfacer entuertos, en pleno siglo XXI.

La idea central, curiosa y original reinvención de las grandes paradojas cervantinas, queda pronto sepultada por el evidente desgaste de todos los involucrados frente o detrás de cámara. El libreto, en realidad resultado de varias versiones anteriores del guion –en alguna, el cineasta era un publicista; en otra, viajaba en el tiempo; en otra, salía Johnny Depp–, la cinta es la obra de un artista entregado, si, pero en su momento más bajo. No es una película prescindible, pero es el testimonio de un caos llevado adelante por pura fuerza de voluntad. Lo más interesante de ella es lo mucho que la trágica aventura del cineasta ha terminado por parecerse a las de Don Quijote, ese loco maravilloso quien lo da todo por perseguir fantasmas y enarbolar las causas más inútiles. Es difícil ver en El hombre que mató a Don Quijote los mismos gigantes contra los que Gilliam luchó sin tregua; lo que vemos son puros molinos de viento, a punto del desplome, agitando las aspas sin propósito.

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autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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