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Cine en primera persona: Tania Hernández Velasco sobre Titixe y las imágenes de lo propio

25-07-2021, 8:17:04 PM Por:
Cine en primera persona: Tania Hernández Velasco sobre Titixe y las imágenes de lo propio

En Titixe, la documentalista Tania Hernández Velasco se atreve a aquello que se cree no tiene cabida en las exigencias de la realización cinematográfica: hablar sobre una misma... y tomarse todo el tiempo del mundo.

Para cuando Tania Hernández Velasco entró a estudiar al Centro de Diseño, Cine y TV ya llevaba un par de años pensando en el cine como una herramienta capaz de cambiar el mundo. Después de filmar su primer largometraje documental se dio cuenta de que, más bien, el cine la había cambiado a ella. Titixe, su ópera prima, se convirtió en un viaje personal e íntimo de retorno pero, sobre todo, de descubrimiento: tras la muerte de su abuelo, el último campesino de su familia, la cineasta regresó al terreno familiar para filmar una última siembra de frijol y cumplir una promesa.

Con su madre como cómplice, Tania teje en imágenes el proceso hacia la cosecha pero también roza y anhela con su cámara la sabiduría del campo. Hay riqueza, complicidad, momentos íntimos familiares y poesía visual, pero también hay pérdida: los aprendizajes de la tierra no fueron retomados por las nuevas generaciones de su familia y ahora ese lenguaje se ha ido. ¿Lograrán una siembra exitosa que frene el traspaso, al parecer inevitable, del terreno?

Titixe
Titixe, de Tania Hernández Velasco

Con una escritura que se concretó durante el montaje, un proceso que duró dos años, Titixe es resultado de un rodaje intuitivo e individual, pero rápidamente se convirtió en una de las películas favoritas de la crítica especializada en 2019 y 2020. El nombre del documental hace referencia al acto de recuperar lo que queda de la cosecha y eso es exactamente lo que Tania hizo desde las posibilidades del cine: armada solo con cámara en mano y su grabadora de sonido, la cineasta recolecta semillas, cielos, cuentos, memorias, un árbol solitario. El lenguaje de la película, de acuerdo con Tania, es el lenguaje de su mamá, quien siempre mantuvo un diálogo con la naturaleza, aún después de migrar a la ciudad.

Titixe comenzó su viaje en 2014 y ahora llega finalmente a salas de la Cineteca Nacional y del circuito alternativo, tras obtener reconocimientos en distintos festivales. La cineasta, quien ha tenido oportunidad en los últimos años de conversarla en entrevistas y de atestiguar el cálido recibimiento del público, admite que sus propias reflexiones sobre su ópera prima se han ido transformando.

¿En qué forma ha cambiado la manera en la que la conversas y piensas?

Lo que ha cambiado creo que sobre todo he sido yo. Pienso en la gran suerte que tuve para filmar de esta manera, intuitiva y a mis tiempos. Sin presión de si lo que estaba haciendo era una película, un cortometraje o un largometraje, y disfrutando mucho el proceso, y el estar con mi mama y mi abuela. Y ahora lo pongo como un estandarte a buscar en lo siguiente que haga. Que no es tan fácil, ¿verdad? Tener esa ligereza para aventurarse a los procesos.

¿Crees que eso es algo que ayuda a las óperas primas?

Creo que sí, pero es un muy difícil porque también en las escuelas de cine o los contextos en los que nos movemos, la misma idea de autora o directora pone mucha presión. Es un lugar como de certeza, el hacer cine, más que un lugar en donde vayas explorando o preguntando. También porque obviamente el cine es muy caro. Es una pregunta interesante, el cómo producir para crear esos espacios de más experimentación y descubrimiento. Creo que es una pregunta interesante para el ámbito de la producción.

Titixe
Titixe, de Tania Hernández Velasco

¿Ha cambiado la noción que tenías de lo que es la realización cinematográfica de que estabas estudiando a ahora, después de hacer tu primer largo documental?

En definitivo, sobre todo esta noción de cambio, de cambiar el mundo. Habiendo hecho Titixe ahora sé que hacer una película a quien cambia –ojalá– es a quien la hace. Para mí ha sido un puente entre personas, pero con mi familia y conmigo misma. Es curioso porque ahora mismo no podría decir de qué manera el cine puede cambiar o no el mundo, pero sí creo que es un camino de encuentros. De autodescubrimiento. Cuando yo estudiaba cine, la formación cinematográfica tiende a vendernos esta idea de autor –y lo digo en masculino–, que siempre tiene la certeza de cuáles son los proyectos que debe hacer, que puede liderar un equipo gigantesco, y que siempre que le preguntan qué quiere hacer él sabe contestar. Y yo, justamente, cuando terminaba de estudiar cine, me sentía cada vez más empequeñecida, no pensaba que era una posición que pudiera ocupar. Pero cuando conocí al documental y empecé a encontrar estas otras referencias de cineastas que trabajan con poco y con lo propio, que trabajan muchas veces en soledad, fue que vi una opción con la que yo me sentía más cómoda.

«Habiendo hecho Titixe ahora sé que hacer una película a quien cambia –ojalá– es a quien la hace».

¿Qué cineastas te han servido como referencia?

Toda la vanguardia gringa, que son un poco a quienes nombra Jonas Mekas en su antimanifiesto. Y la forma en la que los  nombra: a estos poetas que hacen arabescos y piezas que a veces no tienen forma de nombrarse de forma más hegemónica. Y Maya Deren, reivindicando la noción de amateur, diciendo que hay mucho valor en hacer cine desde el amor: que amateur es el que ama y no el que es menos porque no es profesional. Y diciendo que la herramienta más valiosa que podemos tener es nuestro propio cuerpo en vez de todos los fierros del mundo. Y después, por supuesto, Agnès Varda y la manera en la que ella despega de su propio cuerpo, de su propia experiencia, de su lugar en el mundo para acercarse a otres. Estos referentes me movieron mucho a buscar una sensibilidad propia, donde me pudiera sentir más cómoda.

Y también con una reflexión hacia lo íntimo, hacia lo propio. Cineastas como Alan Berliner, que miran a su propia familia y dicen: mi familia está inscrita en un contexto social y un contexto político y, por lo tanto, hablar en primera persona y de lo que conozco es una posibilidad también de articular un discurso compartido.

Titixe
Titixe, de Tania Hernández Velasco

Otra de las ideas que nos deja la formación convencional es sobre el guion y sobre los caminos de escritura que debe seguir un largometraje, dejando un poco fuera otros caminos más intuitivos y la escritura que proviene de las imágenes. ¿Cómo fue tu aproximación hacia la escritura durante el montaje?

Yo desde hace mucho tiempo escribo diarios. Y una cosa que aprendí a hacer, permeada por los procesos de otras personas, fue a tener diarios del proceso. Cuando me aventé a hacer Titixe sin tener claridad de qué íbamos a filmar, mi mamá propuso tener esta siembra de frijol y eso enmarcaba una cuestión temporal: de la siembra a la cosecha. Pero lo que íbamos descubriendo eran cuestiones más bien íntimas, que a mí me sucedían estando en el terreno, imágenes que me llegaban, o cosas que mi mamá me compartía fuera de cámara. A veces, las cosas más fuertes me las compartía cuando dejaba de grabar. Todo lo fui anotando en el diario. También tenía algunas intuiciones de lo que podría empezar a vincularse en el montaje.

Una vez nos tocó mucho viento y parecía que los brotes bailaban, y yo eso lo relacioné con una memoria que tenía de bailar con mi propio abuelo. Pero no tenía idea de dónde eso cabía en la línea de la siembra. Una amiga mía después me dio un consejo muy bonito, que era tener una línea temporal en edición que fuera solamente de los momentos con los que tu corazón se acelera. Momentos que no puedes dejar ir. Aunque no sepas qué son o dónde van, los acomodas ahí. Así, yo tenía ya dos líneas: la de la siembra a la cosecha y otra que eran los momentos que aceleran el corazón. Poco a poco fui poniendo de alguna manera lo emotivo, pensando que también había un proceso que mi mamá y yo habíamos pasado. Fui acomodándolos. La colaboración con Eduardo Palenque fue muy buena porque nos permitió tomar distancia. Es el gran reto cuando una hace cine en primera persona: ¿qué se comparte y qué se queda para una misma?

«Es el gran reto cuando una hace cine en primera persona: ¿qué se comparte y qué se queda para una misma?».

Los cánones narrativos, sea en periodismo, literatura o en el audiovisual, nos enseñan a ser reticentes a la hora de hablar de una misma, en primera persona. ¿Qué dirías sobre esto?

Es una pregunta interesante, porque además justo hay un cierto castigo a las narrativas en primera persona. He visto a algunas personas que cuestionan por qué como documentalista hablas de ti misma y no de las otras o los otros, cuando hacer documental siempre será hablar de quién eres y de cómo miras el mundo. Eso no lo puedes borrar aunque quieras. Creo que hacer cine con lo que me es próximo me permite, diría, un camino que tiene que ver con el autoconocimiento. Antes de intentar elaborar discursos sobre otres, revelar esa primera persona y decir: soy yo la que mira. Eso me hace sentir más cómoda para acercarme al mundo. Si bien es un camino que puede ser complejo, porque definitivamente no todo lo propio tiene por qué ser compartido. Hay que pensar mundo cómo nos compartimos, y no siempre se trata de exhibir aquello que te hace vulnerable, sin filtros. Creo que para muchas de nosotras que hacemos cine en primera persona es un camino como de… hasta diría, placer, porque también conlleva la posibilidad de estar cerca de lo que una quiere, de lo que una ama y hacer cine con ellos y con ellas. Lo digo por la posibilidad que tuve de trabajar con mi mamá y con mi abuela. En estos tiempos de confinamiento lo atesoro mucho.

Titixe
Titixe, de Tania Hernández Velasco

Al final, todos los tipos de búsquedas, propias o externas, son sumamente válidas y más bien pienso mucho en que de alguna manera, aunque no queramos, estamos atravesadas por contextos compartidos y más amplios. Nuestras historias en minúscula, tienen intersecciones con las historias con H mayúscula, y explorar desde ahí es de alguna manera reivindicar nuestro lugar en el mundo, porque también a muchas de nosotras se nos ha dicho que no somos merecedoras de enunciarnos. Es muy fuerte porque al final sí tiene que ver con cánones. Con escuelas de pensamiento. Con quienes tienen el poder para dejar que un texto o que una película exista. No solo es el deseo de quiero hacer las cosas desde aquí, sino cómo las financio si este canon no está validado. Excede el deseo porque es una cuestión que involucra el capital. Es pensar la historia como una sola línea en el tiempo, invisibilizando el montón de otras historias que son espirales, círculos, flechas y corazones (ríe).

«Hacer documental siempre será hablar de quién eres y de cómo miras el mundo. Eso no lo puedes borrar aunque quieras».

También destaca que el documental se acerca al campo desde una mirada personal de descubrimiento, que es un enfoque que se contrapone a otras obras que se acercan con la actitud de «dar voz» a los lugares o experiencias...

Creo que tiene que ver con lo que hablábamos de las narrativas en primera persona. Para mí es importante develar el lugar desde el que miro porque justo lo que no quiero es eso, pensar en una objetividad o en un paradigma de: yo cuento la historia de otres por otres. Cuando a mí me hacen preguntas sobre el campo mexicano para mí es muy importante nombrar que no vengo de ahí, o más bien, que vengo de ahí pero que no ha sido mi experiencia. Mi cuerpo no está marcado por las durezas de esa experiencia. Es parte de mi legado y me hacen activar muchas cuestiones sobre mi historia propia, los desplazamientos y los borrados que como familia tenemos, pero no soy campesina y ese es un lugar que yo tengo que respetar también.

Titixe, de Tania Hernández Velasco

En ese sentido, para mí el descubrimiento de esta película es el de la belleza, resistencia y valentía de mi familia, de sus bordes mas ásperos, de esa migración, de todo aquello que de alguna forma perdimos: la narrativa es que el progreso viene de emigrar a la ciudad y no tengo miedo al privilegio que tuve de nacer en esta ciudad. Pero lo que perdimos, a lo que de alguna forma tuvieron que renunciar mi madre y sus hermanos y hermanas, es muy grande: es una manera de ver el mundo. Eso a mí ya no me llegó. Y también luego siento que Titixe es solo el principio de esa reconexión, no lo dejo como algo que ya me haya dejado de habitar. Me sigo haciendo preguntas al respecto y ha cambiado mucho el lugar desde el que me enuncio, la forma en la que me miro, a mi propio cuerpo. Es emocionante pero también es abrumador a veces. Que la historia de una no comienza con una misma.

Desde el punto de vista de una cineasta, ¿qué sería el titixe?

Creo que es un poco citar a Agnès Varda en Los espigadores y la espigadora. Es ir al encuentro de la realidad, a buscar lo que no está ahí en apariencia. Saber que en lo pequeño, en lo íntimo y propio hay valor, hay belleza y hay cine. De alguna manera también que las personas, los legados o las preguntas importante están ahí latentes, y solo es cuestión de pepenarlas. Por otro lado, en esta cuestión de reaprender y reeducar nuestra mirada, [el titixe sería] pues la dignidad que hay en agacharse a recoger lo que queda. Mi abuela es quien usa esta palabra y a mí me lo dijo: cuando no tengamos una tierra tú puedes ir a pepenar a otras tierras, a buscar el titixe. Antes de mí, mis ancestras hicieron titixe. De alguna manera más tangible, porque mis abuelos fueron los primeros en tener un terreno propio. Pensar que tengo esa conexión con mi bisabuela me parece –con toda salvedad porque obviamente son actividades distintas–, pero me parece muy bonito.

«Es emocionante pero también es abrumador a veces. Que la historia de una no comienza con una misma».

Titixe se puede ver en la Cineteca Nacional y en las siguientes salas:

 

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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