C’Mon C’Mon, siempre adelante – Crítica y trailer

C’Mon C’Mon, siempre adelante, el más reciente largometraje de Mike Mills, vuelve a explorar la empatía y los sutiles mecanismos de la conexión humana que abordó en Begginers (2011) o Mujeres del Siglo XX (2016), pero sumando un elemento presente en cada vez más aspectos de la vida contemporánea: la crisis existencial ante un mundo que se percibe más como una carrera por mantenerse de pie, que como un escenario de realización personal o colectiva.

Johnny (Joaquin Phoenix), un periodista radiofónico involucrado en un proyecto de entrevistas a adolescentes, es contactado inesperadamente por su hermana Viv (Gaby Hoffman), a quien no ve desde hace tiempo. Ella le dice que debe hacer un viaje para ayudar a su esposo, quien colapsa psicológicamente, y que no tiene con quién dejar a Jesse (Woody Norman), su hijo. Johnny se ofrece para cuidarlo. En el tiempo que compartirán juntos a través de un viaje por distintas ciudades de Estados Unidos, entablarán una cálida relación en la que aprenderán a expresar sus emociones, reconciliarse con el pasado y a sobrellevar, desde la empatía y la delicadeza, las rupturas que la vida les coloca en su camino.

Hay en C’Mon C’Mon, siempre adelante (2021) continuas expresiones de ese sentimiento de crisis existencial. Las vemos en la relación entre tío y sobrino de Johnny y Jesse, arrojados juntos a una dinámica que supone una transformación en sus afectos y experiencias, uno debe aprender a cuidar a un niño; otro, enfrentarse a una crisis familiar. Y están también en los segmentos de entrevistas (verídicas) a niñas y niños que realiza el personaje de Phoenix. Estas constituyen un registro casi documental sobre los sentires y pensares de la juventud estadounidense.

Los testimonios aparecen intercalados en el montaje cada tanto como para acentuar los conflictos de los personajes (los cotidianos y los afectivos). Desde este juego de posiciones aparentemente opuestas entre la ficción y la realidad se extrapola esa crisis existencial de lo privado a lo público y de vuelta. Tal vez para expresar que esas angustias vivenciales acerca del futuro, del colapso que siempre está por venir, de la soledad, el amor, los padres y la vida después de la muerte, son compartidas por generaciones. Que no estamos solos ni siquiera en la angustia.

En esto se revela uno de los sentidos del filme: la reivindicación de la empatía y la comprensión. De ahí la importancia del oficio de Johnny o incluso de la grabadora de sonido que utiliza como instrumento de trabajo para captar las voces de las y los jóvenes que le cuentan sus experiencias e ideas. Esto cautiva a Jesse, incitándolo a grabar los sonidos de la ciudad, su voz y la de su tío. Son elementos simbólicos del acto de escuchar, de hacerlo atenta y nítidamente. Para comprender hay que escuchar primero la voz del otro, preguntarle qué siente. Luego, al saber que esa persona vive el mundo desde otro lado, surge la empatía.

Utilizar un aparato técnico como simbolismo y colocar a los personajes frente a referencias literarias, periodísticas o radiofónicas, puede interpretarse como un reconocimiento de los procesos de mediación presentes de forma incesante en la vida urbana contemporánea. A esos espejos de las vivencias humanas que han sido las historias que contamos, que escribimos y que representamos.

La consecuencia de la empatía y la comprensión, en el filme de Mills, es el cuidado. Reconocer las fragilidades para tratarlas con delicadeza y ayudar a superarlas con tiento. En el retrato de esta familia que hasta hace poco no se relacionaba como una, los vínculos y las heridas se reparan con tiempo, llamadas, bromas y charlas. Los hermanos se reencuentran al involucrarse en actos de cuidado. Ella a su esposo, él a su sobrino. Tío y sobrino establecen conexión cuando el primero cuida al otro. Cuando no claudica ante sus momentos exasperantes. Cuando le ayuda a entender por qué sucede todo como sucede (y, al mismo tiempo, lo entiende él).

En este sentido, las jerarquías usuales entre adultos y niños se difuminan. El adultocentrismo se contrarresta reconociendo que los adultos tampoco saben qué hacer en la vida. Sólo han estado por aquí más tiempo y sacan algunos trucos bajo la manga (para solucionar las cosas o para desentenderse). Al darle espacio a las voces más jóvenes, se establece una narrativa que enlaza la nostalgia con las preocupaciones por el futuro, las excusas de los mayores con la frontalidad juvenil.

De esta forma, hasta el blanco y negro del cinefotógrafo Robbie Ryan sirve para acentuar este juego de contrarios que conviven fuera de ilusiones jerárquicas. Su monocromo capta una calidez que evoca un aura de algo que se recuerda o de intimidad. Asimismo, sus vaivenes entre panorámicas de ciudad y planos medios o cerrados, unifican las experiencias de lo pequeño y lo grande. Esto señala, quizás, que los conflictos no son peores de un lado u otro. Más bien su intensidad se vive según la escala de quien los padezca.

C’mon C’mon, siempre adelate reconoce las angustias de la vida contemporánea para quitarles su sentido de inevitabilidad y proponer que el cuidado y la comprensión, son bálsamo para sobrellevarlas. Aunque está presente la idea de que la delicadeza es vulnerable a la trágica erosión de los años, se le reconoce como parte de fragmentos incorporados a la experiencia. La calidez que un día dieron, será fortaleza para, aún con planes frustrados e inesperados, seguir y seguir y seguir y seguir…

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Carlos Carrizales Comunicólogo. Aprendí a graduarme en todo de aprendiz. Cinéfilo irredimible, que nunca puede ver todo lo que quisiera. Aspirante, también, a periodista. Amante de las series, de la trova, y de todo lo que implique conocer cosas nuevas.