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Cine

Coco – Crítica

22-10-2017, 8:33:49 AM Por:
Coco – Crítica

Lee aquí nuestra crítica de Coco, la más reciente película de Disney Pixar que le rinde homenaje a México.

Cine PREMIERE: 4
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Una cosa es segura al terminar la proyección de la película: los creadores de Coco hicieron la tarea. Los diversos viajes de investigación que realizaron al país se hacen evidentes en la que bien podría ser la película de Pixar más arriesgada y, por tanto, la más fructífera y hasta esperanzadora, no tanto por su aventura en sí (en muchas formas carismática pero promedio), sino por el tipo de mano que extiende. La película número 19 del estudio de animación no es una carta de amor a México, ni una animación que pretenda tan sólo rescatar la esencia de un lugar o ambiente que le es ajeno por ser de otro país (como lo fue Ratatouille, por ejemplo). Es el desafío que se puso a sí misma “la fábrica de sueños” para conocer, comprender y, sobre todo, empoderar algo que va mucho más allá de las calaveritas y el cempasúchil del Día de Muertos: la forma de pensar de otra cultura, de otro país, de otras familias, de esos otros. Un salto al abismo.

Es cierto que lo hace desde sus propios recursos ineludibles: sus fórmulas ya conocidas y su mirada extranjera, irremediable pero asumida no como una debilidad sino como una oportunidad de descubrimiento. Dichas fórmulas se ven reflejadas en “el viaje del héroe” al que ya nos tiene acostumbrados desde tiempos inmemoriales; es decir, la odisea del protagonista con un sueño, que debe alejarse de casa para encontrarse y volver a ella como un individuo renovado. Miguel es un niño que vive con su numerosa familia en el pequeño pueblo ficticio de Santa Cecilia (fuertemente inspirado en comunidades michoacanas). Bastan sólo unos cuantos minutos para que la película planteé de forma casi vertiginosa su problema principal: aunque sueña con convertirse en un intérprete a la Jorge Negrete, en su familia no se permite la música –cosa rara en una familia mexicana pero que justifican de forma funcional–.

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El primer acto está compuesto de secuencias aceleradas que podrían pecar de expositivas, sobre todo para las audiencias nacionales. Mientras conocemos a la familia de Miguel, su contexto y sus frustraciones, los directores Lee Unkrich (Toy Story 3) y Adrian Molina aprovechan para hacer una suerte de exhibición de lo que Pixar ha aprendido sobre el Día de Muertos y sus tradiciones. Hallan la forma de explicar cuál es su esencia, para qué sirve el cempasúchil, por qué se ponen los objetos que se colocan en la ofrenda. Más que dirigirse a México, ése es Pixar enviándole una carta de amor sobre México al resto del mundo.

Esta parte explicativa le quita naturalidad y matices a los acontecimientos y delata las ansias didácticas de Pixar, pero en ella también se demuestra su acertado deseo por retratar, no tanto a un festejo, como a la familia mexicana: ahí están los matriarcados, las múltiples generaciones viviendo bajo un mismo techo, las madres e hijas que no se tutean, las historias, recetas y remedios que se pasan de generación en generación. En el caso de la familia de Miguel, hacer zapatos es el remedio para los corazones rotos y para vivir una vida digna.

Coco es equiparable a Wall-E en tanto que sus partes no son del todo proporcionadas. Mientras que la aventura del carismático robot tiene mayor fuerza al inicio y se va diluyendo en los acontecimientos de la nave espacial, Coco es sólo eficiente al inicio y encuentra su camino y su atractivo hacia el final. Para cuando Miguel hace su viaje a la Tierra de los Muertos, la clase sobre las tradiciones se ha detenido y Pixar entra de lleno a un universo infinito de casas acumuladas y alebrijes, que explota en colores y  referencias –los muralistas, las calaveras de José Guadalupe Posada, las calles de Guanajuato, la época victoriana y hasta El gran Gatsby en cierto momento–.

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Aunque ahí siguen elementos típicos de la representación de lo mexicano (como los mariachis por doquier), hay en la película de Coco una nueva forma de hablarle a México en cuanto a este tipo de películas se refiere, provenientes de un creador extranjero. Esto se  puede ver en su evidente deseo de hacer de ella una historia sobre la forma de pensar que nutre al Día de Muertos (conexión con el pasado, el recuerdo de nuestro ancestros, la familia más allá de la muerte) y sobre cómo cualquier persona del mundo podría enriquecerse si la adoptara, y no tanto sobre el festejo en sí. La vivaz El libro de la vida, de Jorge R. Gutiérrez, ya había tomado el folclor del Día de Muertos como escenario, pero en ella no se adivinaba esto necesariamente. Aquí, el Día de Muertos no es solamente una decoración o una referencia visual.

Incluso Pixar se permite en esta película ir a lugares más oscuros en cuanto a la representación de la muerte (o distintas muertes, en este caso) de los personajes se refiere (hay por ahí una escena de una callejuela que destaca en particular). No le teme a lo macabro pero carismático, ni a un humor de pronto más sofisticado (que tiene que ver con Frida Kahlo, aunque también es un recurso para hablarle al mundo sobre México usando lo que más conocen de él).

Hay que decir que los diálogos en la versión doblada tienen una neutralidad a veces desconcertante (sobre todo si tomamos en cuenta que un pueblo como Santa Cecilia debería tener más localismos), que las melodías –como «Recuérdame»– no tienen la resonancia que los compositores Kristen Anderson-Lopez lograron con Frozen (el score de Michael Giacchino es efectivo, pero no es de sus trabajos más memorables), por ejemplo. Sin embargo, a pesar de esto y de la fórmula tradicional Pixar siempre presente, la película de Coco es un paso gigantesco para el estudio: la exploración de cómo hacer una historia universal, pero verdaderamente enraizada en lo valioso de otra forma de pensar y de identificarse, sin apropiaciones. He ahí el riesgo. Los creadores de Coco hicieron la tarea y  la hicieron como debe ser: asumiéndose extranjeros. Pero eso quizá sea de mayor valor. Un extranjero que esté dispuesto a descubrir y adoptar lo valioso de una mentalidad que no es la suya es quizás el mejor remedio para estos tiempos.

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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