Corazón borrado (Boy Erased) – Crítica
Escrita, dirigida y actuada por Joel Edgerton, Corazón borrado nos deja ver el sufrimiento de quienes son obligados a asistir a las terapias de conversión.
Hace unos años, se publicó en redes sociales un video donde un joven, entre lágrimas, le confesaba a su mamá que era gay. La reacción de ella se hizo viral cuando abrazó a su hijo y le dijo que no debía estar triste porque ella lo amaba de cualquier forma. “Lo siento”, trató de decir él mientras las lágrimas recorrían su rostro, pero ella –dando el mejor ejemplo de cómo un padre debería recibir la noticia– lo tomó de sus brazos y le dijo que jamás debería sentirse apenado por lo que él es y por lo que lo hace feliz. Aunque es un momento hermoso y, como dije, se trata de la reacción ideal que un adulto debería tener, sigue existiendo un número preocupante de familias que actúan de la peor forma. Y Corazón borrado (Boy Erased) es un ejemplo doloroso de ello.
Luego de un sorprendente debut en la dirección –con el electrizante thriller El regalo de 2015–, el destacado actor australiano Joel Edgerton escribe y dirige una cinta que, a través de Lucas Hedges –su talentoso protagonista–, logra infiltrarnos a un centro dedicado a realizar terapias de conversión, que no es otra cosa más que un programa retrógrada que, aún en el siglo XXI y en el año en que vivimos, siguen intentando a toda costa “curar” a sus pacientes de ese “pecado” o “enfermedad” –léase con todo el sarcasmo posible– llamada homosexualidad.
Nominado al Oscar en 2017 a Mejor actor de reparto por Manchester junto al mar, Lucas Hedges entrega uno de sus mejores papeles a la fecha. En Corazón borrado, Hedges da vida a un joven de nombre Jared Eamons que es forzado a confesarle a sus padres (Nicole Kidman y Russell Crowe, como un predicador bautista) las dudas que tiene sobre su sexualidad. La reacción de ellos es enviarlo a un lugar en el que todo lo que haga, diga y piense será analizado. Desde su interacción con los demás hasta la imposibilidad de ir solo al baño, Jared sufre lo que millones de personas siguen experimentando cuando son obligados a cambiar sus preferencias sexuales.
Basado en el libro Boy Erased: A Memoir, de Garrard Conley, Joel Edgerton construyó un guion que, mediante flashbacks, va narrando la forma en el que el mundo de Jared Eamons se empieza a nublar por el miedo y la incertidumbre sobre su vida sexual, al mismo tiempo que se adentra en un tema tan polémico como las terapias de conversión. Así como lo hizo con El regalo, el director sabe cómo delimitar las atmósferas de sus cintas ara atrapar a su audiencia. Para ello recurrió al cinefotógrafo y a los compositores de su ópera prima para darle a Boy Erased una fotografía intimista –a cargo de Eduard Grau– y un score sutil y delicado –compuesto por Danny Bensi y Saunder Jurriaans– que saben exaltar las emociones.
Además, es a través de todos los personajes que rodean a Jared que el director acorrala poco a poco a su protagonista. Pero Lucas, como en otros papeles que le hemos visto, es capaz de contener sus emociones y decir muchísimas cosas únicamente con su mirada para luego explotar en el momento necesario. Así sucedió en cintas como Tres anuncios por un crimen o en Lady Bird donde también interpreta a un personaje que es obligado a confesar su homosexualidad. En aquel momento, un abrazo de Saoirse Ronan bastó para que Hedges le compartiera a ella –y a la audiencia– el miedo y la angustia que lo asfixiaban. En aquella cinta de Greta Gerwig, el mundo lucía más esperanzador tras la confesión. En Corazón borrado, sin embargo, las circunstancias no son tan amables como deberían serlo en la actualidad.
En su papel como guionista, director y actor, Edgerton nos deja ver el sufrimiento que poco a poco va inundando a los hombres y mujeres que son obligados a asistir a las terapias de conversión. A través de Victor Sykes, el personaje que encarna en la pantalla, Joel acierta en demostrar la ignorancia y la nula profesionalidad de quienes dirigen centros como el que observamos en la pantalla sin caricaturizarlos en ningún momento. Si bien hay muchos momentos que demuestran que Edgerton no quiso profundizar mucho más en un tema tan oscuro y doloroso como las terapias de conversión –quizá por ser lo más fiel posible al texto en que está basada la película–, hay otros que hacen de Corazón borrado (Boy Erased) una cinta imprescindible para sensibilizar al público acerca de la libertad sexual de los seres humanos.
Cada uno de los personajes aquí presentados construyen un mosaico de la forma de pensar y actuar de muchas personas en la actualidad. Desde quienes optan por vivir escondiendo su verdadera personalidad hasta los homofóbicos más agresivos, pasando por los que han luchado para disfrutar su vida con libertad o por los que tratan de hacer a un lado sus creencias religiosas para respetar y entender a los demás.
Si bien a lo largo de la cinta se nos habla de la palabra de Dios, de los pecados y de la forma en la que la Biblia nos dicta la forma en que debemos vivir, disfrutar y explotar nuestra vida, hay un instante en que un diálogo encapsula toda la esencia de Corazón borrado. «Somos nuestro propio Dios», le dice a Jared una de las personas que ha dejado huella en su vida. Y es ahí, con esas palabras, que Joel Edgerton logra transmitir un mensaje sumamente poderoso que no debemos de olvidar nunca: ninguna religión ni pensamiento está por encima de la libertad de otro. Nadie, nunca, debe forzar a otro a vivir la vida que no quiere vivir.
Más allá de ser una película dirigida a quienes todavía creen en técnicas como las terapias de conversión, Corazón borrado parece estar dedicada a quienes han sido víctimas de estos «tratamientos». De una forma muy particular –un poco romántica, por decirlo de alguna forma–, le habla a todos aquellos que han vivido con miedo, que han sido humillados o que han sido obligados a cambiar y les dice que, a pesar de todo, las cosas van a estar bien.
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