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Cine

Crimen en el Cairo – Crítica

04-05-2018, 11:15:23 AM Por:
Crimen en el Cairo – Crítica

A pesar de las nobles ambiciones temáticas y estilísticas de su director, la película es un mejor guion de lo que es como trabajo de realización.

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Si las prisiones nos dicen mucho de los pueblos, como pensaba Dostoyevski, probablemente sus policías nos digan todavía más. En las primeras escenas de Crimen en El Cairo (The Nile Hilton Incident), el director sueco Tarik Saleh enfatiza este planteamiento con imágenes de prepotencia que sociedades más desarrolladas que la egipcia esperarían solamente de los gangsters. El mayor Noredin Mostafa (Fares Fares) sale en la noche a recibir sobres con dinero desde un auto que conduce un subordinado. Hombres intimidados se acercan a entregar los paquetes o a pedir favores. Noredin es un faraón posmoderno que se mueve en un trono motorizado y destartalado. Pero su auto y su antena de televisión por cable no son lo único descompuesto en El Cairo. No por nada la película se sitúa en los días anteriores a la llegada de la Primavera Árabe a la ciudad.

Una mañana a Noredin se le asigna el caso de una cantante asesinada en el Hilton frente a la Plaza Tahrir, el escenario más memorable de la revolución venidera. Alguna vez el cuerpo grisáceo que se tiende frente a los cínicos policías fue hermoso, pero ahora su color pútrido y manchado de sangre suma la desesperanza y la parálisis: nada hermoso puede prosperar en El Cairo. Descendiente del film noir, la película recurre a motivos clásicos del género para sugerir una presencia inescapable y destructiva, el destino, que viene de la mano de los errores en el sistema político y social. Saleh a menudo nos muestra imágenes de noticiarios donde se anticipa el Día del Policía y donde se declaran elogios para la profesión. Ninguno corresponde con las acciones de Noredin ni mucho menos con las de sus compañeros, que torturan detenidos y planean actos de corrupción. Incluso el padre de Noredin parece despreciar la profesión y las tretas de su hijo.

Pero a pesar de las nobles ambiciones temáticas y estilísticas de Saleh, su película es un mejor guion –sin ser del todo notable— de lo que es como trabajo de realización. En ejemplos clásicos del neo-noir como Blade Runner (1982) y —¿por qué no?— su secuela, dirigida por Denis Villeneuve, las sombras y el contexto social recurren de manera más compleja y profunda. Crimen en El Cairo retiene elementos del género, como la melancolía y el protagonista aparentemente condenado, pero no logra destacar debido a que insiste en la corrupción policial pero sin explorarla. En muchas ocasiones sólo se menciona, al igual que los indicios de que se acerca el disturbio. Sin explicar los orígenes o las consecuencias de esta sociedad, Saleh parece ser un testigo crítico pero no muy versado, como el taxista que en una escena transporta a Noredin e insulta a la policía en vez de argumentar en contra de ella.

Incluso el protagonista es un misterio. No estoy seguro de que sea una decisión consciente para hacer de Noredin alguien más atractivo. Más bien creo que Saleh busca introducir tantos elementos en la vida social e individual, que una hora y cincuenta minutos no son suficientes para abarcarlos. Por ejemplo, Noredin sólo convive con su padre en una escena y parece tener un hermano con el que habla por teléfono una sola vez. Su relación con su subordinado, Momo (Mohamed Yousry), no ocupa más de unos minutos, y lo mismo pasa con el importante lazo que sostiene con su jefe y tío, Kammal (Yasser Ali Maher). No puedo evitar comparar lo que intenta Saleh con lo que logra el maestro turco Nuri Bilge Ceylan en su revolucionaria película Érase una vez en Anatolia (2011). En ella se quiebran tantas convenciones del cine policiaco que resulta ser algo nada menos que inédito, pero el aspecto que me la recuerda ahora es su capacidad de sintetizar vidas enteras en oraciones naturales y aparentemente insignificantes. Una discusión sobre el yogurt revela mucho sobre la vida doméstica de sus participantes, mientras que en el estilo más bien melodramático de Saleh nunca aprendemos mucho ni de Noredin ni de su mundo. Por otro lado, su estilo convencional es incomparable con los reveladores y acaso místicos planos de Ceylan. ¿Para qué ahondar en el contraste entre el silencio del turco y una escasa banda sonora que no aporta mucho en el caso de Saleh?

Hasta ahora no he querido revelar muchos elementos de la trama porque, como con todo filme policiaco, hacerlo afectaría la experiencia de Crimen en El Cairo. Sin embargo sí quiero resaltar el final —sin echarlo a perder, claro— como un momento que le da un sentido devastador al resto de la narrativa y que habla concisamente de los problemas de una revolución incompleta, pero que además demuestra en su toma final cierta ambición cinematográfica en Saleh. Esto no repara el convencionalismo y la superficialidad que afecta a buena parte de la película pero sí le da al menos una virtud que la hace emerger de la mediocridad como una heredera imperfecta de Chinatown (1974). También en El Cairo la justicia se disuelve en la necesidad de olvidar.

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