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Con Bardo crecí como actor: Daniel Giménez Cacho sobre la experiencia de filmar los sueños de Alejandro G. Iñárritu

21-09-2022, 7:20:21 PM Por:
Con Bardo crecí como actor: Daniel Giménez Cacho sobre la experiencia de filmar los sueños de Alejandro G. Iñárritu

El actor mexicano protagoniza Bardo: Falsa crónica de unas cuantas verdades, recién presentada en el Festival de Venecia.

La primera vez que Daniel Giménez Cacho vio Bardo –sentado en una sala de cine de Netflix en Los Ángeles– se preocupó un poco: no porque hubiera presenciado algo que lo decepcionara, sino por su propia incapacidad de poner en palabras lo que acababa de ver. «Fue como si una ola gigante me cayera encima. Estaba rebasado», confiesa el actor, quien decidió verla dos veces más: una durante el Festival de Venecia, en donde se estrenó a nivel mundial, y otra en el festival de Telluride. «No podía decir nada, caray. Estaba preocupado porque dije: me van a hacer entrevistas y yo no sé ni qué decir. ¡Wow!».

Después de tres necesarios visionados, el protagonista de la épica de Alejandro G. Iñárritu –aquella que representa el regreso del cineasta mexicano a su país– afirma que ya es capaz de verbalizar lo que describe como un sueño fílmico, una película que aunque evade la lógica, para él es muy real. El actor interpreta en ella a una suerte de alter ego del propio Iñárritu: Silverio Gama, un documentalista independiente que ha migrado con su familia a Estados Unidos, donde ha encontrado el éxito y el reconocimiento. Después de años de residir en el extranjero, Silverio vuelve a México para protagonizar celebraciones y eventos en su honor, pues está por recibir un premio prestigioso. Sin embargo, su retorno está enmarcado por una crisis existencial y onírica, que cuestiona el sentido de todo: el premio, el éxito, el arte y la propia capacidad de contar e incluso distinguir «la realidad».

Daniel Giménez Cacho, bardo
Daniel Giménez Cacho en Bardo.

Para Giménez Cacho, los conflictos internos de su personaje se sienten cercanos. Después de 40 años de carrera internacional, en cine, teatro y televisión, el actor de 61 años también se encuentra en un lugar consolidado, que le otorga una perspectiva mucho más crítica sobre las ficciones de eso que llamamos éxito, al menos como suele entenderse en la industria del cine y el entretenimiento. En videollamada, nos comparte las coincidencias que lo unen al viaje emocional de Silverio y del cineasta, lo que más le sorprendió al ver la película y por qué cree que Bardo: Falsa crónica de unas cuantas verdades es un acto de valentía.

Has tenido un año tremendo, te vimos dominar los escenarios en la obra Network, y ahora en Bardo. Ambos parecen bastante liberadores

Ha sido una racha muy linda. La verdad el personaje de Network fue un gozo total hacerlo, porque me permitió decir unas cosas que no se deben decir, y ahí las tenía que gritar, entonces sí fue muy liberador. Y luego el personaje de Bardo me dio la oportunidad de profundizar mucho en el oficio de actor: hice cosas que nunca había hecho, experimenté cosas profundas. Con Alejandro me entendí muy bien, hubo una relación de confianza que era clave para la manera en que elegimos trabajar: es decir, sin planear nada. Claro, él planeó durante cinco años todo [ríe]. Pero él y yo no hicimos un proceso de creación de personaje. Para mí se trató simplemente de estar presente y dejar que todo fluyera. Y para eso se necesita tener mucha confianza, de forma natural y desde el inicio. Y ahora que vi la película estoy contento: pienso que avancé, pienso que crecí. Más allá de si va a tener éxito o si les va a gustar, yo personalmente siento que crecí, y estoy muy contento por eso.

Desde que aceptaste el protagónico de BARDO hasta ahora –que ya has visto la película–, ¿qué te ha sorprendido más de todo el proceso?

Verla, sin duda. Me pasaron muchas cosas personales haciéndola: en mi vida, conexiones con mi pasado muy profundas. Pero luego, la primera vez que la vi no sabía ni qué pensar. Ya después de verla tres veces empecé a entenderla más. Me sorprendió que es una película, tan … loca, pero no es una cosa racional. Es una experiencia, un estado mental. Como si entraras a la mente de una persona. Alejandro no quería que la leyera en un inicio, porque me dijo: no hay que racionalizar mucho esto. Pero dije, no pues la voy a leer. Tengo que leerla, por favor. Y cuando lo hice me pareció un guion que entendí bien [de forma racional]. Pero cuando la vi, dije: ¡No! ¡Es como estar en un sueño! No es cuestión de lógica. Uno en un sueño no se pregunta, oye, qué hace mi mamá ahí. Eso fue lo que me sorprendió más: que al leerla yo no tenía esa sensación y al verla sí fue como ver un sueño. [Es una película que] No se puede juzgar usando la lógica de la vida real, pero al mismo tiempo es muy real. Me inquietó mucho.

Daniel Giménez Cacho y Alejandro G Iñárritu en el set de Bardo.

Nos compartías anteriormente que fueron seis meses de rodaje y cuatro semanas para ensayar. ¿Cómo se trabajaron esas semanas de ensayo, tomando en cuenta que no hubo una creación calculada de personaje?

Es que en realidad siempre tardas en entender lo que un director quiere, su lenguaje, vas construyendo uno con él: qué tanto es tantito, y a qué se refiere cuando te dice cosas como eso es «mucho» o eso es «poco». Uno tarda en entenderlo y para eso los ensayos estuvieron muy bien. Pero fueron para trabajar el tono y la conexión, de ninguna manera para decir: así se va a hacer esto. Ensayé con mi esposa [Griselda Siciliani] y con los hijos de Silverio [Íker Sánchez Solano y Ximena Lamadrid], para establecer los vínculos, conocernos. Y luego, ya en el rodaje, se permitía que la escena fuera como tuviera que ser. Nunca hice lo que siempre hago, que es construir a mi personaje. Decir: a ver, tiene estos rasgos, o reaccionaría así o asado. Más bien, lo que pasó es que en mis meditaciones diarias me preguntaba cómo me sentía ese día y decía: pues así va a ser hoy. Era más sobre estar presente. Todo sucedió tan orgánicamente, que hasta me preocupé los primeros días porque dije, esto no puede ser tan fácil [ríe]. Estaba acostumbrado a luchar, como cuando subes a la cima de una montaña con las rodillas raspadas pero dices, ah, lo logré. No, aquí fue fluido, orgánico. Hasta pensé que se me debía de estar escapando algo. Claro, bueno, ya llevo 40 años en esto. Pero fue así de natural.

A través de Silverio, el director canaliza muchos pensamientos e ideas muy personales. Hay incluso escenas en donde la silueta de ambos parece fundirse. ¿Cómo se maneja un personaje que es tan cercano al cineasta que te dirige? ¿Así como Alejandro te observaba desde su mirada de cineasta, tú lo observabas a él?

No, yo creo que también fue un proceso mágico. Nunca pensé: lo voy a reflejar a él. Sabía que había material de su vida ahí. Pero el personaje era yo. Como no lo construí, era muy cercano a mí. De por sí Alejandro y yo estamos en una etapa similar de nuestras vidas. Los dos tenemos hijos, hemos estado con la misma mujer por 30 años. Ambos nos empezamos a cuestionar qué sigue, pues tenemos un futuro más corto que lo que tenemos atrás. Empezamos a pensar en la muerte. Hay muchas coincidencias con él. Entonces no hacía falta. Para mí era yo, como si fuera mi vida.

Daniel Giménez Cacho y la actriz Ximena Lamadrid en Bardo.

Silverio tiene una relación complicada con el premio que le van a dar y con el concepto de reconocimiento en general, pues vivimos en un mundo en el que ser exitoso significa volverse parte del sistema. ¿Cuál es tu relación con los conceptos de reconocimiento y éxito?

Para mí eso es algo que ha ido cambiando con la edad. Cuando estás empezando quieres ser reconocido, quieres abrirte un lugar y demostrar que eres capaz. Quieres ser famoso, vaya. En mi caso fue complicado, porque yo no me atreví nunca a asumirlo: querer ser famoso era una cosa de vanidad y mi educación me decía que eso estaba mal. Pero en el fondo, claro que quería. Entonces, a medida que te abres un lugar también entras en crisis, porque te das cuenta de que ese punto que luchaste por alcanzar, pues en realidad no es nada. Por eso, para mí, Alejandro es muy valiente. Porque desde el lugar en donde está, con todo el éxito del mundo, empieza a cuestionarse. Debajo de él hay mucha gente diciendo: yo quiero ganarme cinco óscares, y él, desde ahí, te dice: pues ahí no hay mucho. Pero, claro, tienes que pasar por ahí para saberlo.

En eso sí coincido con él, pues he tenido varias crisis de ese tipo. Ya que llegas a ese lugar de reconocimiento, te das cuenta de que ahí no hay nada. La vida y lo importante están en otro lado. El éxito, hoy, para mí, tiene que ver con conquistar la paz interna. En eso estoy ahora. Yo estoy muy conforme con lo que he hecho. Podría llegar más lejos, claro, pero eso no me llama. Si se da, pues gracias y bienvenido, pero no es algo que crea necesitar. No es como que me la pase pensando: ahora quiero actuar con Brad Pitt.

Daniel Giménez Cacho y Alejandro G Iñárritu en el set de Bardo.

Cuando se trata de directores como Alejandro G. Iñárritu, que han consolidado su éxito fuera y han regresado después a filmar a su país, la forma en que alzan sus películas suele ser inseparable de la historia que cuentan en pantalla. ¿Qué nos puedes compartir sobre la forma en que la producción de esta película dialoga, encaja o no, con la forma de hacer cine en México?

Hay muchas diferencias. La primera sería quizá que, en este tipo de producciones, una escena no está terminada hasta que queda tal como el director la soñó. En México no tenemos esas condiciones, siempre tenemos el tiempo encima. Alejandro, por otro lado, tiene los medios que le permiten hacer una secuencia exactamente como él la quiere. Y si no queda bien hoy, pues venimos mañana. Eso sí es muy diferente, porque se crea en el set una sensación linda de que estás haciendo algo especial y único. Y en el caso de esta película, además, se trata de una historia muy personal para el director. No es exclusivamente una mercancía para venderse. Hay aquí el afán de un director que quiere hablar de cosas profundas. La forma sí es espectacular, si tú quieres, pero aparte de eso hay contenido. Habla de perder un hijo, de volver después de vivir tantos años en el extranjero, de las relaciones de familia, de la relación que hay entre México y la Conquista. Entonces, todo el equipo quiere que esto llegue al público, saben que están haciendo algo importante en las carreras de todos. Tenemos todos los medios, tiempo, un guion fabuloso. Es especial. Yo creo que para mí, va a una película ser muy definitoria.

Daniel Giménez Cacho, bardo
Daniel Giménez Cacho y Griselda Siciliani en Bardo.

En su paso por festivales, Alejandro habló de cómo la película también parece estar viviendo una suerte de desarraigo, quizá por compartir una sensibilidad muy mexicana para el mundo y muy americana para México. También lamentó que fuera malentendida por la crítica norteamericana como «pretenciosa». ¿Qué opinas de eso?

Sí, sí hemos platicado. Es que sí hubo, en las primeras críticas norteamericanas, algo que quizá no pueden reconocer. Lo que cuestiono de esas críticas no es que no les haya gustado, sino que no hayan visto ni hablado del contenido de la película. Creo que, de hecho, no lo pueden ver. Viviendo en la burbuja de Estados Unidos, no pueden ver de lo que habla. Se concentraron en criticar a Alejandro por atreverse a hacer una película reflexiva. ¡Qué narcisista!, cuando en realidad ese tipo de películas se hacen desde hace mucho. Y creo que, como artistas, lo único que podemos ofrecer al mundo es nuestro punto de vista y nuestras vidas.

Alejandro ha declarado –y estoy totalmente de acuerdo con él– que hay un cierto racismo. Y yo añadiría que hay también una mirada colonialista. A un noruego o europeo sí le permitimos que haga un ejercicio de introspección, pero a un mexicano no. Un mexicano que además nos habla desde las meras entrañas de la industria y el monstruo de la mercadotecnia: con Netflix detrás, en el Festival de Venecia, ¡cómo se atreve a hacer una película de introspección! Se lo permitiremos a otros, pero a Alejandro no. Luego empezamos a ver otro tipo de críticas europeas, en donde sí discuten el contenido de la película. Si no les gusta está muy bien, para eso están los críticos, pero discutamos lo que hay adentro. Me pareció injusto, racista y colonial.

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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