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Cine

Desobediencia – Crítica

01-07-2018, 8:25:35 PM Por:
Desobediencia – Crítica

Filmada de forma directa, clásica y quizá demasiado literal, la nueva película del chileno Sebastián Lelio explora nuevamente historias femeninas dentro de la opresión.

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Las mujeres de Sebastián Lelio tienden a ser demasiado grandes –y complejas– para sus circunstancias. Es decir, usualmente no caben en las realidades estrechas que les rodean. En su filmografía reciente, el cineasta chileno se ha concentrado en heroínas cuyas meras esencias y deseos humanos básicos implican una resistencia y disrupción en sistemas opresores. En Gloria, vemos a un alma libre que se atreve a vivir fuera de lo que se espera de alguien como ella; mientras que en Una mujer fantástica –cinta que le valió recientemente el Oscar a Mejor película extranjera–, se trata de una mujer transexual a la que no le queda de otra más que luchar por el derecho simple de despedirse de su amor.

Desobediencia, su primer largometraje en inglés, continúa la exploración de relaciones entre mujeres y los sistemas de creencias que intentan reprimirlas. Sólo que esta vez, curiosamente, inicia con el regreso de una de ellas al ambiente del que huyó hace años: la comunidad judía ortodoxa en la que creció antes de irse a Nueva York. Tras la muerte de su padre, el pastor de dicha comunidad, Ronit (Rachel Weisz) toca nuevamente a la puerta de su pasado y, mientras arregla asuntos prácticos y algo dolorosos –su padre ha dicho en su testamento que no tiene hijos–, la vemos explorar su nuevo lugar de oveja descarriada. Al mismo tiempo, se reencuentra con Esti (Rachel McAdams), con quien tuvo una relación amorosa en la juventud –escandalosa para la comunidad–, pasión que, como descubriremos poco a poco, aún está viva. A diferencia de Ronit, Esti se ha quedado atrapada en esa sociedad y se ha casado ya con otro amigo de la infancia de ambas: Dovid (Alessandro Nivola), un prometedor joven pastor, cuya unión con Esti tiene el objetivo –entre otros que se esperan de un matrimonio– de curarla de su homosexualidad.

Lo mejor de la cinta es la llegada del personaje de Weisz al inicio. Sebastián Lelio es capaz de retratar un reencuentro incómodo y frío entre la protagonista y su viejo círculo, pero que al mismo tiempo está carente de abierta hostilidad. La comunidad de Ronit es dogmática y condena, pero también cobija y ofrece la ventaja de los lazos duraderos, aunque estos se vuelvan conflictivos y de rechazo. Lelio transmite estos matices y complejidades en esos primeros minutos en que la vemos deambular con los brazos cruzados entre los cuartos de una casa, llena de dolientes por la muerte de su padre. Ahí también caemos en cuenta de la larga historia que hay entre los tres personajes principales (Ronit, Esti y Dovid), pero lo hacemos sin la necesidad de diálogos explicativos ni de ningún tipo de exposición. La lograda atmósfera inicial –así como la de otra escena que involucra un sabbat conflictivo– es lo que le dará vuelo a toda la cinta.

La sutileza de estas primeras secuencias, que retrata a los judíos ortodoxos como un universo mucho más complejo que “los malos de la película” y gracias a la cual sentimos la carga del tiempo que hay entre sus personajes, destaca aún más porque precisamente ésta no es, en su mayor parte, una película sutil. Lelio es conocido por un estilo que se inclina más hacia lo onírico o lo simbólico, pero Desobediencia tira eso por la borda: es directa y bastante literal. Quizá demasiado literal.

La película comienza con un sermón judío que versa sobre la libertad del individuo para decidir su destino, de modo que el director nos lanza el tema y la moraleja antes que nada, fijando de entrada y como con resistol lo que el lector deberá de llevarse, sin que éste tenga aún la oportunidad de experimentarlo por sí mismo. De hecho, la tendencia a subrayar y a hacer explícitos sentimientos o conflictos principales puede hallarse en otros momentos clave: en la escena erótica y romántica en la que Ronit y Esti dejan salir sus pasiones, la canción que encuentran en el radio coincidentemente habla de lo que sienten, además de que en el clímax y desenlace, otro sermón explica literalmente la decisión final que cambiará la vida de sus protagonistas. De nuevo, el mensaje recalcado.

El resultado es una historia que grita un poco a distancia, de forma anticipada, ahogando la oportunidad de interactuar con ella o de irse por otros caminos: no permite al espectador, paradójicamente, desobedecer. Con todo y la pasión prohibida,  las frustraciones y los miedos de Esti o la reflexión sobre el efecto de los dogmas y la inflexibilidad religiosa en la libertad individual, el cauce temático remarcado con fuerza una y otra vez aplana la cinta, la vuelve algo estática y le roba fecundidad. Como contemplar una postal, vemos pasivamente una historia que ya ha sido revelada y que no tiene ningún espacio para nosotros. Hemos llegado tarde a ella: no nos necesita.

El espíritu directo tiene mejores resultados a nivel estético. Lelio olvida lo onírico y se inclina por unas imágenes sobrias, clásicas y por tanto refrescantes en su cine, casi en blanco y negro, que remarcan la austeridad de la comunidad a la que intenta reflejar. Asimismo, las actuaciones de Weisz y de McAdams sobresalen, aunque funcionan mejor cuando están por separado, cada una lidiando en su propia línea individual con el sistema que las ata. Weisz al ser la cuasiextranjera enamorada de alguien que no ha podido salir, McAdams como aquella que hasta ahora no ha tenido la fuerza para aceptarse y liberarse. La humanidad y sensibilidad de Dovid, asimismo, son bastante bienvenidas y hasta sorpresivas. Nivola muestra un verdadero conflicto y es a través de él que la película libera a la comunidad que retrata de los juicios que el espectador quiere imponerle.

Además, no se puede negar que Desobediencia, con todo y su literalidad, detona las conversaciones y pensamientos que pretende.

 

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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