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Columnas

Dí­a 4

10-02-2009, 3:42:15 AM Por:
Dí­a 4

Me siento con los huesos quebrados, una marioneta rota. Imploro a los dioses del celuloide que me defiendan de todo mal pero creo que ni mi rosario dedicado a San John Huston será suficiente: me dará gripe. No me sorprendería: día con día es posible escuchar una orquesta de toses en las premieres de las […]

Me siento con los huesos quebrados, una marioneta rota. Imploro a los dioses del celuloide que me defiendan de todo mal pero creo que ni mi rosario dedicado a San John Huston será suficiente: me dará gripe. No me sorprendería: día con día es posible escuchar una orquesta de toses en las premieres de las películas. Para colmo de males, no son toses normales sino toses de periodistas, tan proclives a inmiscuirse en la salud ajena.

Escuchando tan terribles sonidos, no pude evitar recordar aquella escena de Epidemia en la que la cámara sigue al virus precisamente desde la boca de un enfermo que tose y hasta la boca de un individuo que ríe a carcajada tendida, ignorante de que en un par de días colgará los tenis. Tal secuencia, por cierto, tiene lugar en una sala de cine.

 

Gigante

Pero sobreviviré. O al menos sobrevivo hasta que la película Gigante llega a su fin. Esperaba mucho menos de ella quizá porque nunca había visto una película uruguaya. Por ello me sorprende más quedarme con tan buen sabor en la boca. Cada vez aprecio más las cintas simples, despojadas de toda falsa pretensión o intelectualismo barato y Gigante es justo eso: una pequeña y modesta historia de amor. Y nada más. Su producción, por cierto, corre a cargo del mismo equipo responsable de la aplaudida Whisky, del 2004.

 

El Mamut

Me sorprende en gran medida el que, al terminar Mammoth, del sueco Lukas Moodysson (el trailer puede encontrarse en una de mis entradas anteriores), un buen número de periodistas abuchea con rabia mientras otro segmento aplaude con fuerza batiente. Uno de ellos está precisamente detrás de mí y veo como junta sus manos para que su disgusto adquiera una resonancia de ambulancia berlinesa, cuyo sonido es terriblemente fuerte e irritante. Es muy raro que algo así suceda en la Berlinale. Lo había atestiguado solamente una vez hará un par de años, cuando se presentó Bordertown, de Gregory Nava, bazofia que me provocó pena ajena y que sin duda justificaba la reprimenda pública (e incluso algo más, como castigar a Gregory Nava no dejándolo filmar durante cinco años y multar con millones de dólares a Jennifer Lopez, o mejor, mandarla a vivir a Ciudad Juárez por varios meses). No así Mammoth, cinta que si bien no es una maravilla posee secuencias destacables, como aquella en la que García Bernal se comunica con un elefante en silencio, o esa otra donde Michelle Williams, quien interpreta a una médica de urgencias, pretende salvar a uno de sus pacientes. Reuniéndome después con otros amigos, interpreto que tal hecho probablemente se debió a que mucha gente esperaba otro tipo de cinta, una más impactante, más vistosa, qué se yo; algo que justificara el que, antes de morir, Ingmar Bergman hubiese señalado a Moodysson como uno de los mejores directores suecos de la actualidad. A saber.

 

Sin Rabia

Luego de la conferencia de prensa de Mammoth salgo disparado hacia Alexander Platz. Allí me espera una cita con el director Gerardo Naranjo, razón por la que me pierdo de Rage, película que al día siguiente sería duramente criticada. Al llegar lo veo atendiendo a un pequeño grupo de fanáticos a quienes evidentemente les ha gustado Voy a Explotar, proyectada por segunda ocasión en el festival. Nos movemos a un bar y comenzamos a charlar. Como de alguna manera somos viejos conocidos, apago la grabadora cuando abordamos temas íntimos y la vuelvo a encender cuando la conversación roza de nuevo el tono periodístico. Hablamos de México y de lo que significa hacer cine en México. De los amigos que tenemos en común. De lo que representa Berlín. Este Berlín frío e inhóspito que ahora pretende abarcarlo todo, ejercer una suerte de imperialismo cultural que ya se siente al menos en Europa. Hablamos de sus primeras películas y las futuras. De las tardes tristes en la Colonia Roma y lo que perdimos y ganamos en nuestra adolescencia aquellos que nacimos en la década de los setenta. Y también un poco de Bolaño. Él bebe un refresco de naranja y yo una cerveza que me sabe a recuerdo. Luego de una hora, Naranjo sale corriendo para presentarse al estreno oficial de Mammoth, al cual ha sido invitado. Pese a mi insistencia por invitarlo me da tres euros. Me quedo solo allí. Solo con mi cuerpo roto y que duele, y una ola de visiones pasadas que también, a ratos, también duelen.

 

 

 

 

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