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Columnas

Dí­a 5

10-02-2009, 2:25:19 PM Por:
Dí­a 5

Hoy ha tenido lugar el amanecer más frío en muchos días. No es nieve pero sí una especie de escarcha lo que se ve tendido en el suelo, alfombrándolo. Ya son las ocho de la mañana pero en Berlín apenas amanece. Miro por la ventana y medito en las tareas que me aguardan para el […]

Hoy ha tenido lugar el amanecer más frío en muchos días. No es nieve pero sí una especie de escarcha lo que se ve tendido en el suelo, alfombrándolo. Ya son las ocho de la mañana pero en Berlín apenas amanece. Miro por la ventana y medito en las tareas que me aguardan para el día de hoy. Me llega entonces el recuerdo de una anécdota que me contó algún amigo sobre un tío suyo que desde que cumplió los 30 años decidió dedicar una hora diaria de su vida, la primera de cada mañana, únicamente para reflexionar, para pensar de manera tranquila, como un monje zen o una vaca rumiante. Yo no puedo. No podría. Nunca podré sacarme este ruido.

 

Paréntesis: Ruido: Tarareo sin parar (Ohrwurm se le llama en alemán al fenómeno de tener una melodía en la cabeza que se repite constantemente. Literalmente significa: gusano de oreja), The Greatest, de la bellísima Cat Power, canción que, en virtuosa o fatal coincidencia (eso depende desde dónde se lo mire), tanto Lukas Moodysson (Mammuth) como François Ozon (Ricky) eligieron para cerrar sus respectivas cintas. No los culpo, puesto que se trata de un tema realmente excepcional. Aquí se los muestro en una versión en vivo:

 

Frente al Actor

Hoy mi rutina se rompe. No podré ver ni la alemana Alle Anderen, de Maren Ade, ni tampoco el drama norteamericano The Messenger, de Oren Moverman. La razón es sin embargo bastante justificable: La entrevista que se me ha programado con Gael García Bernal tendrá lugar precisamente entre ambas cintas. Así las cosas, desayuno con calma por primera vez en muchos días mientras garabateo preguntas en mi libreta, preguntas que trato que no suenen estúpidas o frívolas y que al final, y por más que uno se esfuerce en lo contrario, siempre acaban sonando algo estúpidas y algo frívolas.

La cita es en el Adlon, lujoso hotel cuyas ventanas dan a la mítica Puerta de Brandemburgo. Sus paredes guardan cien años de historia. Han atestiguado dos guerras, más de un affaire de alguna cortesana con un aristócrata y acontecimientos diversos, algunos de ellos sí más estúpidos y más frívolos, como cuando a Michael Jackson casi se le escapa su hijo de entre las manos cuando lo presentaba a la prensa desde uno de sus balcones.

García Bernal lleva un saco de terciopelo azul y debajo una camiseta arrugada. Se le ve bien, contento. Dice que Berlín le encanta y se adivina que la Berlinale es uno de sus festivales de cine favoritos. Hace tres años vino a presentar The Science of Sleep y hace dos formó parte del jurado. Ahora viene para hablar de Mammoth y eso es justamente lo que hace mientras acaricia su barbilla perfectamente afeitada. Cita sus escenas favoritas de la cinta y lo que significó para él el rol que hace de Leo. Mira de frente, seguro y amable. Nos despedimos con un apretón de manos, como lo hacía con mis amigos de secundaria.

 

No Volveré a Comer

Mirar películas se ha convertido en un vicio. Al haber visto únicamente The Private Lives of Pippa Lee, cinta de Rebecca Miller (a quien mostraré leyendo estractos de la obra al final del párrafo) presentada fuera de competición y en la que Robin Wright Penn realiza un trabajo verdaderamente excepcional, siento piquetes en el alma, una suerte de ansiedad que no puede contrarrestar ninguna clase de metadona. Corro entonces hacia las una salas del complejo Cubix para ver Food, Inc., de Robert Kenner, documental que me ha sido recomendado hasta el cansancio. Las voces tenían razón: Aunque no es de lo más apta para hipocondríacos e ideáticos como yo, el filme de Kenner, decidido a investigar a fondo el origen de la comida, lo que revela la inmoral y alarmante industrialización de los alimentos y el papel que compañías como Monsanto han tenido en ello, está dirigido a remover estómagos y con ello las conciencias. Algo que hace falta con urgencia en un mundo tan conectado. En un mundo que a veces, a ratos, parece a punto de estallar.

En mí al menos ha dejado un mensaje muy claro. Claro y doloroso. Tanto que, aunque me muero de hambre, no toco el sándwich que llevo en mi mochila.

Y de hecho creo que no comeré una hamburguesa más. No de esas al menos. Prefiero ser carita infeliz.

Y aquí lo prometido: Miller lee a Lee.

 

 

 

 

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