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Cine

Documental Fireball, de Werner Herzog: El asombro motiva al científico

30-11-2020, 9:56:40 AM Por:
Documental Fireball, de Werner Herzog: El asombro motiva al científico

El galardonado realizador y su colega Clive Oppenheimer nos cuentan detalles detrás de la película.

A la pregunta de si una estrella fugaz supone sencillamente un interesante objeto de estudio o también un motivo para maravillarse, un hombre con indumentaria sacerdotal avala la codependencia entre ambos aspectos: el científico y el emocional. Por un lado, percibe que conocer la ciencia detrás del fenómeno aviva el asombro, mientras que «tú no puedes, tú no quieres hacer ciencia sin esa sensación de asombro». Esto lo dice Guy Consolmagno, un astrónomo jesuita y una de las personalidades presentes en el nuevo largometraje documental de la plataforma Apple TV+. Fireball: Visitantes de mundos oscuros, codirigido por el veterano cineasta Werner Herzog y el vulcanólogo Clive Oppenheimer, reconcilia ámbitos y ramas del pensamiento muchas veces consideradas excluyentes, a la par de sumergirnos en el tema de los meteoritos… o, más exactamente, de las fervientes personas encargadas de escudriñar, interpretar y admirar sus misterios.

Clive Oppenheimer y Werner Herzog colaboraron anteriormente en los documentales Encuentros en el fin del mundo (2007) y Hacia el infierno (2016).

Las raíces del proyecto

Titulada originalmente Fireball: Visitors from Darker Worlds, esta película emerge de una premisa fascinante: los meteoritos caen en la Tierra constantemente, pero los más grandes —además de alterar paisajes— han generado un impacto sustancioso en diversas culturas, a lo largo de la historia humana. Con Oppenheimer a cuadro y Herzog detrás de la cámara, el público es guiado en un viaje alrededor del mundo, desde México hasta las Islas del estrecho de Torres (entre Australia y Nueva Guinea), pasando por regiones de Europa y Asia, donde los cuerpos celestes han dejado una marca imborrable.

La idea para el filme, adjudicada a Clive Oppenheimer, derivó de hallazgos efectuados en el punto más austral del planeta. En entrevista exclusiva con Cine PREMIERE, el también profesor de la Universidad de Cambridge nos platica cuán maravillado quedó de una colección de aerolitos descubiertos en la Antártida y posteriormente resguardados dentro del Instituto de Investigación Polar de Corea del Sur (KOPRI, por sus siglas en inglés). «Hablando con aquellos estudiosos de los meteoritos, de repente surgió en mi cabeza que éste era otro tema obvio para abordar con Werner», declara el británico. «Es un tema extensivamente de ciencias de la Tierra, pero en realidad conlleva muchos aspectos de la cultura: cómo la gente ha visto los cráteres de impacto, qué significado hallan diferentes culturas en las piedras de caen del espacio exterior, qué significan los cometas y las estrellas fugaces».

Por su parte, Werner Herzog señala que la labor de los investigadores del KOPRI ayudó a definir el tono deseado para Fireball. Un video protagonizado por exploradores de aquel instituto, que fuera incluido en el filme documental, registra el momento en que ellos encuentran un enorme fragmento de meteorito en el área de hielo azul de la Antártida. «Este científico se baja del helicóptero, grita y se deja caer, en completo y agigantado éxtasis», nos comenta el célebre cineasta alemán, describiendo la escena. «Dijimos: ‘Ese es el estado de ánimo de nuestra película, el éxtasis, la sensación de asombro, de curiosidad. Todas esas cosas deben estar más presentes que la ciencia pura'».

Herzog y Oppenheimer también viajaron a la Antártida durante el rodaje de Fireball. Ahí, aquel último encontró el fragmento de meteorito más grande de la temporada.

El asombro motiva al científico

La tirada de la más reciente cinta de Herzog no es el discurso académico meramente expositivo, como tampoco el aura sensacionalista de múltiples producciones de Hollywood, donde el asunto de los meteoritos queda subordinado al espectáculo. El objetivo de Fireball es «adentrarnos en las almas de los seres humanos», de acuerdo al documentalista, por lo cual el énfasis recae en testigos de distintas creencias o especialidades, quienes enuncian experiencias, conocimientos y reflexiones individuales, pero sin duda ostentan un rasgo en general: la pasión.

«El filme desvanece toda idea de que los científicos son observadores desapasionados. En realidad les apasiona intentar comprender el cosmos y creo que vemos eso en cada una de nuestras conversaciones», nos dice Oppenheimer. «Se trata del asombro del cosmos, la alegría de la ciencia, y creo que lo vemos durante la película. Siendo yo un científico, [puedo decir que] lo que te motiva es la curiosidad, curiosidad acerca del mundo. Es obtener datos que deseas separar de todas las formas posibles para ver qué mensaje puede estar oculto en ellos. Creo que la curiosidad, el asombro, éstas son las cosas que realmente impulsan a los científicos y nos apasiona para lo que hacemos».

En el transcurso del largometraje, el vulcanólogo de 56 años es el entrevistador responsable de dialogar con vehementes personalidades como el profesor en historia y filosofía de la ciencia Simon Schaffer, quien concede cualidades simbólicas a los aerolitos, y el guitarrista de jazz Jon Larsen, quien es además un científico aficionado que ha publicado libros sobre micrometeoritos y polvo cósmico. “Su manera de hablar nunca es condescendiente, es genuinamente curiosa”, explica Herzog sobre Oppenheimer, a quien califica como un tipo fresco de presentador que “normalmente no ves en documentales”.

Clive Oppenheimer, hablando con Mark Willman y Joanna Bulger, vigías del observatorio astronómico Pan-STARRS en Hawái.

Belleza y dualidad

Sobre la injerencia de los cuerpos celestes en la cultura, Fireball aborda temas como la «Piedra Negra» en Arabia Saudita, una reliquia islámica a partir de la cual se erigió la ciudad de La Meca, o el Meteorito de Ensisheim, Francia, que en el siglo XV fue considerado una señal divina que avalaba el poderío de Maximiliano I de Habsburgo. Asimismo, las indagaciones del filme llevaron a explorar la dualidad de los aerolitos; por ejemplo, es en el estado de Rajastán, India, donde un cráter de 3.5 kilómetros presenta en su centro un templo dedicado a Shiva, deidad hindú cuyo rol divino —destruir y renovar— se hace extensivo a las piedras que traspasan la atmósfera terrestre.

Siguiendo aquella línea, México abriga el Cráter de Chicxulub, originado por un inmenso meteorito al que teóricos adjudican la extinción de los dinosaurios, como también la implantación de los factores meteorológicos que propiciaron nueva vida, incluidos los antepasados del ser humano. «Pienso que, en todos los niveles, vemos en el impacto de hace 65 millones de años el fin de tres cuartas partes de las especies, pero vemos también un resurgimiento, una renovación, que llega hasta los mamíferos y nosotros», nos dice Clive Oppenheimer, quien exploró junto con Herzog los cenotes de Yucatán, engendrados por aquel asteroide de más de once kilómetros de diámetro y que los mayas asumieron como portales hacia el inframundo.

No obstante, el documental también opta por exaltar la intimidante belleza que permea en la caída de un meteoroide o en un cráter de impacto. Material de archivo ofrece una variedad de perspectivas alrededor del momento exacto en que un cuerpo celeste iluminó el cielo ruso en febrero de 2013, antes de impactar a 80 kilómetros de la ciudad de Cheliábinsk. Por otra parte, hipnóticas tomas aéreas capturan el cráter Wolfe Creek en Australia, el cual se habría originado hace menos de 120,000 años. De fondo, escuchamos un arreglo del Ave María orquestado por el holandés Ernst Reijseger, músico de cabecera de Werner Herzog y a quien el alemán considera «“una pieza muy importante [en Fireball] para configurar ciertos estados de ánimo que mostramos en nuestras imágenes”.

El cráter Wolfe Creek presume 875 metros de diámetro.

Fireball: Visitantes de mundos oscuros, codirigido por Werner Herzog y Clive Oppenheimer, está disponible en la plataforma streaming Apple TV+ desde el pasado 13 de noviembre.

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autor Tengo muy mala memoria. Por solidaridad con mis recuerdos, opto por perderme también. De preferencia, en una sala de cine.
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