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Cine

El hombre que mató a Don Quijote – Crítica

13-12-2018, 10:56:33 AM Por:
El hombre que mató a Don Quijote – Crítica

A Terry Gilliam le tardó 20 años poder completar su más reciente película. ¿Valió la pena la espera?

Cine PREMIERE: 3.5
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Si existe una película que se ha ganado el título de maldita, ésa es El hombre que mató a Don Quijote, cuya realización enfrentó toda clase de adversidades durante casi 20 años. Ahora que el proyecto ha sido concluido, sólo queda preguntarnos: ¿valió la pena la espera?

La obra de Terry Gilliam siempre ha deambulado entre la realidad y la fantasía, reforzándose además en la ironía y el absurdo para realizar toda clase de críticas sociales. Esta característica permite entender que el británico mostrara semejante obsesión con el personaje de Miguel de Cervantes Saavedra que, si bien fue concebido para reflejar los males de su época, sigue siendo efectivo a más de cuatro siglos de distancia. Por ello se aprecia que lejos de una simple adaptación, el cineasta aprovechara el valor simbólico del caballero para capturar la eterna lucha de los soñadores contra una humanidad cruda, cínica e hipócrita.

Para disfrutar de El hombre que mató a Don Quijote no hace falta haber leído la obra de Cervantes, pero sí estar familiarizado con algunos de sus conceptos más básicos.

Esta misma premisa hace que Don Quijote luzca como la obra más personal en su filmografía, que se apoya en la metaficción para adentrarse en la figura de Toby Grisoni (Adam Driver), un director de comerciales obsesionado con la figura de Alonso Quijano. Esta inquietud, aunada a sus propias dificultades para concretar un proyecto que implica un clásico literario, le lleva a explorar su pasado hasta reencontrarse con un viejo zapatero (Jonathan Pryce) al que dirigiera en un antiguo filme experimental titulado –adivinaron– El hombre que mató a Don Quixote y que aquejado por las instrucciones del entonces novel creativo, terminó convenciéndose a sí mismo de que realmente era el caballero andante. Es así como el estelar termina convertido en un Sancho Panza contemporáneo que emprenderá su propia lucha en pro de la justicia y en busca de su propia Dulcinea.

Para disfrutar la obra no hace falta haber leído la obra de Cervantes, pero sí estar familiarizado con algunos de sus conceptos más básicos. Esto porque Gilliam va más allá de los tradicionales molinos de viento y aprovecha la simbología, e incluso la narrativa de Cervantes hasta donde le resulta posible. Esta situación deriva en el especialmente evidente personaje de Jonathan Pryce, que lejos de conformarse con el lado más heroico del Quijote –un error común con el que se busca suavizar el texto original–, muestra un hombre decadente, nostálgico y triste ante su incapacidad para concretar sus sueños. El resultado es una actuación aparentemente sencilla, pero sumamente compleja en su concepción.

El caso de Adam Driver es muy diferente pues, aunque aprovecha su talento para ejecutar un buen trabajo, resulta indudable que el personaje no fue escrito para él. Esto le hace lucir incómodo por momentos, al batallar por encontrar ese punto de equilibro entre la cordura y la locura. Irónicamente, pareciera que su solución fue emular algunos de los grandes trabajos de Johnny Depp, quien fuera la primera opción para el proyecto hace casi 20 años.

Aunque Adam Driver aprovecha su talento para ejecutar un buen trabajo, resulta indudable que el personaje no fue escrito para él.

Esta labor histriónica se ve reforzada por un diseño de producción que se olvida de la España hollywoodense para llevarnos por escenarios más apegados a la obra literaria de Cervantes, aunque no por ello menos mágicos. Un ejemplo es el pueblo de Los Sueños donde radicaba el viejo zapatero antes de emprender su aventura o el castillo del tercer acto que es aprovechado para entrelazar la fantasía y la realidad.

Podríamos estar ante una de las obras maestras de Terry Gilliam, de no ser porque el cineasta se traiciona a sí mismo con una narrativa inconsistente y demasiado apresurada por momentos, como si temiera que esta nueva oportunidad de terminar su proyecto de ensueño pudiera verse aquejada por una nueva complicación. El resultado es un filme simbólicamente poderoso, pero que se pierde en distintos puntos importantes de su ejecución, lo que entorpece su disfrute y el cumplimiento de sus objetivos. Esto se nota sobre todo en el tercer acto, con una dirección frenética que batalla para capturar la inmersión absoluta del personaje central en el reino de los caballeros andantes.

¿Entonces valió la pena la espera? La respuesta es un sí, aunque no tan rotundo como uno desearía. Esto no desmerece la labor de Terry Gilliam, quien enfrentó toda clase de adversidades hasta derrotar la maldición que aquejó a su película. Finalmente, el director podrá repetir la frase del propio Don Quijote: “esta empresa, buen rey, para mí estaba guardada”.

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autor Algún día me uniré a los X-Men, la Alianza Rebelde o la Guardia de la Noche. Orgulloso integrante de Cine PREMIERE desde el 2008.
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