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Cine

El compromiso de las sombras – crítica de la película

23-03-2021, 3:09:54 PM Por:
El compromiso de las sombras – crítica de la película

El compromiso de las sombras, ópera prima de Sandra Luz López, nos invita a reflexionar cómo podemos habitar la pérdida y la ausencia.

Cine PREMIERE: 4
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Muchas veces se suele pensar en las despedidas como momentos muy concretos, finitos, gestos que empiezan y terminan pronto. Se completan en cuanto la persona se va: cuando se han cruzado las últimas palabras o se ha dado el último abrazo. Lo que sigue es habitar el duelo, el recuerdo o la añoranza y es ahí donde se instalan muchas de las historias que abordan la partida y los vínculos que tenemos con nuestros muertos recientes. Las conexiones entre los que nos quedamos y los que se van se establecen y se narran antes o después del parteaguas del adiós, a través del dolor, la reminiscencia, o la expectativa del final. La despedida entonces solo es una especie de puerta, una línea, que se cruza.

En esto pensaba mientras veía El compromiso de las sombras, documental y ópera prima de Sandra Luz López Barroso, que nos hospeda, por el contrario, en una despedida colectiva que dura nueve días. Es el novenario de don Gonzalo, uno de los habitantes del pueblo de San Nicolás Tolentino, cuyo fallecimiento ha marcado el inicio en la comunidad de una serie de ritos fúnebres. En este lugar de la Costa Chica de Guerrero, familiares y vecinos aligeran la sombra de sus muertos mediante la palabra y la música. Cantos, noches de baile, procesiones, reverencias, altares con velos, cruces que levitan, tardes de oraciones; la tambora, el saxofón, los versos que se alargan desde el estómago. El adiós es sinónimo de acompañamiento amoroso y toma la forma de un abanico de expresiones y ánimos. Se trata de un tiempo de actividades que podría percibirse como un intermedio, entre esta vida y la otra, pues el duelo, que es cosa solo de los vivos, aún no ha empezado oficialmente. El novenario se sostiene en otro tipo de lazo, un compromiso esencial entre seres queridos que se apoyan en la frontera entre dimensiones.

El compromiso de las sombras

El documental existe en ese umbral: llegamos demasiado tarde para presenciar el último aliento de don Gonzalo, pero nos vamos justo cuando empezaría su recuerdo. Sandra Luz es cuidadosa y respetuosa al posar la cámara por primera vez en la persona que yace sin vida en la intimidad de una casa. Elige acercamientos que no despersonalizan ni fragmentan: sus manos sobre su camisa a cuadros, sus pies unidos por una cinta blanca, las veladoras que lo enmarcan, el tabique que sostiene su cabeza. Hay una preocupación por preguntarse sobre el lugar de una documentalista frente a las imágenes de la muerte. Será también a través de esos acercamientos a los detalles del cuerpo que conoceremos a quien protagonizará el resto del documental.

La sensibilidad de antropóloga de la cineasta no se detiene únicamente en las tradiciones funerarias. Mucho menos se convierte en esa mirada fuereña que las observa como un objeto de estudio, una curiosidad. La atención del documental se traslada casi de inmediato a Lizbeth Domínguez, la mujer afrodescendiente que lidera y organiza los rituales del pueblo. Su autoridad es total a la hora de llenar la pérdida con presencia y esa es la identidad que la película explora. No hay indagaciones innecesarias sobre su condición de mujer trans, más allá de ver cómo es abrazada por su comunidad. Ese silencio es suficiente para pulverizar prejuicios, narrativos y de todo tipo.

El compromiso de las sombras

La directora ha contado que conoció a Lizbeth por primera vez al asistir a los ritos fúnebres de Doña Cata, una persona muy importante para ella, en donde percibió el poder del canto y sabiduría de esta guía espiritual. La forma en que nos acercamos a Liz como espectadores espejea dicho encuentro, pues pareciera que, una vez iniciado el novenario, la cámara también se queda prendida de su figura. Primero escuchamos su voz, pero no sabemos aún que es ella. Después de haber convivido un rato con los familiares de Don Gonzalo, la descubrimos de espaldas, sentada frente a nosotros. Los encuadres que nos acercan a Liz recuerdan a las miradas fijas, enfocadas en los detalles, que nos atrevemos a lanzarle a quien nos ha hipnotizado de pronto. El cine de Sandra Luz germina a partir de los encuentros.

Su trabajo documental anterior, el cortometraje Artemio –otro que nació de los encuentros–, también se podría interpretar como una despedida que se alarga. En ese caso nunca se concreta: Artemio es un niño de diez años que nació y creció en Estados Unidos, pero que es deportado junto con su madre a la Costa Chica. El plan es regresar al país del norte, donde vive la otra parte de su familia, pero al final decide quedarse y no decirle adiós al lugar ni a la persona en la que parecen fincarse sus verdaderas raíces. Ya desde entonces, el sonido de Isis Puente construía, a través de la ternura de canciones, por ejemplo, el lazo entre Artemio y su madre, y la complejidad de no ser de allá ni de aquí. También escuchamos ahí por primera vez los ritmos fúnebres de la Costa Chica, en una escena que muestra a la familia pasando al lado de un velorio.

En El compromiso de las sombras, el trabajo de Isis ofrece un contraste marcado entre vida y muerte. Las imágenes de los rituales se inundan de la polifonía de entonaciones, melodías, percusiones y voces, mientras que las tomas de la vida cotidiana y de la existencia personal de Lizbeth son más bien silenciosas. Aunque bien se sabe que el silencio nunca está vacío: el ladrido de un perro a lo lejos, el caer de una gota, los caballos mascando el pasto, los mujidos de las vacas en el campo, el crujir compacto de una hamaca que se mece. Este mundo delicioso, como lo llama uno de los rezos de Lizbeth, está hecho de rumores en la quietud.

El compromiso de las sombras

La violencia también se asoma con una sutileza que cala, a través de una imagen que Lizbeth construye en nuestras cabezas mientras habla para la cámara: cuando a los muertos los matan y hay mucha sangre, la sombra que llevan a cuestas es demasiado pesada. Para ayudarlos en el cruce, se necesita mucho corazón.

El documental llega a FICUNAM en tiempos de pandemia y de pérdida, pero sobre todo de partidas sin despedidas, sin la posibilidad de un abrazo o de la presencia de los nuestros. ¿Cómo se puede habitar esa despedida?, parece preguntarnos. ¿Qué rituales deberían llenar nuestras ausencias?

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autor Periodista, editora en Cine PREMIERE y bailarina frustrada en sus ratos libres. Gustosa del cine, la literatura, el tango, los datos inútiles y de la oportunidad de desvelarse haciendo lo que sea.
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