El diablo a todas horas – Crítica de la película
El diablo a todas horas es un provocativo drama que reflexiona sobre los riesgos del fanatismo religioso en una sociedad consumida por la violencia.
El pequeño Arvin Rusell (Michael Banks Repeta) acompaña a su padre (Bill Skarsgard) a lo profundo del bosque para arrodillarse frente a una cruz compuesta por dos trozos de madera irregulares. Ambos acuden a dicho lugar para implorar por la salud de su madre, consumida por el cáncer. En adelante la fe será un tema constante en su vida. Desde que existe el concepto de Dios, el ser humano ha matado en su nombre, una verdad que Arvin está a punto de descubrir y la cual lo acompañará durante los años subsecuentes. Bajo dicho precepto opera El diablo a todas horas, una película que explora la naturaleza violenta del hombre y los peligros de un fanatismo religioso utilizado como justificación de los actos.
La nueva película de Antonio Campos (Christine, 2016) es oscura en tono y mueve sus hilos a través de personajes perversos y chocantes, poco relacionados entre sí, pero semejantes en el discurso. El relato en ocasiones puede sentirse disperso entre el exceso de líneas narrativas o personajes. Sin embargo, estos elementos finalmente encuentran su lugar y demuestran estar a la merced de un cineasta capaz de controlar un proyecto de naturaleza coral.
El no conocer a ciencia cierta el rumbo de la historia es uno de los placeres de una cinta cuya narración comprende dos décadas y un sinnúmero de personajes aparentemente inconexos entre sí. Arvin, ya mayor e interpretado por Tom Holland, es el epicentro de todos ellos, un joven de carácter noble que aprendió de su padre a atacar con estrategia en el momento preciso para sobrevivir ante las amenazas del mundo. Éste protege así a su hermanastra de las garras de un predicador (Robert Pattinson) interesado en ingenuas jovencitas devotas. Mientras tanto, por el poblado circunda un corrupto sheriff (Sebastian Stan) preocupado por mantener vigente su postulación como alcalde, en tanto encubre desesperadamente el pasatiempo perturbador –relacionado con la fotografía– de su hermana (Riley Keough) y su esposo (Jason Clarke).
Tanto Campos como Donald Ray Pollock, autor de la novela fuente, comprenden que para convencer al público y a los fieles, se deben seguir las pautas del espectáculo. Por ello, una escena que involucra a un predicador fanático –un maravilloso Harry Melling– que vacía sobre su propio rostro un frasco lleno de arañas mientras habla del evangelio, guarda un paralelismo con la violencia gráfica y emocional que constantemente acecha al filme. A dicho propósito la fotografía de Lol Crawley funciona como un vehículo para contrastar las imágenes estéticas cuidadas en encuadre, en significado y en paleta de color, con la crudeza de la historia.
Las muchas piezas del rompecabezas, los saltos de tiempo y los detalles que profundizan en la psique de cada uno de los personajes son posibles gracias a las explicaciones omniscientes de un narrador que no es otro que el mismo Pollock. Quizás un recurso gastado, pero funcional sobre todo para mantener la cohesión de una gran variedad de elementos.
La película El diablo a todas horas tiene poca innovación en su fondo y forma, pero no por ello demerita el trabajo de un cineasta que concibe su producto obedeciendo las reglas clásicas del cine. Su ritmo sobrio, la narrativa a través del diálogo, pero sobre todo a través de la imagen, evitan la obviedad y el conjunto triunfa al dotar de una buena atmósfera y personalidad una obra que en ocasiones se siente vecina de Sin lugar para los débiles (2007) de los Cohen –aunque sin el rigor de aquella–, pero quizá más cercana en tono y contenido a Sangre Sabia (1979) de John Huston.
El filme se esfuerza constantemente por mostrar la violencia aleatoria inherente del hombre y a desarrollar la tesis de que los actos violentos se transmiten por generaciones de la misma forma que la creencias y las ideologías religiosas han sobrevivido de padres a hijos. No es coincidencia que el final de la Segunda Guerra Mundial y los inicios del conflicto en Vietnam sean los extremos históricos que sirven de marco para el relato. Una repetición de errores que habla de ciclos viciosos y lecciones no aprendidas.
Una de las grandes virtudes de la película El diablo a todas horas, es sin duda la selección de un elenco compuesto de grandes nombres. El guion consigue darle su momento de lucimiento a cada uno, a pesar de que gran parte de los personajes son detestables. No obstante, es en especial Robert Pattinson el que construye de manera brillante al que sea probablemente el más odioso de todos sus papeles. A la par se erige Tom Holland al demostrar que su rango histriónico escapa más allá del carisma necesario para personificar un superhéroe, quizás ésta sea la primera vez que vemos al británico en un papel fuera de su zona de confort.
Postales rurales extraídas de ciertas secuencias sobrecogen, o en ocasiones provocan en el espectador enojo e impotencia ante las injusticias que desfilan por la pantalla. Sin embargo, todos estos elementos no se acogen al melodrama rebuscado ni a la manipulación gratuita, lo que permite que la obra repose con su público tras el visionado.
La película El diablo a todas horas se trata de un drama provocativo que reflexiona sobre los riesgos del fanatismo religioso en una sociedad ignorante y resentida por la violencia. Una épica perturbadora, de tono rústico, con un ritmo conseguido y ciertos destellos de brillantez en la dirección. Sin duda está a medio camino entre el western y el drama, pero siempre con un pensamiento religioso como sombra.
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