Golem: La Leyenda – Crítica

Según la tradición judía, El Golem (The Golem) es una figura mítica cabalística invocada cuando el pueblo judío se encuentra en aprietos; su misión, teóricamente, consiste en defender, ser un salvador de los oprimidos. Este ente tampoco es indiferente dentro de la tradición fílmica, pues previamente ha alimentado al género de terror. Dentro del marco del expresionismo alemán, en 1920, Paul Wegener dirigió El Golem: cómo él llegó al mundo. Aquel filme mudo partía prácticamente de la misma premisa que el dirigido por Yoav y Doron Paz.

Sin embargo, a diferencia de aquel monstruo también interpretado por Wegener y de anchas dimensiones, la nueva propuesta de El Golem condensa la maldad. Entremezcla una apariencia inocente, con una naturaleza maligna, pérfida y –literalmente– putrefacta. La paradoja busca avivar los elementos escalofriantes al estilo de La profecía –con la maldad contenida en el cuerpo de un niño–, pero también disertar en torno a la maternidad, el duelo y las disfunciones edípicas.

 A partir del uso de la Kabbalah, Hanna crea a una criatura para que salve a su gente de los malos presagios, pero, como siempre que se juega a ser Dios, se pueden alcanzar dimensiones catastróficas.

Corre el año de 1673, en Lituania. Una comunidad judía vive alejada de sus violentos vecinos: un grupo de rusos ortodoxos. Cuando estos últimos son consumidos por una plaga, Vladimir (Alexey Tritenko) irrumpe en la pacífica comunidad y la amaga con el exterminio si es que no le ayudan a salvar a su hija. Como el rabino y sus estudiosos no quieren hacer nada al respecto, Hanna (Hani Furstenberg) decide reaccionar y crea su propio Frankenstein judío: El Golem.

La situación trasmuta; se vuelve ligeramente interesante cuando la criatura toma la forma de un niño de apariencia y edad similares a las que tenía el hijo de Hanna cuando falleció. Junto con él arriban ciertos elementos de terror sangriento, sobresaltos a cuentagotas y las exploraciones fílmicas más interesantes. Sin desligarse de las tradiciones judías, Yoav y Doron Paz cuestionan el papel de la mujer en una sociedad donde su palabra e inteligencia son puestas en duda por un patriarcado sistémico.

Junto con El Golem, los judíos ortodoxos son enemigos de la comunidad protagónica.

Cada propuesta de Hanna es desestimada, y no sólo por ser peligrosa, sino por provenir de labios femeninos, mismo problema que enfrentó la filósofa y astrónoma Hipatia (Rachel Weisz) en Ágora, de Alejandro Amenábar. Asimismo, El Golem muestra el reduccionismo al cual las mujeres eran –y siguen siendo– sometidas: sus tareas se limitaban a cocinar, cuidar la casa y tener hijos. Como Hanna aparentemente tiene problemas para concebir tras la pérdida de su pequeño, sufre escarnio tanto de hombres, del Rabino, y de otras mujeres.

Pese a su precaria tensión –nunca se siente verdadero peligro–, y limitado acercamiento al feminismo, El Golem explora la naturaleza maternal, pero por encima de todo el instinto creador. Expone los efectos y la conexión entre madre y criatura –en este caso un ser mítico–, y el apego generado de la crianza, aunque con brochazos de Mary Shelly. También merecen mención las inclinaciones edípicas que, según Freud, atañen a toda relación entre madre e hijo, sean realistas o alegóricas, como ocurre en este caso.

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Mabel Salinas No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!