El Oscar en crisis: La tormenta que nubla Hollywood
Poco a poco, el Oscar ha ido perdiendo su brillo y, en lugar de innovar, sus responsables han decidido aferrarse a una vieja fórmula que hoy a pocos emociona.
Desde hace un tiempo, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood ha tomado algunas decisiones que han desatado la furia de la comunidad artística y que nos dan la impresión de que su tesoro más preciado está atravesando por una muy mala racha. El Oscar en crisis es una tormenta que nubla los cielos de Hollywood y de la que parece será difícil escapar…
El Oscar en crisis
Había una vez un reino de luz. Un lugar único en el que se imaginaban, escribían, dirigían y producían historias increíbles que maravillaban al mundo entero. El reino llevaba por nombre Hollywood y era uno de los lugares más fantásticos del planeta. El reino era habitado por seres ocurrentes, sensibles e inteligentes. Por galantes príncipes con rostros perfectos y ojos llenos de destellos. Por hermosas doncellas que al andar robaban el aliento. Por fotógrafos y músicos. Guionistas y maquillistas. Productores y editores. Por verdaderos genios capaces de recrear con imágenes novelas, vidas completas, sueños, pasajes de la historia y mundos enteros.
Cada año los habitantes del reino se reunían en una fastuosa ceremonia para premiar el trabajo producido durante el último ciclo. Por gremios, votaban para reconocer a sus integrantes más destacados en diversas categorías. Y en una noche mágica festejaban mientras los ojos de mundo observaban, encantados, el evento desde una pantalla de televisión.
Por las alfombras rojas que llevaban al teatro en donde se celebraba la entrega, desfilaban los seres que posteriormente se transformarían en los inmortales del reino. Cuando uno de ellos ganaba un premio, su existencia entera cambiaba: convertido en un semidios, el sujeto en cuestión podía esperar más proyectos, más fama, más admiración. Nombres como Charles Chaplin, Viven Leigh, Julie Andrews, Clint Eastwood y Steven Spielberg encumbraban la historia de una ceremonia seguida por una audiencia ansiosa por verlos, por conocerlos, por poseerlos.
La ceremonia era conocida como la entrega del Oscar y durante décadas fue, quizás, la más importante del mundo del entretenimiento. Pero como suele ocurrir en las historias imaginadas en Hollywood, las sombras y maldiciones se posaron un buen día sobre el evento ensombreciéndolo y condenándolo a la irrelevancia y a la indiferencia de las nuevas audiencias.
Seis maldiciones para un mismo reino
La primera maldición llegó de la voz de Sacheen Littlefeather, la mujer de origen apache y yaqui que, a nombre de uno de los príncipes de Hollywood, pronunció un discurso en favor de los nativos de Norteamérica y en contra del rechazo que estos sufrían por parte de los habitantes del reino. El príncipe se llamaba Marlon Brando y había sido seleccionado por sus colegas como el mejor actor del año en 1973 por su papel en El padrino. En lugar de acudir a la ceremonia, y engrandecido por lo que el mundo pensaba de él, el actor mandó a la emisaria india a manera de protesta, sin saber que su acto inauguraría una interminable lista de discursos políticos que, poco a poco, fueron cansando a la audiencia que hasta ese momento se había acercado para admirar a los creadores de las historias que el reino contaba.
La segunda maldición llegó de la mano de la vanidad. Creyendo que su encanto era lo único que la audiencia buscaba, los habitantes de reino fueron transformando la ceremonia en una especie de concurso de belleza encumbrado por una alfombra roja por la que desfilaban todos. Se detenían ante las cámaras para ser retratados y admirados. En su afán por encantar, las doncellas usaban los vestidos más caros, los más sofisticados y en algunas ocasiones, los más extraños. Una princesa islandesa llamada Björk, nominada por la canción “I’ve Seen It All” en la cinta Dancer in the Dark en el año 2001, llegó ataviada con un vestido que emulaba a un cisne y ante los ojos del mundo puso un enorme huevo en plena alfombra roja. Aunque sensacionales, estos actos le restaron atención a quienes alguna vez fueron las verdaderas protagonistas de la noche: las películas. Estas poco a poco se fueron haciendo menos importantes, extraviadas entre números musicales, chistes forzados y discursos ególatras y sumamente largos.
La tercera maldición vino del exterior. Las audiencias, antes maravilladas por lo que sucedía en el reino, un buen día se encontraron en posesión de otras formas de entretenimiento. Pequeños dispositivos digitales que abrían ventanas a un sinfín de mundos. Teléfonos celulares para comunicarse en tiempo real, múltiples redes sociales para expresar, para opinar, para votar, para ser parte activa de lo que sucedía en otros lugares. Asustados y sin poder comprender las implicaciones que los nuevos dispositivos tenían, los habitantes del reino se cerraron a ellos. En lugar de aprovecharlos para amplificar el alcance del evento, se obstinaron en seguir con las mismas fórmulas que hace 66 años, cuando este se transmitió por primera vez en televisión. En 2014 Ellen DeGeneres, una de las mujeres sabias del reino, se tomó una selfie con otras figuras como Brad Pitt, Meryl Streep, Jennifer Lawrence, Bradley Cooper, Jared Leto y Angelina Jolie a mitad de la ceremonia que ella misma conducía. Después compartió la imagen al mundo transformándola en una sensación de manera instantánea. La fotografía fue vista por millones de personas dándole al reino una relevancia que desde hacía décadas no tenía y abriendo la puerta a una comunicación distinta con el mundo exterior: interactiva y participativa. Pero de esa imagen solo quedó el recuerdo. Lejos de leerla como un llamado al cambio, los gobernantes del reino volvieron a las practicas ancestrales, aburridas e irrelevantes, sin darse cuenta de que se aislaban y se distanciaban de las nuevas audiencias.
La cuarta maldición la produjo la confusión. Un desafortunado error durante la entrega de 2017 hizo que Warren Beatty y Faye Dunaway, dos figuras legendarias del reino, pronunciaran como ganadora a la cinta La La Land cuando en realidad había ganado Luz de luna. Aunque el error fue reconocido y enmendado al momento, la credibilidad de la ceremonia se vio afectada. A la audiencia le pareció increíble que sucediera algo así en un evento que alguna vez fue sinónimo de elegancia, de perfección, de excelencia.
La quinta maldición reveló al mundo las tinieblas que durante años habían alcanzado cada rincón del reino. Desafiando a sus propios miedos, las actrices de Hollywood revelaron que Harvey Weinstein, uno de los míticos productores de Hollywood, había abusado de ellas. Su revelación animó a centenas de mujeres a levantar la voz en contra del productor y muchos más. El surgimiento del movimiento #MeToo dejó al descubierto la verdad del idílico reino que durante décadas nos deslumbró. De pronto sus huesos deformes y quebrados estaban expuestos, restándole brillo a todo lo relativo a él, incluyendo la ceremonia del Oscar.
La sexta maldición llegó hace unas semanas dejando ver que la ceremonia no solo había perdido relevancia en el exterior, sino que también al interior del reino. El 4 de diciembre de 2018 el cómico Kevin Hart posteo en sus redes sociales que la Academia le brindaba la oportunidad de su vida: ser el anfitrión de la 91 entrega del Oscar. La decisión parecía la acertada para intentar levantar el rating de un evento que en 2018 tuvo el peor desempeño de su historia. Hart, estrella de la cinta Jumanji: En la selva (2017), es un actor y cómico afroamericano, con millones de seguidores en redes sociales y capaz de atraer a las audiencias jóvenes que han dejado de acercarse a un evento como el Oscar por considerarlo aburrido y anticuado.
Las críticas iniciaron al poco tiempo de haber sido nombrado. ¿Cómo se les ocurría a los organizadores darle la conducción del evento a un hombre que en el pasado había hecho comentarios y chistes homofóbicos en sus redes sociales y sketches cómicos? ¿Cómo era posible que él tuviera el honor de presentar ante un gremio que siempre había apoyado y defendido la diversidad sexual? Los gobernantes del reino se vieron obligados a desterrar a Hart e iniciar la búsqueda de su reemplazo. ¿Las opciones naturales? Alguien que ya hubiera conducido la ceremonia. Pero lejos de considerar la oferta como un privilegio, ellos se negaron a aceptar.
Las voces de los anfitriones pasados se hicieron escuchar: nadie quería cargar en sus hombros el peso de una ceremonia cansada y devaluada. Seth MacFarlane, quien condujo la ceremonia en 2013, explicó a Entertainment Weekly por qué a nadie le interesaba: “Es un evento en el que todos los ojos están puestos. Cuando haces algo que está en la mira de todos, con tanto foco, tanta intensidad, vas a recibir muchas opiniones de la gente. Estoy tratando de recordar cuándo leí por última vez una reseña de emoción al día siguiente del Oscar. Ha pasado mucho tiempo de eso”.
Sus palabras dejan ver el estado actual de lo que alguna vez fue la gran fiesta de un reino mágico y que, 91 años después, se transformó en un evento aburrido, sombrío, desolado y que a ratos parece incluso embrujado.
La mañana del 22 de enero de 2019 el mundo amaneció para conocer a los nominados de la siguiente entrega a realizarse la noche del 24 de febrero. Ese día seguía sin conocerse la identidad del anfitrión del evento. Los integrantes del reino se preguntaban aún qué hacer y buscaban desesperados fórmulas para devolverle el brillo a la anquilosada ceremonia mientras miraban al horizonte esperando ver aparecer a lo lejos a un guerrero, a una hechicera, a un encapuchado. Un héroe de leyenda capaz de devolverle a su más emblemático evento el brío, la vida y la relevancia, antes de que sea devorado por el olvido. Un ser mágico que pueda tener la humildad de escuchar, de entender lo que quieren las nuevas audiencias.
Hollywood necesita desesperadamente a alguien que pueda darle nueva vida al Oscar.
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