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Columnas

El otro Cristo

09-04-2012, 8:48:34 AM Por:
El otro Cristo

Creo que fue al menos hace unos quince años que me enfrasqué en una discusión de lo más surrealista -por no llamarla idiota- y si la rememoro es porque viene a cuento en estos días llamados santos. Los recuerdos, ya se sabe, son por lo general son caprichosos e inasibles. Y sí, tal vez la […]

Creo que fue al menos hace unos quince años que me enfrasqué en una discusión de lo más surrealista -por no llamarla idiota- y si la rememoro es porque viene a cuento en estos días llamados santos.

Los recuerdos, ya se sabe, son por lo general son caprichosos e inasibles. Y sí, tal vez la memoria no me alcance para describir la ropa que tenía puesta o la fecha exacta del suceso, pero sí que me basta para asegurar que de escenario servía una tarde extremadamente calurosa, de esas en que el sol parece morder y deja los volantes de los automóviles listos para fundir plata, y que ello contribuyó a aumentar el molesto estado en el que me encontraba y que era sobre todo producto de la indignación. De la indignación mezclada con algo de impotencia, incredulidad y encabronamiento puro y duro. Pero, insisto, sobre todo indignación. ¿La razón?: Apenas una semana antes había visto en la tienda de videoclubs más cercana a mi casa una o más copias VHS de La Última Tentación de Cristo, película que yo ya había visto en la Universidad -valga decirlo, una que pertenecía y pertenece a la orden de los Jesuitas- y que me había dejado tan impactado que esperaba con ansias la oportunidad de verla otra vez, si no comprándola al menos alquilándola  ya que, por supuesto, la cinta no tuvo corrida comercial en México.

Bastaron, pues, siete días para que la película dejara dejase de estar en los videoclubs y también se le dejara de exhibir en las llamadas tiendas departamentales. ¡Siete días! Conforme lo dicho por el chico encargado del video -cuya deferencia me pareció tan ligera como los colores beige y azul de su indumentaria- la culpa la tenían grupos fanáticos cristianos que habían hecho hasta lo imposible porque la película fuera retirada de sitios de alquiler y puntos de venta. Así, la suerte de la cinta de Scorsese replicaba la obtenida por el libro en que se basó: La Última Tentación de Cristo, del griego Nikos Kazantzakis, obra que fue criticada por ciertas cúpulas del Vaticano y que no tardó en engrosar las infames listas de libros prohibidos de infinidad de grupos religiosos, ya saben, de esos que se distinguen por su tolerancia y amplio criterio.

Para colmo, ese día un primo me vino a visitar con un amigo suyo que no he vuelto a ver desde entonces y al que se le ocurrió apoyar las medidas que los comerciantes habían decidido tomar en aras de ahorrarse problemas con los supuestos soldados de las buenas conciencias. Falto de fundamentos, aducía a cada uno de mis planteamientos con frases como: "si el Vaticano recomienda no verla será por algo", "mirarla pueda dañar la fe de muchísimas personas", "películas como ésa me dan asco" y otras del tipo. De nada sirvió que yo le alegase lo que sigo creyendo: que la cinta, contrariamente a lo que la mayor parte de la gente piensa, hace más bien que mal a la imagen del Cristo. De hecho creo que no hay ninguna otra adaptación cinematográfica de la vida de Jesús que lo retrate de una manera tan humana -¿acaso no se hace llamar a sí mismo: "el hijo del hombre"? y próxima -La Pasión de Mel Gibson para mí no es otra cosa que Zeffirelli en versión gore- y es por eso que me parece un documento de lo más espiritual y profundo, en resumen: pro-cristiano. 

Pero no hubo razón que lo hiciera cambiar de opinión o siquiera que nos llevase hacia un campo de discusión tejido con menos sustancia maniquea. En esas dos horas acompañadas de bacardís e incontables cigarros comprendí que nada podía hacer contra una mente cocida en los terrenos del Opus Dei y para el cual el único Cristo válido era el montado en la punta del Cubilete. Y también comprendí que hay mucha, pero mucha gente en mi país que piensa de la misma manera y cuya devoción ciega ha sido explotada hasta el cansancio por grupos político-religiosos como Yunque o congregaciones indefendibles como Los Legionarios de Cristo, capaces de resistir incluso un desmembramiento que se clasificaba de lógico y cantado. 

Comprendí, por último, que el Cristo al que yo consideraba como tal o al que había concebido mental y espiritualmente de cierto modo era cada vez más diferente, acaso antagónico, de aquel otro Cristo que por no hallar otro adjevito llamaré institucional.

Y todo eso gracias a una película que, por cierto -no se me había ocurrido hacerle una pregunta tan básica y ello marcó el punto final de nuestra idiota y surrealista discusión- mi interlocutor me confesó que no había visto.

 

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autor Carlos Jesús (aka Chuy) es escritor y periodista freelance. Desde 2006 radica en Berlín, desde donde colabora para distintos medios. Sus pasiones son su familia, la cerveza, escribir relatos y el cine de los setenta.
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