El seductor – Crítica

Uno de los momentos más interesantes de la nueva versión de El seductor, la más reciente cinta de Sofia Coppola, ocurre en el último acto. En un plano de una mesa con la cena servida, un grupo de mujeres, desde niñas hasta una matrona, nos miran a los ojos, una vez que fuimos testigos de una truculencia ejecutada y planeada por el grupo. ¿A quién miran? ¿A los espectadores, observadores indiscretos? ¿A otras mujeres, cómplices? ¿A los otros, hombres necios, que acusáis a mujeres sin razón? En su inquietante apropiación de The Beguiled, originalmente dirigida por Don Siegel en 1971, el género es un tema a confrontar por partida doble: como perspectiva sexual y como género fílmico.

Además de pupila aventajada de Jane Campion, Coppola es también una lectora cuidadosa de la larga tradición de narradoras del sur estadounidense, como Carson McCullers o Flannery O’Connor. Vista con esta luz, su filmografía revela a una inspectora cuidadosa de la psique de mujeres norteamearicanas, que son, por lo general, de la edad de la cineasta. Esto convierte a su trabajo –desde Las vírgenes suicidas (1999) hasta hoy– en una suerte de autobiografía camuflada en alter egos (generalmente rubios): mujeres liberales y económicamente acomodadas, aunque rara vez felices o satisfechas (claro, además está Bill Murray que, como siempre en la vida, constituye una excepción milagrosa).

El seductor reúne a Kirsten Dunst y a Elle Fanning, dos rostros recurrentes de la feminidad coppoleana y añade a Nicole Kidman (sólo cuatro años mayor que la realizadora) en un juego que representa tres momentos vitales del deseo: el despertar (Fanning), la represión (Dunst, inmensa), y la madurez (Kidman), cuando, en los días finales de la Guerra Civil, las tres se ven forzadas a cuidar de un soldado herido (Colin Farrell). La cuidadosa adaptación de la realizadora traslada el punto de vista de la empatía –que originalmente pertenecía al macho alfa encarnado por un Eastwood sudoroso y descamisado–, al grupo de mujeres, acechadas en la intimidad de su territorio: físico, pero también histórico y social.

Aunque despojada de muchas de las provocaciones que hacían hervir a la versión original –las subtramas referentes al esclavismo, la pederastia o el incesto han desaparecido por completo–, El seductor plantea una visión ambivalente, más recatada y al mismo tiempo más osada que la de Siegel, y aunque quizá no alcance el podio de las mejores películas de su directora, es un ejercicio estimulante que reclama ser visto en la pantalla más grande posible.

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Sergio Huidobro Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.