El vigilante – Crítica

¿Que podría haber de interesante dentro de la construcción de un edificio a medio terminar, donde un vigilante debe mantenerse alerta para que todo esté en orden mientras la obra se encuentra detenida? Ahí, en medio de un montón de vigas, varillas y sacos de cemento, el novel cineasta Diego Ros desarrolla su ópera prima alrededor de una premisa aparentemente sencilla y logra convertir a El vigilante en un auténtico thriller.

En una noche en la que todos celebran el Grito de Independencia, Salvador (Leonardo Alonso) mira desde lejos cómo la noche es iluminada por cientos de fuegos pirotécnicos. Él, en su papel de vigilante de la construcción de un inmueble, es testigo del momento en que un par de personas abandonan una camioneta frente a su lugar de trabajo. Horas más tarde, la policía encuentra ahí un cuerpo sin vida, lo cual detona una serie de eventos llenos de auténtica locura.

En pocos minutos, el espectador se vuelve parte de un viaje lleno de misterio y ansiedad. Leonardo Alonso logra hacernos parte de su intranquilidad, de todo aquello que le hace sentir que algo no anda bien en su trabajo y que debe permanecer ahí hasta descubrirlo. Lo mismo ocurre con Hugo, el vigilante encargado del siguiente turno (interpretado por Ari Gallegos) quien se convierte en la contraparte de Salvador, logra aumentar las dudas de la audiencia y detona algunas teorías que nos podrían ayudar a entender qué es lo que ocurre frente a nosotros en la pantalla.

Su desempeño es favorecido gracias a la fotografía prodigiosa de Galo Olivares, un destacado cinefotógrafo quien, en su debut en la pantalla grande –y previo a fotografiar Roma, de Alfonso Cuarón–, logra capturar cada gesto, cada mirada y cada silencio de su elenco y, de forma impresionante, convierte a las sombras, a las luces lejanas de la ciudad y a cada rincón de este lúgubre edificio en un personaje más de la cinta.

Ahí, sumergidos por completo en el esqueleto de lo que promete ser un lugar de ensueño, somos testigos de los claroscuros del ser humano; de la forma en que podemos reaccionar ante el miedo, ante la incertidumbre y ante el temor de perderlo todo.

La ganadora a Mejor largometraje del Festival Internacional de Cine de Morelia en 2016 –venciendo a La región salvaje, de Amat Escalante– se convierte también en una excelente carta de presentación en la pantalla grande de todos sus involucrados y en un recordatorio del talento cinematográfico que existe en nuestro país en géneros distintos a la comedia romántica que son capaces de convertir una historia aparentemente sencilla en un auténtico thriller lleno de misterio y ansiedad.

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Arturo Magaña Arce Apasionado de ver, escribir, leer, investigar y hablar sobre cine en todas sus formas. Soy fan de Star Wars, me sé de memoria todos los capítulos de Friends y si me preguntan de cine mexicano, no hay quien me calle. Editor en Cine PREMIERE.